Rusia transforma su economía para adaptarla a una guerra larga pese a empobrecer a la población
El banco central sube los tipos de interés al histórico 21% tras advertir que el enorme gasto bélico impulsa la inflación. Las sanciones occidentales no han logrado tumbar la economía del país
Rusia está preparada para proseguir la guerra contra Ucrania durante más años, incluso si ello hunde en la pobreza a sus ciudadanos. La inflación crece sin freno mientras el Kremlin quema el dinero que recibe de los hidrocarburos en su ejército y sus fábricas de armas. Las empresas no encuentran trabajadores y casi todo se importa de fuera. Incapaz de atraer empleados, el sector privado se ve obligado a pagar salarios fuera de mercado. “La desviación ascendente de la economía rusa respecto a un crecimiento equili...
Rusia está preparada para proseguir la guerra contra Ucrania durante más años, incluso si ello hunde en la pobreza a sus ciudadanos. La inflación crece sin freno mientras el Kremlin quema el dinero que recibe de los hidrocarburos en su ejército y sus fábricas de armas. Las empresas no encuentran trabajadores y casi todo se importa de fuera. Incapaz de atraer empleados, el sector privado se ve obligado a pagar salarios fuera de mercado. “La desviación ascendente de la economía rusa respecto a un crecimiento equilibrado sigue siendo significativa. Prueba de ello es la elevada presión inflacionaria”, ha advertido este viernes el banco central de Rusia al subir los tipos de interés al 21%, su máximo histórico bajo el putinismo, una frontera que no esperaba cruzar en sus previsiones. “El Banco de Rusia admite la posibilidad de subir la tasa en su próxima reunión”, ha advertido el organismo dirigido por Elvira Nabiúllina, la economista que salvó al Kremlin del colapso al inicio de la guerra.
A diferencia de febrero de 2022, cuando la institución elevó los tipos al 20% durante apenas dos meses como medida de choque contra las primeras sanciones y el hundimiento del rublo, esta vez ha endurecido gradualmente su política monetaria a lo largo de 2024 y no tiene visos de aflojar a corto plazo. “Las expectativas de inflación han aumentado significativamente”, ha remarcado el banco central en su comunicado. Y tiene claro que el responsable es el Kremlin, aunque no mencione explícitamente la guerra. “El crecimiento de la demanda interna supera significativamente las posibilidades para ampliar la oferta de bienes y servicios. Los gastos presupuestarios adicionales y la consiguiente expansión del déficit presupuestario federal en 2024 tienen efectos inflacionarios”.
“La economía rusa puede sostenerse años y el Estado podrá mantener su guerra. Y lo hará”, responde a este periódico por teléfono Antón Barbashin, director del centro de análisis Riddle. “Los rusos van a pasar más dificultades, la gente soportará una carga mayor y venderán lo que sea necesario, pero el país puede aguantar”, agrega el experto. Putin sustituyó este año a su ministro de Defensa, Serguéi Shoigú, por el economista Andréi Belóusov para prepararse para una guerra larga, según fuentes próximas al ejército.
Barbashin opina que “Rusia ha tenido bastante éxito adaptándose a una economía de guerra, pero soporta un gran estrés”. Su previsión es que el coste de la vida sea mayor para los rusos, pero no se producirá un crash económico “a menos que se desplomen los precios del gas y del petróleo, y Rusia no tenga un flujo constante de dólares y euros”.
Un tercio del presupuesto, a la guerra
Los presupuestos de 2025 mantienen una línea continuista con los de este año, con más de un tercio del presupuesto dedicado a la guerra y los servicios de seguridad a costa de más impuestos, más recortes sociales y la dependencia de los ingresos por gas y petróleo: Moscú calcula que venderá este año el barril de crudo a sus socios a 70 dólares, 10 más que el límite impuesto por Occidente.
Las autoridades rusas tienen escrito a fuego como un agravio las declaraciones del político estadounidense John McCain en 2014: “Rusia es una gasolinera que se hace pasar por un país”. Algunos analistas pensaron que el país seguía siendo la anquilosada Unión Soviética, pero las sanciones no lo tumbaron. Además, los países occidentales se han saltado hasta cierto punto estas medidas punitivas: en Rusia operan aún varios bancos europeos y Europa importa hidrocarburos rusos a través de la India. Se aplicaron además muy lentamente: el precio límite al crudo ruso no se impuso hasta 2023, y la flota en la sombra de petroleros del Kremlin sigue activa. El Reino Unido vetó hace una semana 18 navíos que eran claramente conocidos.
En cualquier caso, las sanciones han mermado a Rusia en su invasión de Ucrania y le han imposibilitado acceder a un mercado mayor de armas. Más allá de su producción interna, su munición procede hoy de los vetustos arsenales de Corea del Norte y de Irán.
Una economía sobrecalentada
“Imagínense la economía como un automóvil. Si intentamos ir más rápido de lo previsto por el diseño del coche, el motor tarde o temprano se sobrecalentará y no llegaremos muy lejos”, advertía la presidenta del banco central ruso en diciembre de 2023, cuando los tipos aún estaban al 16%. El Gobierno, sin embargo, acusaba a la economista de entorpecer la economía y provocar la devaluación del rublo —a finales de 2022 cotizaba a menos de 70 rublos un euro, este año supera los 100— con su política monetaria.
Rusia registró un aumento desestacionalizado de la inflación del 9,8% en septiembre respecto al año anterior, muy lejos del 4% objetivo. Sin embargo, la cesta de la compra y otros productos reflejan incrementos muy superiores.
Paradójicamente, el banco central constata que la economía se está enfriando al mismo tiempo que se dispara la inflación. El producto interior bruto creció un 4,1% interanual en el segundo trimestre, cuando en los cuatro anteriores superaba el 5%, y esta tendencia ha seguido a la baja en verano hasta el 2,4% registrado en agosto. Según Nabiúllina, uno de los motivos es que se han endurecido las condiciones para enviar pagos al exterior. De hecho, muchos bancos chinos han comenzado a rechazar las transferencias con Rusia desde verano.
“La estanflación [una situación en la que la se combina estancamiento económico con inflación] parece ahora el escenario más probable para la economía rusa. El gasto y la demanda en los sectores de inversión y militar-industrial continúan creciendo, pero las industrias civiles no pueden satisfacer la creciente demanda paralela del sector privado”, señala el think tank Re:Russia en otro análisis. Esto obliga a importar del exterior, lo que supone pujar más por la limitada entrada de divisas, lo que devalúa el rublo y encarece los productos para la población. Resultado, la estanflación, un problema que se retroalimenta y empobrece más a los rusos.
“Me suben el sueldo, pero tengo la sensación de que no gano más”, han repetido varios moscovitas a este periódico en los últimos tiempos. Según el Ministerio de Finanzas, el salario medio subirá este año un 17%, de 74.854 a 88.285 rublos al mes —841 euros al cambio actual—. El problema es el reparto: un soldado cobra 200.000 rublos al mes más un bonus de dos millones al alistarse. Según la agencia estatal de estadísticas Rosstat, apenas un 11% de los rusos supera el mileurismo [más de 100.000 rublos] y siete de cada diez gana menos de 60.000 al mes [el alquiler de un piso muy modesto en Moscú].
“El dinero no es el problema. Se puede imprimir dinero. Lo que no se puede imprimir son las personas o los recursos”, afirma Nicholas Tricket, experto en la economía rusa y materias primas del Foreign Policy Research Institute, en otro análisis publicado por Riddle. Cada importación que pueda beneficiar a la guerra llega a expensas de otro sector. El proceso parece estar acelerándose estructuralmente, aunque de manera manejable por el momento”.
Las autoridades rusas intentan frenar una burbuja crediticia que ha sido alimentada por el desequilibrio entre la inflación y el aumento de los salarios. El Kremlin ha puesto fin a los préstamos en condiciones preferenciales y las tasas de interés se trasladan a los bancos. Sberbank, la mayor entidad financiera del país con más de 106 millones de clientes, acaba de subir el interés de sus hipotecas al 25% y pide una entrada del 50% del valor de la vivienda.
“El problema más grande es la fuerza laboral. La economía está bajo estrés debido a la gente que ha ido a la guerra, y la guerra necesita más gente. Y si se produce otra movilización, habrá una enorme tensión en el sistema”, apunta Barbashin. Es la misma tesis que defiende el banco central de Rusia y los demás expertos.
El desempleo bajó al 2,4% en agosto, un mínimo histórico. “La escasez de mano de obra está aumentando en una amplia gama de industrias. El crecimiento de los salarios sigue superando el crecimiento de la productividad laboral”, advierte el banco central. Un problema para la sociedad rusa, aunque no para el Kremlin, que tiene en Bielorrusia y Corea del Norte un modelo a seguir: donde hay pobreza, la policía y el ejército son una salida laboral estable.
“La economía rusa ha alcanzado sus límites de producción. Eso no es keynesianismo militar, sino un gasto bélico que actúa como un veneno de acción lenta”, afirma Tricket.