Los 11 días que infligieron a Hezbolá la peor derrota de su historia

La detonación de miles de buscas y ‘walkie-talkies’ y el descabezamiento de la milicia libanesa muestra a las claras la capacidad de Israel para cambiar las tornas, gracias a su superioridad militar y tecnológica, y al apoyo indiscutible de EE UU

Un hombre mira un edificio destruido en un bombardeo israelí, al sudeste de Beirut, este domingo.Foto: WAEL HAMZEH (EFE) | Vídeo: EPV

En 2006, tras 34 días de guerra con Israel, Hasan Nasralá, el líder de Hezbolá recuperado este domingo sin vida entre los escombros de un brutal bombardeo en Beirut, admitió en una entrevista que, si pudiese volver atrás en el tiempo, no habría ordenado el ataque sorpresa a una patrulla militar que desencadenó el conflicto. “No pensábamos ni un 1% que pudiera desembocar en una guerra en ese momento y de esa magnitud. Si me preguntas si hubiera sabido [...

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En 2006, tras 34 días de guerra con Israel, Hasan Nasralá, el líder de Hezbolá recuperado este domingo sin vida entre los escombros de un brutal bombardeo en Beirut, admitió en una entrevista que, si pudiese volver atrás en el tiempo, no habría ordenado el ataque sorpresa a una patrulla militar que desencadenó el conflicto. “No pensábamos ni un 1% que pudiera desembocar en una guerra en ese momento y de esa magnitud. Si me preguntas si hubiera sabido […] que la operación desembocaría en una guerra de esa magnitud, ¿lo habría hecho? Te digo que no, absolutamente no”.

Si así pensaba tras un conflicto que acabó en victoria moral y cenit de popularidad de Hezbolá, por hacer frente a un enemigo tan superior, cuesta imaginar qué pensaría Nasralá, de estar vivo, tras 11 días frenéticos en los que Israel ha ido descabezando y desmoralizando al grupo como nunca en su historia, en un recordatorio al mundo de los que a veces nublan la retórica y los miedos: su superioridad militar y tecnológica es indiscutible. El apoyo de Estados Unidos, también.

La milicia libanesa escondía además un tigre de papel, infiltrada hasta lo más profundo sin saberlo. Y su gran patrón, Irán, ha elegido mirar el declive desde la distancia a una guerra abierta contra el Estado judío (y quizás Washington, que no ha dudado en movilizar portaaviones) que ni desea, ni puede ganar.

El resultado es, probablemente, el mejor momento estratégico para Israel en casi un año. Hace apenas dos semanas, el primer ministro, Benjamín Netanyahu, parecía enfangado en Gaza, sin más rumbo que la preservación del poder, la inercia de la devastación y la búsqueda del líder de Hamás, Yahia Sinwar. Hoy, luce de nuevo todopoderoso. E impune: su ejército ha matado en 11 días casi al doble de libaneses (más de 1.000) que en los 11 meses previos, y con mayor proporción de civiles. Ha forzado además el desplazamiento de cientos de miles de personas, que duermen estos días en colegios, apartamentos y hasta calles y parques de Beirut.

Humo sobre el suburbio sur de Beirut tras un bombardeo israelí, este sábado.WAEL HAMZEH (EFE)

Hezbolá, al igual que en 2006, no contaba con llegar hasta aquí. El ataque del 7 de octubre de 2023 le pilló tan por sorpresa como al propio liderazgo político de Hamás en el exilio. Pero el ejército israelí comenzó a bombardear Gaza en respuesta y se sintió obligado a abrir un nuevo frente, en defensa de su aliado y de la estrategia de Irán. El día 8 disparó cohetes contra las Granjas de Sheba ―un territorio que reclama y cuyo estatus Naciones Unidas llama desde 2006 a negociar― y comenzó un fuego cruzado que Nasralá vendía en sus discursos como un triunfo, porque obligaba a Israel a desviar recursos militares de la Franja y mantenía a 67.000 civiles fuera de sus hogares.

Como Israel siguió bombardeando Gaza, ellos también. Por oleadas, pero siempre a más y siempre más lejos. Solo paró durante la semana de alto el fuego en la Franja, en noviembre de 2023. Unos y otros cruzaban líneas rojas, pero seguían ciñéndose a unas normas no escritas: Israel ―responsable del 80% de los proyectiles― mataba milicianos con bombardeos bastante precisos y Hezbolá solo apuntaba a objetivos militares. Únicamente cuando un proyectil (aparentemente por error) mató a 12 menores en los Altos del Golán (territorio sirio ocupado por Israel), Netanyahu fue a por el número dos de Hezbolá, Fuad Shukr.

Ecuación insostenible

La ecuación acabó resultando insostenible. En Israel, los desplazados pedían cada vez más alto aplastar a Hezbolá para poder regresar a sus hogares. En su medida y tardía respuesta al asesinato de Shukr, evidenció demasiado su temor a una guerra abierta, por estrategia, debilidad o una mezcla de ambas. Sus proyectiles y drones no frenaban el letal día a día en Gaza y su miedo a una guerra total acabó convirtiéndose en “una muestra de debilidad”, en palabras del analista Joseph Daher, profesor en el Instituto Universitario Europeo de Florencia y autor del ensayo Hezbollah: The Political Economy of Lebanon’s Party of God (Hezbolá: la economía política del partido de Dios de Líbano).

Israel olió sangre. Había introducido meses antes explosivos en los miles de buscas y walkie-talkies que encargó el partido-milicia y entendió que era su momento, con Gaza en segundo plano, EE UU con la cabeza en las elecciones y el nuevo presidente de Irán, Masoud Pezeshkian, mirando hacia Occidente para renegociar las sanciones y el dosier nuclear. El Mosad detonó los dispositivos a distancia. En dos días, para aumentar el impacto y la confusión. El grupo perdió cientos de hombres, comunicaciones y confianza. Desde entonces, los máximos dirigentes fueron cayendo uno tras otro, casi a merced y reunidos en persona. El último, el viernes, Nasralá, que había sobrevivido a intentos de asesinato, no usaba aparatos electrónicos y apenas veía gente en las dos últimas décadas. El golpe moral para sus seguidores es tal que algunos alegan este domingo que sigue con vida y que viene un golpe de efecto de Hezbolá.

Procesión fúnebre de milicianos de Hezbolá, este viernes en Beirut.ABBAS SALMAN (EFE)

Los 11 días de ofensiva relámpago israelí han dejado a la organización ante “su momento más difícil” en cuatro décadas de historia, señala Daher por teléfono. Los aviones militares israelíes han pasado de cruzar Dahiye ―el feudo de Hezbolá a las afueras de Beirut donde Nasralá fue asesinado― rompiendo la velocidad del sonido, para asustar a la población, a bombardearlo cada pocas horas. También sobrevuelan los principales puntos de entrada, como el aeropuerto civil de Beirut, los puertos o la frontera con Siria. Hasta en el distrito cristiano de Achrafiye se escucha este domingo el zumbido constante de los drones israelíes. Como en Gaza.

Hezbolá ha superado otros magnicidios. Como el de Abbas Al Musawi, el predecesor de Nasralá, en 1992. O el de Imad Mughniye, con un coche bomba en Damasco en 2008 y del que el entonces primer ministro israelí, Ehud Olmert, ha confesado este sábado el secreto a voces de la autoría. “Pero nunca había sufrido tal decapitación en serie de mandos militares y políticos”, subraya Daher, antes de apresurarse a responder la pregunta en el aire: “¿Significa esto que es el fin de Hezbolá? No […] Puede seguir actuando política y militarmente”.

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Abed Kaananeh, experto en el Departamento de Oriente Próximo de la Universidad de Tel Aviv y autor de un ensayo sobre Hezbolá, abunda en la idea: “Ha sido un gran golpe. No solo para quienes lo apoyan. Era mucho más que el secretario general de Hezbolá. Para mucha gente en el mundo árabe representaba la resistencia a Israel. Pero no significa el fin de Hezbolá ni de la guerra en el norte [del país]”.

En Israel, donde los periodistas brindan en directo o reparten bombones y el anuncio del asesinato de Nasralá se aplaude en la playa, Kaananeh aboga por la prudencia. Es “demasiado pronto” para calibrar la capacidad del grupo de pergeñar una represalia espectacular. “Necesita unos días para entender cómo reaccionar. Y, sobre todo, cómo han podido infiltrarse tanto los israelíes. Lo necesitan para poder proteger al próximo líder”, señala.

Daher recuerda que la milicia ―considerada terrorista por EE UU y la UE y que combina pragmatismo con un concepto islamista de la resistencia en el que no cabe la rendición― preserva buena parte de su arsenal, entre ellos misiles guiados como el que lanzó por primera vez la pasada semana contra la sede del Mosad, cerca de Tel Aviv, y fue interceptado.

El temblor de estos 11 días se sentirá en todo Oriente Próximo, sobre todo en Irán. Durante 11 meses, mantenía movilizadas sus piezas (algunas más díscolas; otras, menos) en el tablero geopolítico. Los ataques contra Israel desde distintos puntos ayudaban a Teherán a su principal objetivo: “Mejorar su posición estratégica de cara a la negociación con Occidente”, señala el experto.

Mural con la imagen de Hasan Nasralá, este domingo, en Teherán.Majid Asgaripour (via REUTERS)

Sin aspirar a alcanzar el poderío de la alianza de Israel, EE UU y buena parte de Europa, le servía como carta en la manga que esconder o sacar a conveniencia. Una combinación de milicias en Irak y Siria, los hutíes en Yemen, la Yihad Islámica en Cisjordania… y, por supuesto, la “joya de la corona”: Hezbolá, a la que algunos analistas se solían referir como la bala de plata. Hay que calcular bien cuándo usarla, porque es única y la amenaza de hacerlo es parte de su poder de disuasión.

Hoy, la pólvora de la bala de plata está bastante mojada, lo que deja a Teherán en un lugar delicado. Lo resume Daher: “Hezbolá no es una mera marioneta de Irán. Tiene también sus intereses autónomos. Pero si pierde uno, pierde el otro. Que Hezbolá haya quedado debilitada deja también a Irán debilitado”.

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