Hungría bloquea una declaración de la UE contra el régimen de Lukashenko en Bielorrusia
El Gobierno de Orbán rehúsa criticar al aliado de Putin y apoyar a la oposición bielorrusa en el aniversario de las protestas contra el fraude electoral. Se escuda en que no quiere que la Unión interfiera en asuntos de otros países
El Gobierno del nacionalpopulista húngaro Viktor Orbán se desengancha a pasos agigantados de los consensos europeos. Hungría ha rehusado suscribir una declaración de la UE de rechazo al régimen autoritario del bielorruso Aleksandr Lukashenko en el cuarto el aniversario de las protestas por la democracia que sacudieron Bielorrusia tras el fraude electoral con el que el régimen se mantiene en el poder. Budapest ha rechazado apoyar la ya tradicional declaración...
El Gobierno del nacionalpopulista húngaro Viktor Orbán se desengancha a pasos agigantados de los consensos europeos. Hungría ha rehusado suscribir una declaración de la UE de rechazo al régimen autoritario del bielorruso Aleksandr Lukashenko en el cuarto el aniversario de las protestas por la democracia que sacudieron Bielorrusia tras el fraude electoral con el que el régimen se mantiene en el poder. Budapest ha rechazado apoyar la ya tradicional declaración, muy crítica con Lukashenko, aliado del ruso Vladímir Putin, y alega que no participará en acciones que supongan “injerencia” en otros países, según han explicado varias fuentes diplomáticas a EL PAÍS. Los movimientos de varias capitales para que cambie de idea y respalde la llamada a Lukashenko continúan.
El episodio ahonda la crisis entre la UE y Hungría, el socio más díscolo del club comunitario, el más cercano al Kremlin y el país que suele dilatar la aprobación de las sanciones contra Rusia y Bielorrusia. Pero no solo. Hace unos días, Budapest bloqueó también —en forma de dos declaraciones— la llamada común de la UE a la transparencia sobre los resultados en las elecciones de Venezuela, en las que Nicolás Maduro se ha atribuido la victoria.
Ante el bloqueo del Gobierno de Orbán ―Hungría preside este semestre el Consejo de la UE―, las llamadas de advertencia europeas, en las que se exigía que se publiquen las actas electorales, se emitieron finalmente en nombre del alto representante para Asuntos Exteriores de la UE, Josep Borrell, y no de los 27 miembros de la UE, hasta que Budapest decidió suscribir la última declaración, este domingo pasado.
El caso de Bielorrusia es similar y evidencia el aislamiento cada vez mayor de Orbán en el club comunitario, donde solo cuenta —en ocasiones— con el apoyo del Gobierno del eslovaco Robert Fico, que también ha emprendido una deriva autoritaria, pero más pragmática. Desde el verano de 2020, cuando Lukashenko —que ha gobernado con puño de hierro Bielorrusia desde 1994— reprimió con extrema dureza las protestas tras las elecciones fraudulentas, con miles de detenidos y represaliados, la UE hace una llamada de advertencia a las autoridades bielorrusas y muestra su apoyo al “movimiento democrático” del país, en prisión o en el exilio.
Este año, Budapest rechaza suscribir esa declaración, que todavía se está afinando y que si Hungría no cambia de idea en el último momento, tendrá que emitirse solo, este jueves, en nombre del jefe de la diplomacia europea, explica una alta fuente comunitaria. Parece un elemento más del simbolismo diplomático y burocrático europeo, pero en realidad es otra forma más de Budapest de agrietar el frente común contra el Kremlin, su guerra contra Ucrania y contra otros regímenes autocráticos. Lukashenko logró reprimir las protestas democráticas en 2020 gracias a la ayuda de Putin y el bielorruso permitió a las tropas rusas usar su país como lanzadera para invadir Ucrania.
El gesto sobre Bielorrusia y el régimen de Lukashenko, que la UE considera una amenaza para la seguridad europea —sobre todo tras los episodios en los que ha usado los flujos migratorios desde ese país hacia Polonia y los bálticos para tratar de desestabilizar esos países—, también es otro intento de poner palos en las ruedas en el funcionamiento de la UE.
La relación entre Hungría y la UE vive su peor momento desde que en una autoimpuesta “misión de paz” para Ucrania, Orbán viajó a Moscú, para reunirse con Vladímir Putin, a Pekín para verse con el mandatario chino, Xi Jinping, y a Florida (EE UU) para hablar con el candidato a la presidencia republicano, Donald Trump. Todo durante los primeros días del semestre de la presidencia húngara del Consejo de la UE, en otro gesto que rompe los consensos europeos y se considera desleal desde el punto de vista de los tratados europeos. Ante lo sucedido, Bruselas ha tomado represalias y está boicoteando actos de la presidencia húngara en Budapest.
El malestar se agrandó la semana pasada. En otro gesto de acercamiento al Kremlin, Hungría ha abierto sus visados de trabajo más laxos a rusos y bielorrusos, en una senda que contradice las directrices europeas y que ha causado serias preocupaciones de seguridad en la UE.
La Comisión Europea ha exigido explicaciones a Budapest y ha amenazado al Gobierno de Orbán con tomar medidas —e incluso con aislar al país del espacio de libre circulación Schengen— si considera que esos visados que abren la mano y facilitan la entrada con muchos menos controles a ciudadanos de Rusia y Bielorrusia suponen un riesgo para la Unión, en plena guerra del Kremlin contra Ucrania y cuando los sabotajes y guerra hibrida atribuidos al Kremlin han aumentado en toda Europa.
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