El Gobierno ultraconservador de Polonia arremete contra Alemania para caldear la campaña electoral
El partido Ley y Justicia endurece el discurso contra su vecino occidental mientras Berlín intenta ignorar las provocaciones
Con una guerra al otro lado de la frontera este y una economía tambaleante, la campaña electoral polaca está teniendo un protagonista inesperado: Alemania. O más bien, un antagonista, porque se trata de hablar mal de Alemania, principal socio comercial del país y aliado en la OTAN. Las elecciones legislativas que se celebran en Polonia el próximo 15 de octubre han exacerbado el carácter antialemán del partido u...
Con una guerra al otro lado de la frontera este y una economía tambaleante, la campaña electoral polaca está teniendo un protagonista inesperado: Alemania. O más bien, un antagonista, porque se trata de hablar mal de Alemania, principal socio comercial del país y aliado en la OTAN. Las elecciones legislativas que se celebran en Polonia el próximo 15 de octubre han exacerbado el carácter antialemán del partido ultraconservador Ley y Justicia (PiS), que busca repetir mandato. Los ataques se suceden frente a la mirada impertérrita de Berlín, que con los años se va acostumbrando a que los conservadores agiten el sentimiento antigermano cuando hay que movilizar votos.
Berlín siempre ha estado en el punto de mira de la formación que lidera Jaroslaw Kaczynski. Pero ahora las embestidas son prácticamente diarias. Alemania se suma así a la lista de rivales, encabezada por Bruselas y, sobre todo, por el líder del principal partido de la oposición. Al liberal conservador Donald Tusk lo caracterizan como una marioneta que baila al ritmo que toca Alemania, y en el pasado, también Moscú.
En un anuncio de campaña, Kaczynski ponía a prueba sus dotes de actor contestando a una supuesta llamada de la embajada alemana en la que se le pide volver a fijar la edad de jubilación en los 67 años, donde la había situado un Gobierno de la opositora Plataforma Cívica (PO). “Tusk ya no está aquí y estas costumbres se han acabado”, responde cortante Kaczynski, antes de colgar y golpear el móvil contra la mesa con mirada desafiante a cámara.
En estas elecciones, donde la movilización va a ser clave, atacar a Alemania se ha convertido en uno de los elementos centrales de la campaña. Básicamente porque da rédito. “El porcentaje de polacos que consideran que las relaciones germano-polacas son buenas es el más bajo desde el año 2000″, apunta desde el otro lado de la frontera oeste Kai-Olaf Lang, investigador del Instituto Alemán de Asuntos Internacionales y de Seguridad (SWP). Algo menos de la mitad de los polacos piensa que las relaciones son buenas, aunque a la vez la mitad de los encuestados declara que la culpa es principalmente del Gobierno polaco, añade el experto.
Por más que hayan pasado ocho décadas, la herida de la II Guerra Mundial sigue abierta para parte de la sociedad polaca. Por eso no es de extrañar, según el analista Adam Traczyk, director de la Fundación More in common (Más en común), con sede en Varsovia, “que un partido de derechas nacionalista utilice la carta antialemana y la historia como herramienta política”. Los ejemplos son innumerables. “A veces ataca la posición dominante de Alemania en la UE; otras, denuncia el capital alemán en medios de comunicación polacos; critica a Berlín por colaborar con Rusia en el ámbito de la energía y por la ayuda inadecuada a Ucrania al inicio de la guerra”, detalla el politólogo, y añade: “Y por supuesto, está el gran asunto de las reparaciones”.
Polonia reclamó a Alemania en septiembre pasado 1,3 billones de euros por los daños de la II Guerra Mundial, aproximadamente el doble de su PIB anual. Es un asunto que Berlín da por zanjado, porque Varsovia, entonces un satélite de Moscú, renunció a cualquier compensación en 1953. Aunque la sociedad polaca siente que en Alemania hay conciencia sobre el Holocausto, según Piotr Buras, director de la sede en Varsovia del think tank Consejo Europeo de Relaciones Exteriores (ECFR, en sus siglas en inglés), los polacos también consideran que no hay “suficiente conocimiento sobre las atrocidades que cometieron” al invadir el país vecino.
Las encuestas —que dan una victoria ajustada a PiS, sin mayoría para gobernar—, muestran que en las elecciones del próximo domingo sacar de casa al votante será clave. Al partido de Kaczynski agitar el sentimiento antialemán le sirve para activar a los suyos y tratar de atraer a los de la extrema derecha, de Confederación. Pero que el partido ataque a Alemania y, de paso, a Tusk no es nuevo. En la campaña para las elecciones de 2005, cuando la formación comenzaba su andadura, ya buscaron desacreditar al líder de Plataforma Cívica, al afirmar que su abuelo fue soldado de la Wehrmacht, el ejército del Tercer Reich, y luchó contra Polonia, cuando en realidad fue obligado a enrolarse y desertó.
Alemania, imperturbable
El Gobierno alemán contempla casi imperturbable las constantes acusaciones contra Berlín. Una de las últimas, que el canciller alemán, Olaf Scholz, pretende interferir en la campaña. Scholz se limitó a pedir explicaciones sobre el escándalo de la emisión de visados a cambio de sobornos en consulados africanos y asiáticos de Polonia, que permiten residir legalmente en todo el espacio Schengen. La oposición cuestiona la legalidad de los visados emitidos en un sistema corrupto que concedió entre 2021 y principios de este año 250.000 permisos de trabajo. El Gobierno lo reduce a unos cientos de casos. La crítica alemana coincidió con el anuncio de mayores controles en la frontera este, con Polonia y República Checa, por donde han aumentado exponencialmente las entradas irregulares. Varsovia consideró la declaración de Scholz una ofensa en toda regla.
Desde Berlín, Lang asegura que quienes siguen la actualidad polaca están acostumbrados “a que PiS juegue duro, especialmente en campaña”. Pero para muchos no tan familiarizados con los asuntos internos polacos, “la arremetida contra Alemania es desconcertante y sorprendente”: “En tiempos de guerra, países que son aliados en la OTAN y socios en la UE deberían, al menos, tener cuidado de no cavar más zanjas entre ellos”. El experto apunta que Alemania, por ahora, ha respondido con cautela, ha intentado ignorar las provocaciones y continuar con ofertas de cooperación, como el formato del triángulo de Weimar (una iniciativa creada en 1991 por Alemania, Francia y Polonia para tratar cuestiones de cooperación).
Esta reciente oleada de ataques a Alemania, más furiosos que nunca, tomó impulso al inicio de la invasión rusa de Ucrania, cuando las advertencias que Polonia llevaba años haciendo sobre Rusia resultaron ciertas. Con un creciente capital moral y político en la esfera internacional, Varsovia se vio capacitada para señalar a Berlín por haber colaborado con Moscú y haber puesto así en peligro a Ucrania, e indirectamente, a Polonia. Una campaña electoral profundamente polarizada ha hecho el resto: Alemania se ha convertido en adversario, según el partido en el Gobierno, y Tusk, en su marioneta. Al líder de la oposición se le tacha de traidor y de haber vendido al país a Berlín, por haber colaborado con Angela Merkel en su época de primer ministro y al frente del Consejo Europeo. Y no parece que la situación vaya a mejorar, alerta desde la oficina berlinesa del ECFR el analista Rafael Loss: “Se avecinan una serie de campañas, al Parlamento Europeo, locales, presidenciales, que van a seguir agitando el sentimiento antialemán y el populismo”, lamenta.
Kaczynski, el líder de facto del Gobierno polaco, ha afirmado durante la campaña que Plataforma Cívica “es un partido alemán; no es un partido polaco”; que “Alemania quiere colocar a Tusk en Polonia para privatizar Polonia y vender las propiedades del país”, incluyendo los bosques, lo que impedirá a los polacos coger setas, según sus palabras. También culpa a Alemania de imponer el pacto migratorio de la UE. Kaczynski ha llegado a decir, incluso antes del turbio clima electoral de los últimos meses, que Berlín quiere convertir la UE en un “Cuarto Reich” federal.
En el Ejecutivo, el primer ministro, Mateusz Morawiecki, que estudió y trabajó en el país vecino, comulga con las preferencias políticas de su jefe. El dirigente ha llegado a acusar a Scholz públicamente en la red social X (antes Twitter) de tratar de interferir en los asuntos internos polacos. Este lunes, Morawiecki pasó de los mensajes indirectos en actos electorales y tuits a verse las caras directamente con Tusk —y otros candidatos— en un debate electoral en la televisión pública polaca, donde también apareció el fantasma alemán.
Antes de llegar a estos excesos retóricos que calientan la campaña, el ministro de Educación de PiS decidió el año pasado recortar en dos tercios el presupuesto que sufraga las clases de alemán de la comunidad germana que vive en Polonia. Hubo algunas protestas contra esa decisión, pero en general los polacos reciben acríticamente el chaparrón antialemán. “Esta campaña es tan fuerte, que es difícil dar con una narrativa contraria. Nadie ve ninguna utilidad en defender a Alemania”, señala Buras, que considera “escandaloso” el “nivel de propaganda antigermánica” y asegura que la mayoría de polacos no la comparte. Traczyk opina, como su colega alemán, que la moderación con el vecino del oeste no llegará en los próximos tiempos. “Estamos en campaña permanente”, dice, y señala que incluso si ganase la oposición el próximo domingo, “no esperaría un gran avance”.
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