La ciudad marroquí de Esauira se estremece con el terremoto: “Nunca hemos sentido algo así”
Mientras que en Marraquech continúan las labores de búsqueda de supervivientes, esta localidad de la costa, a 150 kilómetros del epicentro, vuelve a la normalidad tras una noche de desasosiego
En la ciudad marroquí de Esauira tiembla el suelo. Se mueven muebles y se rompen cristales. Las gaviotas vuelan en círculo, graznando nerviosas. La gente grita, presa del pánico. Poco después de las 23.00 del viernes (una hora más en la España peninsular), un terremoto de magnitud 6,8 sacudió Marruecos, causando más de 1.000 muertos y 1.200 heridos, según las últimas cifras del Ministerio del Interior marroquí. En este municipio costero, a 15...
En la ciudad marroquí de Esauira tiembla el suelo. Se mueven muebles y se rompen cristales. Las gaviotas vuelan en círculo, graznando nerviosas. La gente grita, presa del pánico. Poco después de las 23.00 del viernes (una hora más en la España peninsular), un terremoto de magnitud 6,8 sacudió Marruecos, causando más de 1.000 muertos y 1.200 heridos, según las últimas cifras del Ministerio del Interior marroquí. En este municipio costero, a 150 kilómetros del epicentro, el terremoto se sintió con intensidad durante varios minutos y sembró el terror. Los vecinos tuvieron que abandonar sus casas por temor a que sus paredes y techos se derrumbasen, pero finalmente no hubo daños ni tampoco fallecidos.
Esauira se encuentra a 190 kilómetros de Marraquech, que está entre las provincias y las ciudades —junto a Al Hauz, Tarudant, Chichaua y Uarzazat— más afectadas por el seísmo, con edificios que se han desplomado. Tras el temblor, las plazas del municipio costero de Esauira se llenaron de vecinos de la medina (ciudad antigua) que querían ponerse a salvo de posibles réplicas. “Nunca hemos sentido algo así. Estamos inquietos porque no estamos acostumbrados, no sabemos qué hacer”, compartía Adil, que regenta un riad (residencia tradicional marroquí transformado en casa de huéspedes) en la medina. “Lo que tenga que ser, será”, decía, con ese sosiego y esa fe característicos de los marroquíes.
A su alrededor, mujeres y hombres consolaban a sus hijos, que lloraban asustados, y se acordaban de los familiares y amigos de cerca del epicentro, que se ha situado en Iguil, a 63 kilómetros al suroeste de Marraquech y a una profundidad de unos 18,5 kilómetros. Casi todas las personas que se resguardaban en la plaza —locales y extranjeros— hablaban por teléfono, en búsqueda de información. “Ahora estoy un poco más tranquila, pero lo he pasado realmente mal”, comentaba Fatima, una mujer prácticamente ciega, que no alcanzaba a ver lo que ocurría a su alrededor. Entre su hijo Nadil, de ocho años, y su hija Aisha, de 13, se lo explicaban todo. Después de unas dos horas fuera de casa, los vecinos fueron regresando poco a poco a sus hogares. “Yo creo que ya estamos seguros”, afirmaba Adil, el propietario del riad, antes de invitar a sus huéspedes a volver a las habitaciones. “Que sea lo que Dios quiera”.
A la mañana siguiente, Esauira respira tranquila. Los negocios abren sus puertas, los restaurantes sirven tés a la menta y msemens (crepes marroquíes), los vendedores ambulantes llaman a los turistas, que pasean con calma por las estrechas y coloridas calles de la medina. En el puerto, los pescadores exponen su pescado y, en la playa, la gente se baña, toma el sol y surfea. De fondo, la llamada a la oración de alguna mezquita. En esta ciudad costera parece un día cualquiera. “Hoy íbamos a Marraquech, pero al final nos quedamos aquí. Del hotel de allí nos han dicho que mejor vayamos mañana, porque tienen que arreglar algunas paredes”, explican Hyke y Regina, dos viajeras alemanas que buscan la sombra bajo un sol abrasador.
Un barrendero saluda a toda persona con la que se cruza, le pregunta cómo está y le desea suerte. “Pasé miedo, pero gracias a Dios todo está bien. Gracias a Dios que no estamos en Marraquech”, comenta, mientras limpia la basura que dejaron los vecinos cuando esperaban para volver a sus casas. Ahmed Mhamid, un joven bereber que viene del desierto para vender sus productos, durmió en la playa. “De caerme algo encima, solo podía ser agua”, bromea, y reconoce, entre risas, que pasó “mucho miedo” cuando sintió el temblor.
La gran mayoría de los afectados registrados se concentran en la provincia de Al Hauz, el área rural más próxima al epicentro. “Estamos bien. Ahora solo queda ayudar en las tareas de rescate”, afirma aliviado un vendedor de alfombras de la medina de Esauira, y recuerda el terremoto que arrasó Agadir, a 175 kilómetros, en 1961. Dejó entre 12.000 y 15.000 víctimas mortales (cerca de un tercio de la población que tenía entonces la ciudad), 12.000 heridos y al menos 35.000 personas sin hogar.
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