Las potencias pugnan en una carrera tecnológica descarnada. Este es el balance de fuerzas
EE UU lucha por retener su supremacía, China alcanza y supera al líder en muchos sectores mientras la UE se va quedando descolgada
Enormes inversiones, sanciones, proteccionismo, espionaje, nuevos marcos regulatorios, alianzas internacionales, amenazas: las grandes potencias del mundo pugnan en una carrera tecnológica cada vez más descarnada, que abarca sectores clave como la inteligencia artificial, la computación cuántica, las biotecnologías, las energías limpias, el aeroespacial o las telecomunicaciones y que se configura como principal territorio de competición estratégica de nuestra época.
Lo que va del mes de marzo ha ofrecido significativos destellos del alcance y las características de este pulso con consec...
Enormes inversiones, sanciones, proteccionismo, espionaje, nuevos marcos regulatorios, alianzas internacionales, amenazas: las grandes potencias del mundo pugnan en una carrera tecnológica cada vez más descarnada, que abarca sectores clave como la inteligencia artificial, la computación cuántica, las biotecnologías, las energías limpias, el aeroespacial o las telecomunicaciones y que se configura como principal territorio de competición estratégica de nuestra época.
Lo que va del mes de marzo ha ofrecido significativos destellos del alcance y las características de este pulso con consecuencias trascendentales para el balance de poder global, en el que Estados Unidos pugna por conservar su supremacía, China avanza con fuerza, mientras múltiples señales apuntan a que la Unión Europea se va quedando rezagada. “Las democracias occidentales están perdiendo la competición tecnológica global”, concluía un estudio publicado el día 2 por el Instituto Australiano de Políticas Estratégicas (ASPI, por sus siglas en inglés), subrayando el auge chino en el segmento de la investigación en sectores tecnológicos de especial interés.
Ese mismo día, la Administración de Joe Biden añadió un nuevo puñado de empresas chinas a la lista negra de entidades sometidas a límites en la exportación de tecnología sensible, entre ellas unidades del gigante del sector genético BGI, en un nuevo paso de la escalada de medidas restrictivas que Washington viene aplicando frente a Pekín, mientras en paralelo impulsa ingentes subsidios para desarrollar las capacidades nacionales.
El día 6, el presidente chino, Xi Jinping, manifestó la irritación de la potencia asiática ante esta política con una acusación muy llamativa, al consistir en un señalamiento explícito ajeno al estilo del líder: “Los países occidentales, encabezados por Estados Unidos, están implementando una contención, un cerco y una supresión total de China”. Al día siguiente, su nuevo ministro de Exteriores, Qin Gang, lo dejó todo más claro aún: “Si Estados Unidos no pisa el freno y sigue acelerando en el camino equivocado, no habrá barandillas suficientes para prevenir el descarrilamiento, que se tornará conflicto y confrontación”.
El día 9, la Comisión Europea anunció una nueva flexibilización de las normas sobre ayudas de Estado para responder a los subsidios de Washington y competir con ellos. Y el 10, el presidente estadounidense, Joe Biden, y la jefa del Ejecutivo comunitario, Ursula von der Leyen, se reunieron en Washington precisamente para abordar las fricciones generadas entre los socios por aspectos proteccionistas de sus planes de promoción nacional de tecnología verde. Horas antes, en Pekín, el Partido Comunista (PCCh) anunciaba una importante reorganización del Ministerio de Ciencia y Tecnología y la constitución de una Oficina Nacional de Datos.
Estas anécdotas recientes trazan con claridad los contornos de una carrera fundamental. El progreso tecnológico es el cimiento esencial de la prosperidad económica y del poderío militar de las sociedades, como lo es de la estabilidad política ante intentos subversivos externos. Ha sido pues, históricamente, un factor decisivo en la determinación de los equilibrios de fuerza entre naciones y hoy lo es más que nunca, a la vista del ritmo vertiginoso, de la amplitud, la trascendencia de la innovación en sectores estratégicos.
A continuación, una mirada sobre cuál es el balance de fuerzas actual y cómo se libra la pugna para el futuro.
Balance actual de fuerzas
Trazar un balance de fuerzas en el sector tecnológico es una tarea extremadamente compleja. El juicio debe tener en cuenta múltiples elementos en toda la cadena relevante, desde la actividad de investigación al registro de patentes, desde la inversión en I+D pública a la privada, desde la manufactura a la comercialización, desde el establecimiento de entornos de mercado o de estudio propicios hasta la capacidad de conexión con otros países a nivel bilateral, minilateral o en foros internacionales. Todo ello, multiplicado por un amplísimo espectro de sectores relevantes.
“Evaluar el poder en el sector tecnológico es un reto muy difícil. Hay áreas en las cuales hay parámetros objetivables, pese a lo cual no son definitivos. Se puede contar el número de patentes, pero luego cada una tiene un nivel de calidad diferente. Y hay áreas, como por ejemplo la cuántica, donde no hay transparencia, porque las potencias no quieren que se sepa en qué estadio se hallan, porque la discreción puede ser una ventaja”, dice Alice Pannier, experta que dirige el programa de Geopolítica de la Tecnología del Instituto Francés de Relaciones Internacionales.
Aun así, hay un conjunto de datos que permiten conformar un juicio general, aunque este no sea medible con precisión.
Estudios y pronunciamientos de expertos del sector esbozan un área de consenso que puede resumirse de la siguiente manera: Estados Unidos procede de décadas de total supremacía y retiene una posición dominante en sectores clave; sin embargo, el auge chino es fortísimo, ha recortado distancias a gran ritmo, en algunos casos adelantando a Washington y en otros colocándose ya como competidor a la altura; la Unión Europea dispone de significativos activos, pero salvo un cambio importante de dinámica, se quedará sustancialmente descolgada.
“EE UU sigue teniendo ventaja en algunas tecnologías maduras. Fue pionero en la revolución digital y eso tiene un peso todavía hoy. Su masivo y prolongado impulso a la industria de defensa hace que siga siendo líder en tecnología militar”, opina Pannier.
La primera potencia mundial cuenta con empresas líderes no solo en los sectores digitales y de defensa, sino también en biotecnología y otras áreas. Dispone además de universidades y laboratorios que ejercen un gran atractivo mundial, altos niveles de inversión, un entorno de mercado propicio a la innovación y una amplia red de alianzas internacionales.
Pero muchos indicadores apuntan a un fortísimo auge de Pekín. “En una mirada de conjunto, creo que Estados Unidos y China se hallan en una posición similar en capacidades”, dice Raquel Jorge Ricart, investigadora del Real Instituto Elcano especializada en la agenda tecnológica y digital. “Cada vertical tecnológica tiene su balance. Pero considero que en la actualidad están en una situación de empate y que la tendencia, si no se invierte por el camino, conduce a la supremacía tecnológica de China y a que la UE se puede quedar muy descolgada”, considera la experta.
“China ha sabido elevarse a niveles de relevancia mundial en múltiples sectores. Es líder en cuestiones de vigilancia, uso de inteligencia artificial en espacios públicos. En el entorno digital también ha dado un salto enorme, y ahora es un competidor que amenaza la primacía de Estados Unidos”, apunta Pannier.
La lista de fortalezas de Pekín es nutrida. Por ejemplo, está claramente por delante de Estados Unidos en el despliegue del 5G —teniendo aquí como principal competidor dos empresas europeas, Ericsson y Nokia, que, señala Jorge Ricart, “necesitan más apoyo público”—.
Ben Cahill, investigador sénior del Centro para Estudios Estratégicos Internacionales, experto en materia de seguridad energética, destaca cómo China “domina algunas partes de la cadena de suministro para eólica, solar y baterías”. “Han estado construyendo su posición de ventaja en décadas, y no será posible cancelar la dependencia occidental de repente. Será necesario un esfuerzo prolongado”, añade.
Cahill apunta a otro segmento clave donde China dispone de posición dominante: “La de los minerales críticos es una cuestión fundamental”, comenta durante una conversación mantenida esta semana en Madrid. “El problema no es tanto dónde se encuentren, ya que se hallan en muchas partes, sino la capacidad de procesamiento, de refinamiento, que los convierten en útiles y que es donde China tiene una posición dominante. Esto no se va a poder cambiar de repente. Es un proyecto de largo plazo. Requerirá un esfuerzo prolongado de décadas”.
Un informe del Belfer Center de la Universidad de Harvard concluye que China ya ha superado a Estados Unidos en comunicación cuántica, y que ha reducido rápidamente la ventaja estadounidense en computación cuántica.
Incluso en el fundamental sector de la defensa hay algunas áreas específicas, como la de las armas hipersónicas, en las que China tiene ventaja, según reconocen líderes estadounidenses.
El informe recientemente publicado por el ASPI —financiado por el Departamento de Estado de EE UU— se centra en un parámetro muy importante, la publicación de estudios influyentes en 44 sectores tecnológicos críticos, considerando en cada uno de ellos el decil de publicaciones más referenciadas. El resultado es que China tiene la primacía en 37 de los 44 apartados, con Estados Unidos dominando los otros siete. Entre los países europeos, despuntan Reino Unido, Alemania y, en menor medida, Italia y Francia. Entre los asiáticos, India, Japón y Corea del Sur. Pero todos ellos a clara distancia de los dos titanes.
Naturalmente, el interés de las investigaciones publicadas no es sinónimo de poderío tecnológico. Para ello es esencial el traslado a la vida real. Pero es evidente que la investigación es la base sobre la que se construye ese poderío, que las publicaciones más referenciadas son aquellas que más tienden a dar pie a patentes, y que de las patentes se suele dar el salto a la manufactura industrial. El informe, además, estudia el flujo de investigadores, para concluir que los centros chinos atraen un número significativo de personas procedentes de otros países.
Son multitud los indicadores que corroboran el poderoso auge chino, como la inversión en I+D —en la cual, según las comparativas de la OCDE, ya ha superado a la UE— o la pujanza entre el plantel de empresas con mayor vitalidad investigadora. Según un recuento de la Comisión Europea, un 27% de las 2.500 empresas con mayor inversión en I+D son chinas, casi el doble que la UE. En valores absolutos, la inversión es similar. Estados Unidos retiene la supremacía en estos indicadores. Pero la tendencia a favor de China parece inexorable.
Una estimación publicada por la Fundación para la Innovación y la Tecnología de la Información de Estados Unidos también refleja el enorme ascenso chino, concluyendo que en valores absolutos, China ya dispone de un mayor potencial innovador con respecto al país norteamericano, utilizando como parámetros la inversión en I+D, capital para emprender, capital humano o patentes.
En este panorama, la UE se perfila como un actor de segundo nivel. “Europa tiene capacidades notables en algunos nichos. Por ejemplo en máquinas para diseñar semiconductores, equipamiento 5G o en algunas áreas de diseño de software”, dice Pannier. Hay otras áreas en las que Europa dispone de actores que compiten estupendamente a escala mundial.
“Pero, en una mirada de conjunto, no se puede comparar con los dos gigantes, es un poco doloroso”, concluye Pannier.
Hay por supuesto otros actores significativos. Países como Japón o Corea del Sur disponen de significativas fortalezas tecnológicas. Pero, como señala Jorge Ricart, sus capacidades sectoriales no tienen visos de traducirse en competitividad sistémica por falta de tamaño. La India empieza a disponer de capacidades notables. Tiene las dimensiones para, en el futuro, convertirse en un actor sistémico. La suspicacia de Estados Unidos hacia China puede favorecerla, por ejemplo atrayendo la instalación de empresas tecnológicas occidentales en su territorio que afiancen capacidades manufactureras y de mano de obra local. Sin embargo, le queda un recorrido amplio para competir a la altura de los principales actores al mismo nivel.
Cómo se libra la pugna
Ante esta relación de fuerza en capacidades, las potencias se mueven en una gran competición para situarse bien en el futuro. Esta tiene distintos ejes.
“Una de las tendencias clave es el gran impulso público a la industrialización en áreas sensibles con la activación de ingentes subsidios”, comenta Jorge Ricart. El renovado activismo en este sector en gran parte de las democracias occidentales es sin duda un rasgo definitorio central.
Mientras China desarrolla desde hace tiempo —y especialmente desde 2015, con el lanzamiento del plan Made in China 2025— poderosas políticas públicas dirigidas a desarrollar su fortaleza tecnológica, los países occidentales habían dejado en gran medida en manos de empresas e instituciones privadas esa labor, limitándose a cuidar marcos propicios de investigación y mercado. Sin embargo, varios factores han espoleado un giro radical.
La constatación del auge chino indujo a Estados Unidos a reaccionar para preservar su posición de ventaja desde hace más de una década, con el pivote hacia Asia que promovía el entonces presidente, Barack Obama. “Pero después otros elementos hicieron que lo que era una rivalidad bilateral centrada en tecnología relevante para el ascenso militar y económico asumiera una relevancia más global”, dice Pannier.
“En la década pasada China desarrolló mucho su sector tecnológico, con capacidades digitales, de vigilancia, de inteligencia artificial que han asombrado al mundo, mientras, en paralelo, se iba tornando un régimen cada vez más autoritario. Esto espolea una reflexión sobre la dependencia de China. Un momento clave de esta nueva fase global es cuando, antes de la pandemia, Estados Unidos se activa para frenar el despliegue del tecnología 5G de Huawei, señalando posibles riesgos de seguridad”, prosigue la experta.
“Después, la propia pandemia evidenció el riesgo de la disrupción de cadenas de suministro, que puede tener razones políticas o naturales, y esto contribuye a convencer a muchos de la necesidad de reindustrializar para no depender tanto”, apunta Pannier. Esa cadena de acontecimientos conduce a la reacción occidental, muy fuerte en el caso de Estados Unidos, pero notable también de la UE.
En materia de impulso al desarrollo tecnológico y relativa industrialización nacional, Estados Unidos aprobó el año pasado dos poderosos paquetes de estímulos en materia de tecnología verde (por valor de 350.000 millones de euros) y microchips e investigación (265.000 millones). El gigantesco plan pandémico anterior incluía a su vez algunas inversiones en infraestructuras que pueden ser beneficiosas en la carrera tecnológica.
La UE también se ha activado con vigor en esta carrera de inversiones. Parte importante de los fondos pandémicos financiados con endeudamiento común van dirigidos a inversiones verdes y digitales; Bruselas, por otra parte, ha lanzado una iniciativa en materia de microchips, y va perfilando otras en el sector de tecnologías verdes. Algunas provisiones estadounidenses de carácter marcadamente proteccionista, que amenazan con discriminar a productos europeos, han provocado serias tensiones entre Washington y Bruselas.
Otras importantes economías, por supuesto, también se mueven con creciente intensidad en el sentido de apoyar el desarrollo de capacidades tecnológicas nacionales.
De la mano del impulso interno va otro gran eje de acción. “Una segunda tendencia clave es la reorganización de las cadenas de suministro mundiales”, observa Jorge Ricart. Entre otras cosas, esto implica reubicar la manufactura de productos y componentes sensibles así como consolidar las vías de abastecimiento de las materias primas necesarias para los desarrollos tecnológicos. Es un gran juego que supone reformular relaciones con países relevantes desde el punto de vista minero o manufacturero.
La Administración de Biden empuja con vigor una amplia desconexión de China, aunque un desacople completo sea inviable, mientras en la UE, de momento, el consenso mayoritario opta por el más prudente concepto de reducción de riesgos. Ambos se han activado para reducir la dependencia de China en la cuestión de las materias primas, y Biden y Von der Leyen anunciaron tras su reunión que las dos partes trabajarán en un acuerdo de libre comercio limitado a este sector que pretende, entre otras cosas, reducir el enfado europeo por las medidas proteccionistas estadounidenses.
Hay además un tercer eje de pugna, el más polémico, el de las restricciones del acceso de China a tecnologías clave que impulsa Washington. La operación se ha centrado sobre todo en el sector de los microchips, esencial para avanzar en muchas de las áreas estratégicas señaladas, y se ha diseñado de manera conveniente para impedir las exportaciones a China incluso por parte de empresas extranjeras cuando el producto en cuestión tenga algún componente material o intelectual estadounidense, como suele ser el caso en los microchips avanzados.
Washington sostiene que estas medidas pretenden “proteger la seguridad nacional y prevenir que tecnologías sensibles con aplicaciones militares sean obtenidas por los servicios de seguridad, de inteligencia y militares de China”, según afirmó el subsecretario de Comercio estadounidense, Alan Estevez, con ocasión de la aprobación de las restricciones a las exportaciones de microchips.
“China invierte mucho para desarrollar capacidades de supercomputación y convertirse en líder mundial en inteligencia artificial en 2030. Usa estas capacidades para controlar a su propia ciudadanía e impulsar su modernización militar. Nuestras acciones protegerán la seguridad nacional, intereses de política exterior, mientras envían un mensaje claro de que el liderazgo tecnológico de Estados Unidos tiene que ver con valores además de con innovación”, dijo Thea D. Rozman Kendler, también alto cargo del Departamento de Comercio.
La Casa Blanca, además, presiona para que países aliados con alta capacidad tecnológica acompañen su maniobra para multiplicar la eficacia, y por ejemplo, Países Bajos y Japón, Estados con empresas clave en el sector, han señalado su disposición a secundar la política restrictiva.
Frente a los argumentos de Washington, como manifiesta el propio Xi Jinping, Pekín solo ve un intento indiscriminado de contener el ascenso de su país. En estas circunstancias, el PCCh refuerza una respuesta de política tecnológica e industrial cada vez más centralizada. Entre las decisiones anunciadas el viernes, se halla una reconfiguración del Ministerio de Ciencia y Tecnología para potenciar su alcance y concentrarlo en cuestiones de alta tecnología. Un comité de ciencia y tecnología bajo control del partido será instituido en el ministerio, y también se instituirá una Oficina Nacional de Datos. El apoyo público a una creciente autonomía en materia de microchips es absoluto.
A estos tres ejes muy musculares y evidentes se suman otros, como el pulso para ir plasmando de forma favorable normas y estándares internacionales en materias delicadas, lograr a lo largo de toda la cadena sensible la cooperación de cuantos más países sea posible frente a los adversarios o atraer talento.
El resultado de esta competición plasmará de manera fundamental el siglo XXI.
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