En busca de un techo o con horizonte más estable: las dos caras del destierro nicaragüense en Estados Unidos

Los 222 presos políticos expulsados son un grupo muy variopinto, con personas de diferentes estratos sociales y económicos. Pero en todos prevalece un sentimiento: “El que quiere a su familia no desea esto”

Presos políticos excarcelados seleccionan ropa y otros víveres donados por grupos de la diáspora nicaragüense en EE UU, el pasado 11 de febrero.Miguel Andres

A Yubrank Suazo todavía le cuesta dormir. Han pasado ya 15 días desde que el régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo decidió desterrarlo, junto a otros 221 presos políticos, a Estados Unidos en un vuelo chárter que aterrizó en el Estado de Virginia. La llegada a la “libertad” —com...

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A Yubrank Suazo todavía le cuesta dormir. Han pasado ya 15 días desde que el régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo decidió desterrarlo, junto a otros 221 presos políticos, a Estados Unidos en un vuelo chárter que aterrizó en el Estado de Virginia. La llegada a la “libertad” —como le llaman estos exdetenidos a lo sucedido— resultó primero “increíble”. Muchas emociones que procesar que, al mezclarse con el trauma de las torturas que sufrieron durante el encierro en Nicaragua, impedían conciliar el sueño. Con el paso de las semanas, el líder social originario de la ciudad de Masaya duerme más, pero hay una angustia que no lo suelta: ¿cómo rehacer su vida en este país que no habla su idioma? ¿Hasta cuándo podrá quedarse en la casa de sus amigos de Miami que lo acogieron?

“Ha sido traumático, verdaderamente traumático”, cuenta Suazo a EL PAÍS el pasado domingo en las afueras de la iglesia de Santa Ágata, en Miami, donde asistió con otros presos desterrados a la homilía del obispo exiliado Silvio Báez, quien también fue despojado de su nacionalidad por el régimen. “El presidente Joe Biden, su Gobierno y la comunidad nica en este país nos han dado acompañamiento a nuestra llegada, pero ahora nos toca tener la mente clara para tomar decisiones. Sin embargo, antes tenemos que sanar este duelo y eso me permitirá tener claridad para tener un nuevo plan de vida. Estoy iniciando de cero nuevamente y quiero estar lo mejor posible emocionalmente”, sigue Suazo, cuya voz se entrecorta cuando piensa en su ciudad natal, uno de los bastiones de las protestas sociales de 2018 en Nicaragua.

Yubrank Suazo sale del hotel en Virginia al que llegó el día que fue desterrado.Miguel Andres

El joven ha sido dos veces preso político de los Ortega-Murillo. Este último encierro lo condujo al destierro y a una situación parecida de reinvención que experimentó en 2018, cuando paramilitares sandinistas incendiaron la casa de su familia en Masaya. Fue una experiencia difícil, pero ahora rehacer su vida en Estados Unidos le resulta más “duro”.

“He estado preso dos veces y me tocó vivir aislamiento en las celdas de castigo, pero lo más doloroso y más traumático ha sido dejar mi casa, a mis padres, mi familia, mis amigos, mi entorno…”, afirma. Su entorno estaba vinculado con la cultura de Masaya, la “capital del folclore nicaragüense”, donde su familia fabricaba hamacas de manila. En julio de 2019, al ser liberado por primera vez, decidió usar la manila que tanto conocía desde niño para confeccionar bolsos de mujer para vender.

“¿Ahora podré hacer eso mismo en Estados Unidos?”, se pregunta. Es algo que no sabe. Por ahora su prioridad en el destierro es encontrar un techo que no sea de acogida, sino de alquiler, algo relativamente propio… “La prioridad de todos los presos políticos, creo, es la misma mía: conseguir estabilidad, un hogar. Muchos no tenemos casa, una dirección fija, para registrarla en el trámite migratorio del Parole”, explica Suazo, en referencia al programa humanitario del Gobierno de Biden que los cobija, el cual tiene como requisito una dirección física.

Los 222 presos políticos desterrados se han desgranado por todo Estados Unidos. Según el Departamento de Estado, Florida ―y más concretamente Miami― ha sido el Estado en el que más reos se han instalado: 67, seguido de California con 22, Maryland con 36 y 14 en Virginia. El resto están esparcidos en otras ciudades.

Quienes no tienen familiares que los reciban —ni amigos como los tiene Suazo, un líder político intermedio— han sido ubicados por ONG en familias de acogida. Muchos por tiempo limitado, como Gabriel Eliseo Sequeira García, quien junto a otros compañeros de celda del penitenciario La Modelo vivirá tres meses en un pequeño apartamento prestado en California, hasta que les emitan el permiso para trabajar y poder pagar una renta.

Gabriel Eliseo Sequeira, detenido en La Modelo desde 2020, el 11 de febrero en Washington.Miguel Andres

En Miami, un puñado de religiosos católicos desterrados, entre sacerdotes, seminaristas y diáconos, se acomodan en un apartamento que una familia nicaragüense dispuso. La casa tiene lo básico y ellos duermen en colchones, reciben donaciones de la comunidad exiliada y esperan tener un rumbo más claro de sus destinos en los próximos meses. Quienes están en más aprietos son ciudadanos y opositores sin liderazgos visibles, gente que fue la base en las calles durante las protestas; gente más humilde que no tiene familiares en Estados Unidos. De hecho, el avión del destierro fue el primer vuelo de sus vidas, la primera vez que salían de Nicaragua.

Panorama más amable

Los líderes políticos más reconocidos no lo tienen fácil, pero sí un panorama más amable en términos logísticos. Algunos cuentan con familiares arraigados en Estados Unidos desde hace décadas que los han acogido de inmediato. Otros, como empresarios, pueden asumir una renta con mayor soltura, o quienes hablan inglés adaptarse más rápido a Estados Unidos.

Los 222 presos políticos son un grupo muy variopinto, con personas de diferentes estratos sociales y económicos, por lo que no se puede generalizar sobre su situación. Por ejemplo, Félix Maradiaga y Juan Sebastián Chamorro tuvieron un hogar en el destierro: hace un par de años sus esposas, Berta Valle y Victoria Cárdenas, respectivamente, tuvieron que asilarse en Estados Unidos porque fueron acusadas de “traición a la patria”. Ellas tuvieron tiempo de reclamar la liberación de sus maridos y de acomodarse en el exilio. Un techo y estabilidad significa poder tener tiempo para seguir en el destierro el activismo a favor “de la liberación de Nicaragua” o de plano trabajar para vivir.

“Yo te voy a decir algo”, dice a EL PAÍS Denis García Jirón, originario de Managua y veterinario de profesión. “El que quiere a su familia no desea esto. Y creo que todos nosotros, los presos políticos sin distingo, hemos sufrido; sin importar que tengamos casa o no aquí, no queremos esto. Todos dejamos atrás padre, hijos, esposas, tíos, y hermanos que nos aman y amamos. Cada quien con sus posibilidades se buscará la vida aquí. Es lo que nos toca”.

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