Más nicaragüenses que nunca

Ortega y Murillo pretenden determinar quiénes merecen ser nicaragüenses y quiénes no. Vienen a decir “la patria soy yo”, o “somos nosotros”: el primer atributo de los regímenes totalitarios

Algunos de los presos políticos liberados por el régimen de Daniel Ortega, el pasado 15 de febrero, en Miami (EE UU).Lynne Sladky (AP)

Hoy en esta newsletter hablamos de patria. La palabra es un significante vacío desde mucho antes de que el teórico político argentino Ernesto Laclau acuñara esa noción. Desde siempre, en realidad, y el intento de llenar ese vacío ha dado lugar a un gran repertorio de esperpentos históricos. El último lo encarnan dos gobernantes que llevan años torturando el concepto de patria, al igual que el de pueblo. En definitiva, el de demo...

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Hoy en esta newsletter hablamos de patria. La palabra es un significante vacío desde mucho antes de que el teórico político argentino Ernesto Laclau acuñara esa noción. Desde siempre, en realidad, y el intento de llenar ese vacío ha dado lugar a un gran repertorio de esperpentos históricos. El último lo encarnan dos gobernantes que llevan años torturando el concepto de patria, al igual que el de pueblo. En definitiva, el de democracia. El régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo ordenó ayer despojar de la nacionalidad nicaragüense a 94 ciudadanos, escritores, intelectuales, activistas políticos y periodistas. La vileza, que incluye la confiscación de sus bienes, se explica sola. Pero al mismo tiempo esta venganza da una idea de la perversión del mensaje de fondo. Ortega y Murillo determinan quiénes merecen ser nicaragüenses y quiénes no. Vienen a decir “la patria soy yo”, o “somos nosotros”: el primer atributo de los regímenes totalitarios.

En cualquier caso, estos días lo menos importante es lo que pretenden ser los jerarcas del sandinismo. Saber que no representan ninguna patria, que sus farsas electorales les desautorizan y que pisotearon la revolución que derrocó a Somoza no es más que una constatación. Lo que importa es que más de 300 personas han perdido su nacionalidad por oponerse al régimen. La semana pasada el aparato de Ortega y Murillo sacó de la cárcel a 222 presos políticos, les embarcó en un vuelo charter y los envió a Washington. Una buena noticia, sin duda, a la que siguió un ajuste de cuentas. Bastó una reforma exprés de la Constitución para declararlos “apátridas”.

El Gobierno de España ofreció la nacionalidad a este grupo, en el que se encontraban Dora María Téllez, la Comandante Dos de la revolución sandinista, los hermanos Cristiana y Pedro Joaquín Chamorro o el líder estudiantil Lesther Alemán. Un gesto de grandeza frente al odio demostrado por el régimen. El obispo Rolando Álvarez se negó a abordar el avión y fue castigado con una condena de 26 años de cárcel. Pero ayer Ortega y Murillo reincidieron. Entre los 94 nicaragüenses despojados de nacionalidad están los escritores Sergio Ramírez y Gioconda Belli, el obispo Silvio Báez, la feminista Sofía Montenegro, la defensora de derechos humanos Vilma Núñez y los periodistas Carlos Fernando Chamorro y Wilfredo Miranda, colaborador de EL PAÍS. Todos ellos son hoy más nicaragüenses que nunca y sus voces, junto también a la de nuestro compañero Carlos Salinas Maldonado y a la de tantos otros, las más valiosas para denunciar ante el mundo una deriva sin freno.

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