¿Qué demonios le pasa al Reino Unido?

El antiguo asesor del ex primer ministro Tony Blair analiza cómo el Brexit desencadenó el hundimiento de la reputación de la política británica

Boris Johnson se despide de su equipo tras pronunciar en Londres su último discurso como primer ministro, el 6 de septiembre de 2022.JUSTIN TALLIS (AFP)
Alastair Campbell

“Nuestra política es respetada en todo el mundo”, dijo Liz Truss en los últimos días de su mandato, mientras intentaba aferrarse al poder y apelaba a la unidad de su partido dividido y de su Gobierno en ruinas. El problema para ella era que, mientras hablaba, sus diputados estaban llegando a la conclusión de que, por mucho que se respete la política del país, a ella no se la respetaba. Se habían dado cuenta de lo que muchos de nosotros les habíamos advertido durante meses... habían elegido a una i...

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“Nuestra política es respetada en todo el mundo”, dijo Liz Truss en los últimos días de su mandato, mientras intentaba aferrarse al poder y apelaba a la unidad de su partido dividido y de su Gobierno en ruinas. El problema para ella era que, mientras hablaba, sus diputados estaban llegando a la conclusión de que, por mucho que se respete la política del país, a ella no se la respetaba. Se habían dado cuenta de lo que muchos de nosotros les habíamos advertido durante meses... habían elegido a una inútil como líder, y como resultado, se convirtió en la persona que ha liderado el Gobierno de forma más efímera de nuestra historia.

Es verdad que la política británica fue respetada. En tiempos pasados. Nuestra democracia y tradiciones parlamentarias, la vitalidad de sus debates, la expectativa de que los políticos debían decir la verdad, y si no lo hacían, debían dimitir; la calidad de los líderes políticos que llegaron a la cima; la relativa ausencia de corrupción en comparación con otros países; el compromiso absoluto con el Estado de Derecho.

Debido a que muchos de los principios que hemos dado por sentados durante tanto tiempo han desaparecido, el respeto por nuestra política, tanto en nuestro país como en el extranjero, está en el espejo retrovisor. La mentira se ha normalizado; la corrupción y el amiguismo se han normalizado; el Estado de Derecho y las instituciones diseñadas para hacer que los políticos rindan cuentas se han socavado deliberadamente. Boris Johnson se vio obligado a abandonar su cargo no porque fuera un mentiroso y un infractor de la ley, dos hechos establecidos desde hace mucho tiempo en la mente del público, sino porque los diputados tories ya no lo veían como un ganador. Ahora que Truss y su minipresupuesto kamikaze, basado en recortes de impuestos sin financiación y en la incontinencia fiscal, han destrozado las hipotecas y las pensiones de los ciudadanos, se ha regalado a la oposición laborista una ventaja en las encuestas inimaginable hasta ahora. Así que ella también tenía que irse.

La misma falta de conciencia de sí misma que le hizo pensar que estaba a la altura de ser primera ministra está infectando ahora a Johnson y a sus partidarios, que creen que puede volver, a pesar de haber degradado el cargo, y a pesar de que se está investigando si mintió al Parlamento sobre sus fiestas durante el estado de alarma. Esto plantea la tentadora posibilidad de que vuelva a Downing Street, solo para ser forzado a salir de nuevo cuando la investigación concluya.

En los últimos días, a veces he tenido que apagar el teléfono, tan numerosos han sido los mensajes del extranjero preguntando “¿qué demonios le ha pasado a tu país?”.

Una palabra para explicar el declive: Brexit

Como ocurre con cualquier acontecimiento o tendencia importante, no hay una respuesta sencilla. Pero si se me permitiera una sola palabra para explicar cómo hemos llegado hasta aquí, esa palabra sería Brexit.

El referéndum del 23 de junio de 2016 fue uno de esos momentos en los que un país elige su propio declive. Ahora se ha comido a cuatro primeros ministros, David Cameron, Theresa May, Boris Johnson y Liz Truss, con un quinto que llegará dentro de unos días. Cinco primeros ministros en seis años, cuatro ministros de economía en cuatro meses; este es el tipo de cambio sobre el que los conservadores solían hacer bromas en relación con Italia o las repúblicas bananeras del Tercer Mundo. Ahora son los que se ríen de nosotros en todo el mundo. Cuando el expresidente ruso Dmitri Medvédev tuitea que una lechuga ha sobrevivido a Truss, se percibe que a nuestro país no se lo toma tan en serio como antes.

Gracias al Brexit, a Boris Johnson y a Liz Truss, no solo hemos asistido al hundimiento de nuestra economía, sino al de nuestra reputación mundial. Ahora, los mismos que nos dieron los dos peores primeros ministros de nuestra historia dicen que son ellos los que nos darán el próximo, que debemos confiar en los diputados tories para reducir el número de candidatos a dos, y luego permitir que los miembros del partido que nos dieron a Truss tengan la última palabra.

Hay algo muy apropiado en el hecho de que Johnson entre en el caos dejando correr las especulaciones de que buscará ser primer ministro de nuevo a pesar de haber sido expulsado de Downing Street tan recientemente. Porque el punto de inflexión en la decadencia que han elegido nuestra política y nuestro país llegó gracias a él, a sus mentiras y al Brexit que han impulsado, y al hecho de que nadie haya tenido que rendir cuentas por ellas, o que el Brexit que se prometió tenga poca relación con el Brexit que tenemos ahora.

Es una prueba de su éxito en la degradación total de los estándares de la vida pública que alguien pueda siquiera empezar a imaginar que él, un mentiroso y un infractor de la ley probados, al que el escándalo siempre se unirá, debería ser la respuesta a los enormes desafíos a los que se enfrenta actualmente el país. Pero es una prueba de las profundidades en las que se ha hundido nuestra política. Esa es la mala noticia.

La buena noticia es que, como resultado del caos político y de la catástrofe económica que han creado, los tories están seguramente acabados. Después de 12 años de un programa de austeridad injusto, un Brexit caótico y autodestructivo, y ahora la bola de demolición del minipresupuesto, el país siente que ha tenido suficiente. Las posibilidades de un Gobierno laborista han aumentado notablemente. Eso, más que cualquier valoración genuina del interés nacional, explica la desesperación de los tories por evitar unas elecciones generales que tantos piden. Están acabados. Y son unos ilusos si no pueden verlo.

Los tiempos serios requieren un Gobierno serio. Los tories, basándose en el espectáculo de horror que se está desarrollando ante los ojos del mundo, simplemente no pueden proporcionarlo.

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