La industria militar rusa se juega su futuro en Ucrania

El aislamiento del Kremlin y la competencia de países como China, Francia y EE UU amenazan al segundo exportador de armas del mundo

Un soldado ruso dispara un misil antitanque en Ucrania, en una imagen del 29 de agosto distribuida por el Ministerio de Defensa de Rusia.AP

En la ofensiva en Ucrania, la industria militar rusa se juega la marca y el prestigio que alcanzó durante la Guerra Fría. Aviones, helicópteros, carros blindados y mucha artillería combaten frente a frente en los mayores combates que ha visto Europa desde la II Guerra Mundial. La potencia de esas armas no solo se mide en el campo de batalla, sin embargo. El aislamiento del Kremlin puede afectar al sector. Rusia, el segundo mayor exportador de armas del mundo, no sol...

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En la ofensiva en Ucrania, la industria militar rusa se juega la marca y el prestigio que alcanzó durante la Guerra Fría. Aviones, helicópteros, carros blindados y mucha artillería combaten frente a frente en los mayores combates que ha visto Europa desde la II Guerra Mundial. La potencia de esas armas no solo se mide en el campo de batalla, sin embargo. El aislamiento del Kremlin puede afectar al sector. Rusia, el segundo mayor exportador de armas del mundo, no solo se enfrenta a las sanciones. China, Francia y, sobre todo, Estados Unidos, son duros competidores para Moscú en un mercado en el que al comprar un arma, un Gobierno adquiere también alianzas e imagen.

“Lo primero que hay que comprender es por qué se adquieren armas: o bien para combatir, o para llenarse los bolsillos, o por política”, recalca en su oficina Ruslán Pújov, miembro del Consejo Público del Ministerio de Defensa de Rusia y director de la revista Eksport Vooruzheny del centro de análisis estratégicos CAST. “Sin comprender esto, es imposible entender nada más”, subraya en una conversación con EL PAÍS. “Si Rusia no logra completar con éxito su operación especial en Ucrania, perderá mercado. Si logra el triunfo en algún momento, las ventas continuarán”, añade.

“Rusia se hizo un nombre como potencia exitosa y agresiva. Alemania se ha hecho una identidad como país amante de la paz. A pesar de que para muchos el armamento alemán es muy bueno, no es lo mismo. Al final, cuando un político compra armas a [el presidente ruso, Vladímir] Putin, proyecta la imagen de un macho man, mientras que con [la excanciller, Angela] Merkel o [Olaf] Scholz... Esto no es un criterio definitorio al 100%, pero es importante no olvidarlo”, recalca Pújov.

El experto lo ilustra con un ejemplo: “El AK-47 Kaláshnikov es, con el vodka Stolichnaya, el producto más conocido de Rusia. Es un mito, un éxito colosal de marketing, la automática que liberó África y Latinoamérica... y muchos la compran hoy pese a que ha envejecido y hay armas iguales o mejores”, afirma. En contraposición, hay casos como el de Grand Power, una compañía eslovaca “excepcional que fabrica ametralladoras fantásticas”, pero que “solo los expertos conocen”.

En este sector casi todo es política e influyen muchos factores. Pújov cita al fallecido Konstantín Makiyenko, experto militar que también distinguía entre los países que compran armas como compromiso por formar parte de una plataforma mayor —la OTAN, por ejemplo— y quienes adquieren a través de ellas la protección del hermano mayor, como Israel y Arabia Saudí con EE UU, o Siria con Rusia. Por ello, el aislamiento del Kremlin podría suponer otro golpe para su industria.

China e India, de clientes a potencias

Los problemas de la industria de las armas rusas vienen, sin embargo, de lejos. Rusia poseía en el periodo 2017-2021 un 19% de la tarta del mercado armamentístico internacional, frente al 24% del periodo 2012-2016, según el Instituto Internacional de Estocolmo para la Investigación de la Paz (SIPRI). Su volumen de ventas se desplomó entre ambos lustros un 26% debido, en parte, a las turbulencias provocadas por la anexión de Crimea en 2014. Y esa caída coincide con la prevista para este mismo año por la agencia Rosoboronexport, que estima que en 2022 facturará unos 10.600 millones de euros, un 26% menos que en 2021.

“No invertiría en Rusia. Los problemas de su industria armamentística se han vuelto ahora más visibles”, afirma por videoconferencia Siemon Wezeman, investigador del programa de Transferencia de Armas del SIPRI. “Parte de su tecnología ha quedado desfasada. Sus prototipos de los últimos 10 años no están en el campo de batalla”, señala, y pone como ejemplo el carro de combate Armata y la aparición testimonial del caza de quinta generación Su-57. “La mayoría de las armas empleadas son de origen soviético o diseños de aquella época”, recalca el experto.

Además, los analistas apuntan a que Moscú negociará en secreto con sus clientes quedarse con las armas que habían sido comprometidas, para poder reponer sus pérdidas. Sustituir aviones, por ejemplo, puede suponer mínimo dos años, incluso si cuenta con recursos suficientes.

El problema ruso es que concentra un 73% de las ventas en cuatro países: India, China, Egipto y Argelia. “Parte de nuestro éxito se ha debido a que los estadounidenses nos arrojaban los clientes. No venden ni a Siria, ni a China, y durante mucho tiempo tampoco lo hacían a Argelia. Rusia llena el vacío que deja EE UU”, apunta Pújov.

China e India, mercados pujantes

La cuestión ahora es que Pekín ha alcanzado tecnológicamente a Rusia y pasa gradualmente de cliente a vendedor. Nueva Delhi, su gran negocio, quiere ser independiente. “India comenzó antes de la operación militar a ir por el mundo de compras, a EE UU, a Israel, y para los rusos ha sido un gran trauma”, señala.

“Cuando Rusia cayó bajo las nuevas sanciones, los estadounidenses contactaron con ellos para decirles que no nos compraran armas, pero a los indios no les gusta que los blancos les ordenen, fueron demasiado tiempo una colonia. Al final, Washington se ha rendido y seguimos exportándoles armas, pero con descuentos, como con el petróleo”, añade Pújov.

“La competencia por el mercado indio es alta, pero Rusia parte con ventaja”, apunta por teléfono el investigador militar Piotr Topychkаnov. “Ningún otro país quiere compartir con ellos sus avances estratégicos y la mayor parte de su arsenal fue fabricado o en Rusia o en la URSS”, añade. Aunque el país quiere desarrollar su propia tecnología, este objetivo es inviable económicamente por ahora.

La mitad de las ventas militares rusas las componen aeronaves. El proyecto estrella es el caza de quinta generación Su-57, un proyecto conjunto con India, pero Nueva Delhi se retiró en 2018 al considerar que estaba desfasado. Al menos un par de aparatos han sido derribados en los últimos meses en Ucrania.

“No es solo el avión, es su integración en una red mayor, sus sistemas de comunicaciones y armas, sus mejoras”, explica Wezeman. “Estos programas tienen que durar 20 o 30 años desde ahora. ¿Podrá Rusia mantenerlos? Hay muchas dudas”, agrega el experto del SIPRI, que también hace hincapié en que ahora las sanciones intimidan a los potenciales compradores de equipo ruso. En cualquier caso, recalca que Rusia tiene armas buenas, como el helicóptero Ka-52, y que la electrónica básica la puede producir el país.

De política exterior a negocio

Pújov remarca que el mercado armamentístico ha evolucionado en las últimas dos décadas, desde el antiguo modelo de la Guerra Fría, donde era la continuación de la política exterior, al negocio puro, “especialmente con Donald Trump, y ahora con Joe Biden”. “Dependerá de cómo se desarrolle este conflicto para ver si regresamos a un modelo Guerra Fría 2.0 o sigue siendo un bazar”, opina.

Tanto él como el experto del SIPRI destacan que Rusia puede tener su nicho en los regímenes que encuentran dificultades para adquirir armas, como Siria y Myanmar, y en otros países que necesitan armamento “a buen precio” para entornos de batalla simples, como África. No obstante, incluso ahí crece la competencia.

Venezuela, hoy aliado ruso, fue en un tiempo el principal cliente de EE UU en Sudamérica. “Cuando Hugo Chávez llegó al poder, no tenía ganas de comprar armas rusas ni chinas”, recuerda. Ahora, la ofensiva sobre Ucrania ha reabierto la puerta a la colaboración entre Caracas y Washington, que ya ha suavizado las sanciones al petróleo venezolano. “No creo que Venezuela vaya a comprarles armamento, pero puede modernizar su flota de F-16″, apunta.

Además de una tragedia, Ucrania está siendo un campo de pruebas de armas. “Siempre se habla de que existe una Wunderwaffe (arma maravillosa). El primer mito fue el S-300, que si con esta arma no nos bombardearían, y por supuesto que lo hicieron. Después el culto al dron turco Bayraktar, y su papel es muy pequeño. Más tarde, todos pensaron que no era necesaria la artillería, y de pronto volvimos a la I Guerra Mundial. Y ahora solo se habla del Himars. A ver cuál es la próxima Wunderwaffe”, ironiza Pújov.

Ningún experto se atreve a vaticinar qué pasará en los próximos años. Francia, tercer exportador mundial, según el SIPRI, podría cazar a Rusia, según los expertos. La imagen de Rusia será determinante. Pújov cita El pequeño serbio, un relato de Arturo Pérez-Reverte. “Durante unos años estuvo de moda decir que eran los nuevos nazis, que había que castigarlos. Hasta él, que sabe algo, escribió sobre eso, y si lo hubiera hecho 70 años antes, el niño sería alemán. Con los rusos será igual. Si dentro de 10 años se olvida [la ofensiva rusa en Ucrania], nuestro mercado de armas no cambiará; pero si pasa como con los alemanes y nos lo recuerdan siempre, influirá mucho en nuestras ventas”, advierte el experto.

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