Más miedo a Dios que a la guerra: miles de judíos ultraortodoxos peregrinan a Ucrania
Los gobiernos israelí y ucranio hacen repetidos llamamientos para impedir su viaje anual a la tumba del rabino Najman, situada en el centro del país invadido por Rusia
Shalev Levi teme más al cielo que a la tierra. Es un jaredí, un temeroso de Dios ―como se denomina en hebreo a los judíos ultraortodoxos― y acaba de facturar en el aeropuerto Ben Gurión de Tel Aviv rumbo a Moldavia para cruzar luego por carretera a Uman, en el centro de Ucrania. Allí se unirá a los más de mil ultraortodoxos que ya están en la ciudad para cumplir con la tradición anual, nacida hace dos siglos, de festejar el Año Nuevo ―según el calendario hebreo― ante la tumba del rabino Najman ...
Shalev Levi teme más al cielo que a la tierra. Es un jaredí, un temeroso de Dios ―como se denomina en hebreo a los judíos ultraortodoxos― y acaba de facturar en el aeropuerto Ben Gurión de Tel Aviv rumbo a Moldavia para cruzar luego por carretera a Uman, en el centro de Ucrania. Allí se unirá a los más de mil ultraortodoxos que ya están en la ciudad para cumplir con la tradición anual, nacida hace dos siglos, de festejar el Año Nuevo ―según el calendario hebreo― ante la tumba del rabino Najman de Breslev. Aún quedan tres semanas para la celebración, pero Levi teme que los reiterados llamamientos de los gobiernos israelí y ucranio a renunciar este año al peregrinaje se transformen más adelante en prohibición pura y dura.
―¿No le da miedo ir a una Ucrania en guerra?
―También aquí hay guerra. Me da más miedo Jerusalén que Jersón. Y la autoridad a la que escucho no es la de ellos [los gobernantes], es la de mi rabino.
El medio centenar de vuelos chárter de Tel Aviv a Chisináu, la capital de Moldavia, hasta la celebración, que empieza el 25 de septiembre, están ya completos, según el canal Keshet 12 de la televisión israelí. Es pronto para aventurar cuántos peregrinarán finalmente, aunque ningún cálculo supera los 15.000. Otros años suelen rondar los 30.000 (prácticamente todos hombres), sobre todo provenientes de Israel y, en menor medida, de Estados Unidos.
“Muchos de los que no van este año es más por el viaje que por la guerra. Son casi tres horas de vuelo, luego otras tres en autobús hasta la frontera y otras tres hasta Uman. Yo vuelo ya porque no puedo arriesgarme a que cierren. Y cuanto más tardase, más dinero me costaría, y no me lo puedo permitir. Ya solo quedan plazas en los aviones a Rumania [también fronteriza con Ucrania]. Mi mujer se queda cuidando de los cinco hijos”, afirma Levi, de 30 años y cuya blanca kipá bordada y amplia sonrisa revelan su pertenencia a Breslev, el movimiento jasídico que fundó en el siglo XVIII el rabino enterrado en Uman, al que pertenecen el grueso de quienes se dirigen allí en estas fechas.
Najman, que consideró un mandamiento “estar feliz siempre” (parte de sus seguidores se distinguen por bailar en las calles una especie de tecno-pop religioso), pidió que ninguno de sus discípulos faltase a las reuniones que organizaba con motivo del Año Nuevo judío. Murió en 1810, sin querer designar sucesor, y el nuevo líder del movimiento organizó al año siguiente la primera congregación ante la tumba. La tradición perduró (incluso de forma clandestina durante el estalinismo) y tras la desintegración en 1991 de la Unión Soviética, de la que Ucrania formaba parte, se convirtió en un fenómeno de masas al que también acude una minoría de “religiosos de otras corrientes, buscadores de espiritualidad y oportunistas, algunos de los cuales cometen actos delictivos”, explica por teléfono Benjamín Brown, profesor de Pensamiento Judío en la Universidad Hebrea de Jerusalén. Los roces entre peregrinos y locales, incluso a puñetazos, son habituales.
El jueves, el primer ministro israelí, Yair Lapid, pidió a sus compatriotas que no viajen a Uman “a la luz del peligro para la vida que supone entrar en la zona de combate”, según el comunicado que daba cuenta de su conversación telefónica con el presidente ucranio, Volodímir Zelenski. Ese mismo día, el Ministerio de Exteriores israelí emitió una nueva alerta de viaje a Ucrania (ya lo hizo en febrero) en la que recordaba que pocos días antes “se dispararon misiles hacia el área de Uman que mataron a un ciudadano e hirieron a varios más”. También exhortaba a sus ciudadanos a abandonar el país de inmediato y subrayaba que Israel carece de presencia diplomática permanente en Ucrania.
Ya a principios de julio el embajador de Ucrania en Tel Aviv, Yevgen Korniichuk, recordó en Facebook que Kiev ni permite la entrada “a turistas y visitantes” ni puede “garantizar la seguridad de los peregrinos”. “Imaginad que haya una multitud de 50.000 o incluso más rezando en Uman y [Rusia] decida disparar misiles. ¿Podéis garantizar que no va a suceder, después de que hayan bombardeado centros comerciales, guarderías y escuelas?”, señalaba. Korniichuk concedió incluso entrevistas sobre el tema a la prensa ultraortodoxa, ya que este colectivo ―que supone cerca del 13% de la población israelí― ignora a los medios de comunicación generalistas.
“Es un sentimiento”
Daniel Cohen asegura desconocer la alerta de viaje. “No tengo tiempo para ver las noticias. Me preocupan cosas más importantes”, zanja mientras se dispone a facturar en el aeropuerto de Tel Aviv cuatro enormes bolsas con platos y cubiertos de un solo uso para un grupo de 120 peregrinos.
Su discurso transcurre entre dos ideas. La primera: mientras que Israel es un país muy pequeño, Ucrania es tan grande que ni siquiera se siente en Uman una guerra que se libra sobre todo en el sur y el este. “Aquí hace poco atacaron Ashkelon. ¿Oíste algo en Jerusalén? Pues la distancia entre Uman y los bombardeos es mucho mayor que la que hay entre Ashkelon y Jerusalén [unos 60 kilómetros]”, asegura en referencia a una ciudad costera israelí atacada con cohetes desde la franja de Gaza durante los tres días de enfrentamientos entre Israel y la Yihad Islámica el mes pasado, en los que murieron 44 palestinos.
La segunda, más espiritual, es que “no es un acto que se explique con palabras, es un sentimiento”. “No es una cuestión de valentía, sino de fe”, agrega. Cohen es un joser betshuvá, como se conoce a los judíos seculares que abrazan la religiosidad. Lo hizo hace dos años, con 23. “Yo era una persona muy violenta. Hice la mili, era secular, tenía muchos expedientes policiales, me arrestaron varias veces… Esto ―explica mientras señala sus incipientes tirabuzones― es de hace solo un año. Najman prometió repararnos el alma”. El movimiento ha atraído en el último medio siglo a mucha gente que estaba perdida en la vida, explica Brown. “El hecho de que no tenga rebbe [líder espiritual, que en teoría sigue siendo el fallecido Najman] la hace muy anarquista y con muchas variantes. Y su teología, muy espiritual e individualista, conecta mucho con la gente que pasa por dificultades”, añade.
Tanto entre los peregrinos del aeropuerto como a la entrada de la escuela de textos religiosos que tienen los Breslev en el histórico corazón ultraortodoxo de Jerusalén, el barrio de Mea Shearim, la sensación es de hartazgo después de tres años consecutivos de trabas por parte de unas autoridades terrenales de las que desconfían. En septiembre de 2020, en pleno rebrote de coronavirus, Ucrania cerró el acceso y unos 2.000 peregrinos durmieron durante días en la frontera de Bielorrusia, en tiendas de campaña o al raso, hasta que perdieron la esperanza de cruzar. Otros trataron de colarse desde Polonia, Hungría o Rumania. Solo pudieron festejar el Año Nuevo en Uman los 2.000 que habían viajado con mucha antelación.
Al año siguiente se permitió la peregrinación, pero el regreso a Israel estuvo marcado por la sospecha de las autoridades sanitarias de que unos 200 habían falsificado certificados de PCR negativos y por las imágenes de miles de ultraortodoxos ―un colectivo reacio a vacunarse― sin mascarilla.
Cuando Rusia invadió Ucrania, el pasado febrero, apenas unas decenas de judíos se quedaron en Uman y la sinagoga fue empleada como refugio contra los bombardeos. Decenas de ucranios bajaban al mikve, el subterráneo baño ritual judío, cuando sonaban las sirenas antiaéreas, según relató entonces la prensa israelí.
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