Pap Ndiaye, el ministro de Macron que irrita a la extrema derecha y seduce a la izquierda
El nuevo titular de Educación en el Gobierno francés es el intelectual negro más prestigioso de su generación; un historiador que aboga por una Francia que integre la diversidad en los principios republicanos
Hay 27 ministros en el nuevo Gobierno francés, pero, cuando el 20 de mayo el palacio del Elíseo anunció sus nombres, las críticas más virulentas se dirigieron a uno, y solo a uno: el eminente historiador negro Pap Ndiaye, de 56 años, nuevo ministro de la Educación Nacional. “Emmanuel Macron ha optado por la provocación al nombrar al frente de la Educación Nacional y al cargo del futuro de nuestros hijos a alguien que defiende una ideología ...
Hay 27 ministros en el nuevo Gobierno francés, pero, cuando el 20 de mayo el palacio del Elíseo anunció sus nombres, las críticas más virulentas se dirigieron a uno, y solo a uno: el eminente historiador negro Pap Ndiaye, de 56 años, nuevo ministro de la Educación Nacional. “Emmanuel Macron ha optado por la provocación al nombrar al frente de la Educación Nacional y al cargo del futuro de nuestros hijos a alguien que defiende una ideología racialista, indigenista y wokista”, denunció Marine Le Pen, jefa de la extrema derecha y derrotada por Macron en las elecciones presidenciales de abril.
La jerga que empleó Le Pen en su ataque contra Ndiaye lo dice todo sobre una batalla ideológica que, en Francia, se desarrolla con palabras que nadie, ni quienes las usan como bandera o como arma arrojadiza, tiene claro qué significan, pero que llevan años siendo moneda corriente en el debate público. Los tres conceptos (racialista, indigenista y wokista) vienen a señalar lo mismo. La extrema derecha describe a Ndiaye como un radical que cultiva el resentimiento antiblanco y antifrancés. También un promotor en Francia de las doctrinas, inspiradas en la nueva izquierda de Estados Unidos, que fracturarían la cohesión nacional en comunidades de minorías, que reclaman desagravios a su sufrimiento.
Macron –acusado durante su primer mandato de gobernar a la derecha– sabía lo que hacía al nombrar a Ndiaye. Porque Ndiaye es un símbolo. Hijo de un senegalés al que apenas conoció y de una francesa, hermano de una de las novelistas más prestigiosas de las letras francesas, y hasta ahora director del Museo de Historia de la Inmigración, el nuevo ministro es un emblema de la excelencia académica y el poderío intelectual francés. También de la diversidad de Francia, que ha explicado en libros como La condition noire: essai sur une minorité française (la condición negra: ensayo sobre una minoría francesa), publicado en 2008. Y es el símbolo de algo más: una ruptura con el anterior ministro, Jean-Michel Blanquer, quien tuvo un caballo de batalla en su etapa final: la lucha contra la penetración en Francia y en su mundo académico del multiculturalismo a la estadounidense. Es decir, todo aquello que, según sus críticos, representa Ndiaye.
”No es, en absoluto, un radical”, decía el pasado otoño a EL PAÍS su hermana, Marie NDiaye (ella escribe la d en mayúscula). Junto a su hermana y madre, que era maestra, Pap Ndiaye creció en las afueras de París y disfrutó de la educación pública de élite que Francia ha ofrecido durante décadas a sus mejores alumnos. Los pequeños Ndiaye, como contó Marie, no conocían a ningún negro en su ambiente y no eran conscientes de pertenecer a ninguna raza en particular. Marie sigue viéndose así. Pap, al ampliar los estudios en Estados Unidos, descubrió su negritud. Un poco como Barack Obama, también hijo de un negro al que apenas conoció y una madre blanca que le crio y que, como Pap Ndiaye, descubrió su identidad negra al inicio de la edad adulta. “Volvió de Estados Unidos pensando que esta cuestión quizá tenía una cierta importancia en Francia, pese a que no se desea ver ni escuchar”, recordaba Marie Ndiaye.
Pap Ndiaye teorizó esta nueva identidad en La condition noire, donde reclama el papel de la minoría no como una comunidad aparte, sino como una suma de experiencias: cuando los franceses negros reclamaban derechos y dignidad, aspiraban al reconocimiento pleno de la identidad francesa y a la vez reforzaban los valores universales de la República. Según esta visión, no hay contradicción entre ambos. El sueño de Ndiaye es que los franceses negros sean como sus conciudadanos judíos, “que, por regla general (...) son libres de ser judíos a su manera, o de no serlo”, según explica en un texto citado por el semanario L’Obs; Ndiaye es un intelectual del matiz.
Las críticas a su nombramiento como ministro no proceden solo de la extrema derecha. Se le echa en cara que denunciase, antes de ser ministro, las “prácticas racistas” de la policía francesa. O que hablase de un “racismo estructural” en Francia. O que admitiese en una entrevista con Le Monde compartir “la mayoría de las causas” del movimiento woke o despierto: “Como el feminismo, la protección del medio ambiente o el antirracismo”. Al mismo tiempo, marca distancias con cierta izquierda: “No apruebo los discursos moralizadores o sectarios de algunos”.
“Pap Ndiaye es alguien extremadamente proclive al consenso”, le describe la ensayista antirracista Rokhaya Diallo. “Yo soy más tajante que él. Él, por ejemplo, no habla de racismo de Estado, como yo. Él cree que hay racismo en el Estado, lo cual es un poco diferente”. Diallo considera que, con su nombramiento, Macron ha reaccionado al auge electoral de la izquierda liderada por Jean-Luc Mélenchon. “Envía un mensaje a la gente de izquierda”, valora. “Para mí es un alivio”.
Ndiaye quizá sea un guiño de Macron a la izquierda. O también un regreso a su etapa inicial, más liberal en lo económico, pero también más abierta a la defensa de una idea menos rígida de la historia de Francia así como de su identidad. Para el nuevo ministro, sin embargo, el problema será manejar con éxito lo que uno de sus antecesores llamo “el mamut”; es decir, el sistema educativo. Se trata de un cuerpo de educadores con reclamaciones de mejores salarios y condiciones, y unos alumnos y padres que, en muchos casos, ya no creen que la escuela sea un ascensor social. Ahí se medirá el éxito o fracaso de la misión del ministro Ndiaye.
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