Macron en cuatro actos

Retrato del candidato a la reelección en Francia desde sus raíces en Amiens, su juventud y estudios, hasta su fulgurante carrera en la vida pública y su asalto al Elíseo

Macron subía las escalinatas para celebrar un mitin con sus seguidores el 16 de abril en Marsella.Soazig de la Moissonniere

La figura del presidente de Francia y candidato a la reelección suscita admiraciones y odios, halagos y afrentas. Es el adolescente que enamoró y se enamoró de una profesora de 39 años, el banquero de Rothschild, el hombre que traicionó a Hollande, el pianista, el tecnócrata, amante de la poesía y el teatro, y seductor. Este es el retrato de Emmanuel Macron, de 44 años, en cuatro actos:

El ciudadano Emmanuel Macron nació en Amiens el 21 de diciembre de 1977, hijo de Jean-Michel, médico y profesor de Neurología, y...

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La figura del presidente de Francia y candidato a la reelección suscita admiraciones y odios, halagos y afrentas. Es el adolescente que enamoró y se enamoró de una profesora de 39 años, el banquero de Rothschild, el hombre que traicionó a Hollande, el pianista, el tecnócrata, amante de la poesía y el teatro, y seductor. Este es el retrato de Emmanuel Macron, de 44 años, en cuatro actos:

El hombre

El ciudadano Emmanuel Macron nació en Amiens el 21 de diciembre de 1977, hijo de Jean-Michel, médico y profesor de Neurología, y de Françoise, médica generalista. Fue el mayor de tres hermanos.

El hombre Emmanuel Macron y el personaje Emmanuel Macron nacieron 15 años después, hacia finales de 1992, cuando el escolar se enamoró de Brigitte Auzière, nacida Brigitte Trogneux, su profesora de francés y teatro. El amor fue correspondido. La profesora tenía 39 años, estaba casada con un conocido banquero local y una de sus hijas era compañera de clase de Emmanuel.

Resulta difícil exagerar el impacto de una relación tan poco convencional (y actualmente delictiva) en una ciudad provinciana y relativamente pequeña (130.000 habitantes) como Amiens. La familia de Brigitte poseía la pastelería más famosa de la localidad. Los padres de Emmanuel eran médicos. Todos se conocían. Los Macron trataron de acabar con el asunto enviando a su hijo a París. Fue inútil: Brigitte se separó y visitaba a Emmanuel los fines de semana. Para ella, Emmanuel era “un Mozart”, un chico que la deslumbraba con su inteligencia y su madurez. Para él, Brigitte significaba y significa todo.

Aún menor de edad, Emmanuel Macron rompió con su familia y con su ciudad natal. Brigitte y él se enfrentaron al mundo. Se trata de una unión indestructible. El hoy presidente de Francia no tiene grandes amigos ni confidentes: le basta con Brigitte. Sin Brigitte no se entiende a Macron.

Varias personas que conocen a Macron (hasta donde es posible conocer a alguien esencialmente hermético) coinciden en señalar que se trata de un hombre que vive su vida como un personaje novelesco, en busca de retos y aventuras cada vez más sensacionales. Es probable que esa ansia esté relacionada con el tabú quebrado en 1992.

“Creo que le habría gustado ser escritor o actor, y aplica el talento dramático tanto a la política como a su propia vida”, comenta Gaspard Gantzer, que fue su compañero de promoción en la Escuela Nacional de Administración y luego en el palacio del Elíseo: Macron era asesor del presidente François Hollande, Gantzer era el jefe de prensa.

Macron es un seductor capaz de fascinar a casi cualquiera. Duerme muy poco, disfruta de una memoria extraordinaria y su capacidad de trabajo es casi ilimitada. “Hablamos de un hombre muy, muy brillante”, dice Manuel Valls, primer ministro de Francia cuando Macron era ministro de Economía.

“Sabe ser frío cuando le conviene y mantiene la tranquilidad en todo momento, pero suele dar un enfoque positivo a las cosas y es capaz de resultar muy detallista y cariñoso”, dice Gantzer. Todas las personas consultadas coinciden en subrayar dos virtudes de Macron: el coraje físico, que más de una vez le ha hecho enfrentarse con multitudes hostiles (y salir bien del asunto gracias a su encanto), y la audacia. Fue un buen banquero de negocios en Rothschild. En ese trabajo aprendió a asumir riesgos y a lanzarse sobre cualquier oportunidad.

“Donde otros ven encanto y cordialidad, yo no he logrado ver otra cosa que superficialidad y narcisismo”, comenta un político conservador que prefiere no ser citado.

El traidor

A Emmanuel Macron lo persigue la sombra de Eugène de Rastignac, el trepador social más célebre de la literatura francesa. Rastignac aparece en varias novelas de Honoré de Balzac: es un buscavidas que medra en las finanzas gracias al marido de su amante, se casa con la hija de su amante y consigue una buena posición en la sociedad parisina. “Todos los políticos tenemos algo de Rastignac”, concede Manuel Valls, “y el sistema francés favorece la aventura y los personalismos”.

Macron, durante su viaje de campaña a Marsella, el pasado 16 de abril.Soazig de la Moissonniere

El antiguo primer ministro, luego concejal en Barcelona, fue una de las víctimas de la gran conspiración desarrollada por Macron desde el interior del Elíseo. Tuvo enfrentamientos durísimos con su ministro de Economía e hizo grandes esfuerzos para convencer al entonces presidente François Hollande de que alejara a Macron del palacio. Fue inútil: Hollande sufrió la fascinación de Macron hasta que “la traición metódica” de su protegido, en palabras del propio Hollande, se hizo evidente. Ya era demasiado tarde.

En El traidor y la nada, el libro sobre Emmanuel Macron escrito por los periodistas Gérard Davet y Fabrice Lhomme, se constata una y otra vez que la capacidad de fascinación de Emmanuel Macron se multiplica ante hombres de más edad y mayor poder. Apenas salido de la Escuela Nacional de Administración, Macron supo buscarse la protección de los mandarines más poderosos de la República: Jacques Attali y Alain Minc, dos hacedores de presidentes. Fue Minc quien le procuró un empleo en la Banca Rothschild, para que amasara patrimonio antes de dedicarse a la política. Y fue Attali quien lo aproximó al Partido Socialista y a François Hollande.

Durante la presidencia de Hollande, primero como asesor y luego como ministro, Emmanuel Macron jugó su propio juego. Lo ayudó, como siempre, la suerte: los golpes de fortuna del actual presidente de Francia resultan novelescos, casi increíbles. Cuando estaba a punto de dejar el Elíseo para dedicarse a la enseñanza bien remunerada, por ejemplo, una carambola lo llevó al Ministerio de Economía. Además de la suerte, pesaron la audacia y una asombrosa capacidad de engaño.

Macron utilizó todos los recursos del ministerio para tejer una densa red de contactos. Durante sus últimos ocho meses en el cargo, Macron gastó 120.000 euros en cenas celebradas en la residencia ministerial, un imponente apartamento acristalado frente al Sena. Algunas noches había dos turnos de cena con distintos comensales. Y se añadía un tercer turno en La Rotonde, la brasserie preferida de los Macron.

Macron estaba creando En Marche! (el nombre fue elegido por Brigitte porque le gustaba y coincidía en iniciales con las de su esposo) y aseguraba una y otra vez a Hollande que se trataba de un club político destinado a apoyar su reelección. Mientras tanto, junto a un grupo de socialistas moderados huérfanos del liderazgo de Dominique Strauss-Kahn (la caída de DSK tras ser acusado de violación fue uno más entre los golpes de suerte de Macron), el ministro boicoteaba a Hollande y preparaba en realidad su carrera hacia la presidencia. Los documentos se quemaban en un hornillo. El secreto era absoluto.

Macron destruyó desde dentro las opciones de Hollande y Valls. Finalmente, anunció que no era socialista, forzó su cese y se lanzó a la campaña.

El político

Como un banquero de negocios, Emmanuel Macron lanzó una OPA (tras una larga preparación secreta) sobre el Partido Socialista. El núcleo inicial de En Marche! se componía de socialistas decepcionados por François Hollande, el presidente que quiso ser “normal” y acabó siendo irrelevante. Una vez desarbolado el principal partido de la izquierda, captó figuras muy destacadas de Los Republicanos, el gran partido de la derecha. “Fue el primero en adivinar que los partidos clásicos se habían hundido, que el sistema estaba en crisis”, dice Manuel Valls.

Quizá la aventura presidencial de Macron habría fracasado si en las primarias de la derecha gaullista hubiera vencido Alain Juppé. Pero se impuso François Fillon, un candidato cuya campaña se deshilachó al descubrirse que su esposa cobraba un sueldo sin trabajar y que él financiaba de forma irregular su elevado tren de vida. Otro golpe de suerte: la gran banca y la gran industria abandonaron a Fillon y se volcaron en Macron.

“Hay algo de napoleónico en la carrera fulgurante de Macron; supo arriesgar en el momento oportuno y la gente lo siguió”, resume Valls, que en los últimos tiempos se ha aproximado a su antiguo enemigo. En cuanto comprobó que su rival en la segunda vuelta sería Marine Le Pen, Macron se sintió presidente. Y celebró una gran fiesta en La Rotonde, prematura, según algunos, inapropiada, según otros, porque hasta entonces se había considerado una desgracia que la ultraderecha accediera a la segunda vuelta.

Nadie considera que el quinquenio de Macron haya sido un éxito. Macron ha demostrado conocer mucho de Francia, pero muy poco de los franceses. La République en Marche, versión presidencial de En Marche!, no es un partido, sino más bien un conjunto de palmeros encandilados por su líder. La ausencia de críticas internas, el peso escaso del Gobierno (con la excepción del ministro de Economía, el conservador Bruno Le Maire) y el carácter de Macron han convertido la presidencia en un asunto unipersonal.

Macron, el candidato “de derechas y de izquierdas”, es un presidente de derechas. “Ha desarrollado un sistema de gobierno demasiado vertical, no ha sido capaz de crear un auténtico partido de centro y no ha sabido alcanzar consensos y pactos de Estado”, critica Manuel Valls.

La Francia próspera y urbana llevó a Macron al Elíseo. Macron cometió el error de gobernar para esa Francia, y no para la otra, la rural, la mal pagada, la que depende del gasóleo y los subsidios. Insistió en el error al subestimar la revuelta de los “chalecos amarillos”, con quien su primer ministro, el conservador Édouard Philippe, rechazó cualquier negociación. El presidente acabó con la crisis a pulso, lanzándose a la calle para sostener en persona grandes debates públicos que duraban jornadas enteras.

Macron, junto a su mujer, Brigitte, en el interior del estadio de Nanterre, a las afueras de París, el pasado 2 de abril.Soazig de la Moissonniere

No pudo disfrutar de su éxito. Apareció la pandemia y la política económica liberal se transformó en una política de subvenciones masivas. Ahora, la inflación y la guerra han acentuado la excepcionalidad. “Eso le ha dado ocasión de demostrar su habilidad para manejarse en situaciones imprevistas, pero sabe que si es reelegido debe abandonar su papel de presidente-protector y recuperar la audacia”, explica Gaspard Gantzer.

Sobre la política de Emmanuel Macron flotará siempre la misteriosa sentencia emitida por Jacques Attali, su gran mentor: “Macron encarna la nada”.

El filósofo

Emmanuel Macron alimenta sin descanso su aura de presidente-filósofo, de intelectual romántico que no puede concluir la jornada sin leer algunos poemas de René Char o sumergirse en un tratado de metafísica. Hay, sin embargo, una falla en el personaje. Macron fue rechazado dos veces en la École Normale Superieure, conocida como Normal Sup, el auténtico olimpo de las humanidades en Francia. Tuvo que conformarse con cursar estudios de filosofía en la facultad de Nanterre, al alcance de cualquier hijo de vecino.

Es cierto que el doble rechazo de Normal Sup ocurrió en una época tormentosa, cuando el joven Emmanuel y Brigitte acababan de romper amarras con su pasado y se refugiaban en París.

“Quizá se ha exagerado la leyenda de Macron como gran intelectual, y quizá él ha hecho lo posible por exagerar esa leyenda”, dice uno de los filósofos más reconocidos de Francia, un hombre que participó en algunas de las cenas de Bercy y prefiere no ser citado. “Yo lo veo más bien como un gran tecnócrata, banquero y alto funcionario, con sensibilidad para la cultura e inquietudes humanistas, pero con unos conocimientos filosóficos relativamente superficiales”.

Gaspard Gantzer insiste en que Macron se percibe a sí mismo como escritor. Un escritor sin obra escrita, en cualquier caso. El actual presidente habla a menudo de la influencia que sobre él ejerció Paul Ricoeur, el gran tótem de la fenomenología francesa, un filósofo humanista y socialista unánimemente respetado. “Fue Ricoeur quien me empujó a hacer política”, dijo en una ocasión.

Macron ayudó a Ricoeur como asistente editorial en su última y más conocida obra, La Memoria, la Historia, el Olvido; básicamente, le buscaba documentación y le hacía las fichas bibliográficas. Aprovechó su relación con Ricoeur para introducirse en el consejo editorial de Esprit, la más conocida revista francesa sobre filosofía, y publicar en ella unos cuantos artículos escasamente trascendentales.

El actual presidente se graduó en Filosofía (además es inspector de Finanzas) con una tesis sobre Maquiavelo, cuya obra no ha dejado de leer. El tono “jupiteriano” de su presidencia, en el sentido más mayestático del término, y su predilección por los resultados, antes que por las teorías y los principios, guardan relación posiblemente con sus estudios maquiavélicos.

“Dicen que Macron ejerce el poder como un déspota ilustrado, lo cual tiene su lógica, porque el despotismo ilustrado es el sistema que suele asociarse con el príncipe-filósofo”, ironizó Francis Wolff, catedrático emérito de Filosofía en Normal Sup y una autoridad mundial en Aristóteles, en declaraciones a los autores de El traidor y la nada.

Existe una coincidencia casi unánime entre sus próximos acerca del talento de Macron cuando se trata de recitar poesía. Tiene memorizados miles de versos, cuenta con una dicción muy precisa y dispone de recursos como actor. Si hace falta, puede sentarse también al piano: lo estudió durante 10 años. En conjunto, luce un barniz cultural muy superior a lo que suele ser habitual entre los jefes de Estado y de Gobierno. Y le encanta que se note.

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