El último tren de Mariupol a Kiev: “Voy al mismo lugar donde otros jóvenes luchan en las calles”

Cientos de personas huyen de la ciudad ucrania, situada al este del país, antes del asalto final ruso

Unas niñas escapaban el sábado en el tren de Mariupol con destino a Kiev, para luego seguir rumbo hacia la frontera.
Jorge Said
Zaporizhya (Ucrania) -

El tren, con destino a Kiev, debía de partir de la estación de Mariupol a las cinco de la tarde del viernes 25 de febrero. Algo lo retrasó a las siete. Después avisaron a los viajeros, que ya estaban en sus asientos, que no se pondrían en marcha hasta las siete de la mañana. En la estación, dentro de los vagones, se oían explosiones cercanas y ruido de aviones y helicópteros. Eran señales de que las tropas rusas se encontraban ya muy cerca de esta ciudad de m...

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El tren, con destino a Kiev, debía de partir de la estación de Mariupol a las cinco de la tarde del viernes 25 de febrero. Algo lo retrasó a las siete. Después avisaron a los viajeros, que ya estaban en sus asientos, que no se pondrían en marcha hasta las siete de la mañana. En la estación, dentro de los vagones, se oían explosiones cercanas y ruido de aviones y helicópteros. Eran señales de que las tropas rusas se encontraban ya muy cerca de esta ciudad de medio millón de habitantes situada en la región del Donbás. Mariupol, un enclave portuario con una gran industria metalúrgica, es la ciudad más importante de la región después de que Donetsk, antes la capital, quedase en manos de los separatistas rusos.

A las siete y media de la mañana, a los viajeros se les comunica que las vías se encuentran inutilizadas y que el viaje por tren es imposible. A los aproximadamente 300 pasajeros los agrupan en cuatro autobuses, que, a las nueve de la mañana, salen rumbo a una estación intermedia, desde donde podrán montarse en otro tren hacia Kiev. Según comentan algunos de ellos son, probablemente, los últimos autobuses que parten antes del asalto final ruso. Algunos de los viajeros, como una madre que va con sus tres hijas pequeñas, todas menores de 10 años, esperan poder saltar desde Kiev —cuya situación es también cada vez más inquietante— a Polonia y alcanzar la ciudad de Cracovia, donde tienen parientes. Viajan muy preocupadas, porque dejaron todo en la parte norte de Mariupol y porque van sin dinero y sin PCR. No saben si las dejarán cruzar la frontera. Decidieron huir con lo puesto por miedo a las bombas y a los proyectiles que no dejaban de oír desde su casa.

Con todo, la mayoría de los habitantes de Mariupol, acostumbrados a la guerra, se han quedado ahí, aguardando a los rusos. El martes, unos jubilados de una acería pescaban en la desembocadura de un río en el mar de Azov. Uno de ellos, Andrej, se quejaba de que la pensión que le queda es de 80 euros. También, a su juicio, el Gobierno de Kiev pilla muy lejos de aquí y, añade, los ha olvidado. Recuerda con nostalgia los tiempos soviéticos, cuando su factoría fabricaba misiles y tanques para el Ejército ruso. Ahora, tiene que completar el menú de la cena de una familia de clase media venida a menos con lo que pesca. No le preocupa la llegada de los rusos: “Así cambian a los corruptos que gobiernan en Kiev”. En Mariupol, más del 80% de la población es de origen ruso y se comunica en esta lengua.

Estación de Mariúpol, con los trenes parados. Jorge Said

Mientras, la gente de los autobuses el sábado se ha bajado en la estación de Zaparigde, a 150 kilómetros de Mariupol y a 600 kilómetros de Kiev, donde, en ese mismo momento, los combates se recrudecen debido a la resistencia en las calles de la ciudad. Entre los viajeros va Artvom, de 23 años. Afirma que ha dejado a su familia en Mariupol y que marcha a Kiev para unirse a las tropas ucranias. “Me enrolaré de inmediato. No tengo miedo a morir; al contrario, será un honor hacerlo por mi patria. Voy al mismo lugar donde otros jóvenes como yo, que son reservistas, se han alistado y luchan en las calles”.

Cerca de él, en el tren abarrotado, con los pasillos desbordados de personas, viaja Tatiana, de 50 años. Va a Kiev a reunirse con su hija, universitaria, y su marido. Cree que es un momento para que toda la familia está unida. Ella trabaja como economista en una empresa privada en Mariupol. “Estoy angustiada, no solo por mi familia, sino por el futuro de mi país; este es el instante más dramático de su historia”, lamenta. “Y Estados Unidos está hablando de amenazas económicas. ¿A quién creen que intimidan con eso? Aquí no está en juego solo lo material: aquí estamos hablando de valores”.

En otro vagón viaja Victoria, acompañada de sus dos hijos adolescentes, cargando a su gata Isis. Dejan todo atrás: su casa en Dnipro, ciudad situada a 300 kilómetros de Mariupol y desde donde tratan de llegar, después de Kiev, a Lviv, a 70 kilómetros de la frontera polaca, en la otra punta del país, donde vive la hermana de Victoria. La idea es esperar allí a toda la familia. Confían en poder quedarse en Lviv, pero si los rusos llegan, cruzarán la frontera. “Dejamos todo con una tristeza enorme, especialmente por los amigos que se quedan atrás. No tengo miedo, pero resulta imposible vivir en un país atacado”. Y añade: “El presidente tiene razón: estamos solos. Ninguno de los muchos países de la UE ha querido ayudarnos militarmente. Es una vergüenza. Puede pensarse que somos cobardes por huir, pero es que yo quiero darles un futuro a mis hijos. Ellos pueden adaptarse a una nueva vida”.

El tren tenía previsto llegar la madrugada del domingo a Kiev, una ciudad asediada por las tropas rusas y que sufre un toque de queda desde el sábado a las cinco de la tarde hasta las ocho de la mañana del lunes.

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