Los líderes occidentales elevan la presión ante la falta de avances diplomáticos en la crisis ucrania
Biden reafirma en una llamada a su homólogo ucranio, Zelenski, que responderá “con decisión” a una posible agresión rusa. El canciller Scholz viaja esta semana a Kiev y Moscú para “tratar de ver cómo garantizar la paz en Europa”
En el intenso fin de semana de llamadas telefónicas con aroma a último recurso y con la tensión global por la crisis de Ucrania al rojo vivo, este domingo ha sido el turno para una conversación entre el presidente estadounidense, Joe Biden, y su homólogo en Kiev, Volodímir Zelenski. Han hablado durante una hora, tiempo que ha empleado el primero en reafirmar su compromiso “con la soberanía y la integridad territorial de Ucrania”, seg...
En el intenso fin de semana de llamadas telefónicas con aroma a último recurso y con la tensión global por la crisis de Ucrania al rojo vivo, este domingo ha sido el turno para una conversación entre el presidente estadounidense, Joe Biden, y su homólogo en Kiev, Volodímir Zelenski. Han hablado durante una hora, tiempo que ha empleado el primero en reafirmar su compromiso “con la soberanía y la integridad territorial de Ucrania”, según un comunicado de la Casa Blanca. “El presidente ha dejado claro que responderá rápidamente y con decisión, junto con sus aliados y socios, a cualquier agresión rusa”. Ambos líderes han coincidido también en “la importancia de continuar” con la suma de “diplomacia y disuasión”, como respuesta a la acumulación militar de tropas enviadas por Moscú la frontera con Ucrania.
Termina así una semana que inauguró un infructuoso intento de mediación de Emmanuel Macron en Moscú, y que acaba con los líderes occidentales colgados del teléfono y redoblando su presión sobre Putin, aunque con la sensación de que la vía diplomática se halla estancada. La próxima baza la tiene el canciller alemán, Olaf Scholz, que viajará a Kiev el lunes, y, el martes, a Moscú. El político socialista quiere “aprovechar la oportunidad de hablar” para evitar el estallido del conflicto, según ha anunciado el domingo en Berlín, informa Elena G. Sevillano. Scholz llega consciente de que podría estar ante una de las últimas oportunidades de salir de este embrollo y con una misión declarada: “Tratar de ver cómo podemos garantizar la paz en Europa”, que se enfrenta a su peor crisis de seguridad desde el final de la Guerra Fría.
Rusia, por su parte, sigue negando que tenga planes de atacar y asegura que se limita a permanecer atenta a lo que ocurra en las regiones separatistas de Donetsk y Lugansk, mientras se reafirma en sus exigencias a Occidente: el fin de la expansión hacia el Este de la OTAN y el compromiso de que no desplegará tropas cerca de sus fronteras.
El miércoles se apunta como otra jornada clave. Algunos medios han publicado que las autoridades estadounidenses consideran, a partir de informes de espionaje, ese día como la fecha más probable para el inicio de las hostilidades, según trascendió de la llamada del presidente Joe Biden a sus aliados del pasado viernes. Tanto Jake Sullivan, consejero de Seguridad Nacional, como el portavoz del Pentágono, John Kirby, se han negado este domingo en Washington a confirmar o a desmentir ese extremo.
Ambos han sido hoy los enviados por la Administración de Biden al frente de la guerra informativa, está sí, ya declarada por Washington y Moscú, en torno una posible invasión que es inminente para unos y nada más que un miedo “histérico” para la otra parte. Kirby ha concedido una entrevista a Fox News. Mientras, el consejero de Seguridad Nacional ha asegurado en el matinal de la CNN, State of the Union, ágora dominical predilecto de los políticos de Washington, que Estados Unidos no dará “la oportunidad a Moscú de lanzar un ataque sorpresa”. Y que por eso piensan “seguir compartiendo toda la inteligencia” de la que dispongan. La portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores ruso, Maria Zajharova, ha contestado en Telegram y Facebook con contundencia: “Los políticos estadounidenses han mentido, están mintiendo y seguirán haciéndolo, creando pretextos para atacar a civiles en todo el mundo”.
Las palabras de Sullivan acentúan una estrategia a la que la Casa Blanca parece haberlo apostado todo en esta crisis global. Una apuesta arriesgada por su arrojo, que tiene ocupados a los analistas geopolíticos, y que pasa por airear datos, normalmente reservados, según van disponiendo de ellos. Ya sea sobre las sanciones severas que le esperan al Kremlin si continúa por ese camino, sobre operaciones de sabotaje falsas o sobre la producción de vídeos ficticios para fingir un ataque ucranio como pretexto. “Les hemos visto hacer esas cosas en el pasado, por eso no dudamos de que pueden perfectamente repetirlas”, ha añadido a la CNN el consejero de Seguridad Nacional.
Sullivan ha justificado esa suerte de diplomacia del megáfono, porque no difunden esa información “para empezar una guerra, como ha sucedido en el pasado”, sino para “evitar una confrontación”. “Eso”, a su juicio, les “otorga mayor credibilidad”. Por “el pasado”, Sullivan se refiere a la segunda guerra de Irak, cuando en 2003 la Administración de George Bush empleó datos para justificar una invasión que luego se demostraron falsos.
Ahora es distinto, asegura el Pentágono. No solo porque la tecnología permite una recogida de información más fiable. Es también porque, como ha explicado Sullivan a la CNN, esos despachos de espionaje los han compartido “casi al minuto” con sus aliados. “Al revisar nuestras informaciones han llegado a la misma conclusión que nosotros: que el mundo debe estar alerta con Rusia. Y que es altamente probable que fabrique un pretexto que sirva de antesala a una posible acción militar”.
Las autoridades también dicen haber aprendido de los errores de 2014, cuando los asesores del presidente Barack Obama le convencieron de no compartir lo que sabía sobre la intervención rusa en Ucrania. Este cambio de idea se debe, según explicaba The New York Times este domingo, a “la influencia de la directora nacional de Inteligencia, Avril D. Haines, y al director de la CIA”, William J. Burns”. También lo vincula a la supuesta interferencia rusa en las elecciones de 2016. Desde la primera señal de alarma, lanzada en noviembre, Washington no ha temido pasarse de frenada en sus advertencias.
Esa estrategia inquieta en Kiev, donde prefieren llamar a la calma que apretar cada día el botón de alarma. Este domingo, el ministro de Exteriores, Dmytro Kuleba, ha recalcado que no hay señales de que se vaya a producir una nueva agresión militar a gran escala en los próximos días. No ha habido “cambio fundamental” en la situación, ha dicho Kuleba, que ha exigido una reunión con Rusia y el resto de los países firmantes del Documento de Viena de la OSCE (Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa), destinado a asegurar la transparencia militar. La petición se ha realizado después de que Moscú haya rehuido detallar sus actividades cerca de la frontera con Ucrania y en las maniobras masivas de 10 días que ha emprendido junto a Bielorrusia en ese país.
Ucrania teme, además, que la política alarmista de Biden pueda tener daños colaterales para la economía ucrania y su reputación de seguridad. El presidente Zelenski cree que todavía hay margen para la diplomacia y le preocupa que, incluso si no se llega a producir una agresión militar, Rusia consiga otro de sus objetivos con esta guerra de asfixia: desestabilizar el país.
De momento, las patadas estadounidenses al avispero ya han tenido efectos prácticos: este fin de semana, Washington, Ottawa y Londres han empezado a retirar también a los instructores en materia de defensa que tienen sobre el terreno en Ucrania, así como a sus observadores de la misión de la OSCE en el este del país, en las regiones de Donetsk y Lugansk, donde los separatistas prorrusos luchan contra el ejército ucranio desde hace ocho años en una guerra que ha causado ya unos 14.000 muertos, según la UE. La misión, que entre otras cosas observa cómo se desarrolla el alto el fuego (incumplido constantemente), se mantendrá, ha dicho la OSCE, que ha confirmado la salida de observadores de “varios países”.
Fuentes diplomáticas explican que la retirada de estadounidenses, canadienses y británicos que estaban sobre el terreno como instructores y en la misión de observación se debe no solo a preocupaciones de seguridad, también persigue evitar que se les culpe o se les utilice de pretexto en el caso de una operación de falsa bandera rusa contra Ucrania. Moscú ha incrementado estos días las acusaciones a Kiev y a “terceros países” de estar preparando una maniobra para recuperar el Donbás.
Mientras, una veintena de capitales urge a sus nacionales a que abandonen Ucrania y han comenzado a reubicar sus embajadas al oeste del país, en la ciudad de Leópolis, este domingo han llegado a Kiev dos nuevos cargamentos de material de defensa: un envío de sistemas de misiles antiaéreos Stinger y municiones de Lituania y 180 toneladas más de munición de Estados Unidos. Ucrania, que sigue pidiendo ayuda en forma de envíos de armamento para tratar de competir con el poderoso Ejército ruso y como una forma de disuasión, ha recibido ya 1.500 toneladas de municiones en 17 vuelos, según el ministerio de Defensa ucranio.
Suspensión de vuelos sobre el espacio aéreo de Ucrania
La aerolínea holandesa KLM ha suspendido sus vuelos a Kiev y ha informado de que no operará vuelos en el espacio aéreo ucranio, mientras las alertas de EE UU sobre una posible invasión rusa se suceden. El Gobierno de Ucrania recalcó que su espacio aéreo sigue abierto, pero las decisiones de varias aseguradoras de dejar de cubrir aeronaves que sobrevuelen el país del este ha provocado ya complicaciones. La aerolínea ucrania SkyUp Airlines informó de que se vio obligada a realizar un aterrizaje no programado en Chisnau (Moldavia) en vez de en Kiev de un vuelo procedente de Moldavia por la retirada de la aseguradora.
Desde que el vuelo MH27 de la compañía Malaysia Airlines, que cubría el trayecto Ámsterdam-Kuala Lumpur, fue derribado sobre el este de Ucrania en 2014, con un misil de fabricación rusa, el tráfico aéreo sobre el país ha sido un tema delicado. En la catástrofe murieron 298 personas, entre tripulación y pasajeros. Con esa tragedia como antecedente, ya en enero, KLM, Lufthansa y otras grandes aerolíneas modificaron sus vuelos a Ucrania para evitar que sus tripulaciones pasasen la noche en Kiev por las aseguradoras, que pueden alegar causa de fuerza mayor en caso de conflicto militar y dejar de cubrir las aeronaves si son atacadas durante las hostilidades o quedan atrapadas. Para “estabilizar la situación del mercado de pasajeros”, el Gobierno ucranio anunció un fondo de 592 millones de dólares para ofrecer garantías de seguridad a las aseguradoras. De momento, la mayoría de las 29 aerolíneas extranjeras que operan en Ucrania lo hacen con normalidad. Kiev sí ha aconsejado que eviten sobrevolar de lunes a sábado partes del Mar Negro y el Mar de Azov por maniobras navales de Rusia.
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