La reforma electoral se estrella una vez más contra el muro republicano en el Senado
Los demócratas pierden la votación y recurren a “la opción nuclear” para deshacerse de la necesaria mayoría cualificada de tres quintos
Por quinta vez en los últimos seis meses, la bancada republicana votó de forma monolítica contra el intento demócrata de aprobar un proyecto de ley sobre la legislación del derecho al voto. Se necesitaba la cifra mágica de 10 senadores republicanos para alcanzar los deseados 60 votos que impone el arcaico filibusterismo para aprobar una norma por mayoría cualificada. Ni un solo senador republicano dio ese paso al frente. Para h...
Por quinta vez en los últimos seis meses, la bancada republicana votó de forma monolítica contra el intento demócrata de aprobar un proyecto de ley sobre la legislación del derecho al voto. Se necesitaba la cifra mágica de 10 senadores republicanos para alcanzar los deseados 60 votos que impone el arcaico filibusterismo para aprobar una norma por mayoría cualificada. Ni un solo senador republicano dio ese paso al frente. Para hacer posible, pero a la vez enredar más la explicación y el desarrollo de los acontecimientos, el líder de la mayoría demócrata, Chuck Schumer, cambió su voto y se pronunció en contra de su propio partido para forzar así una nueva votación esta misma noche. El resultado fue 49-51.
La vicepresidenta Kamala Harris se encontraba en el Senado. Hasta allí se había desplazado por si era necesario su voto de calidad para inclinar la balanza del lado de los demócratas. No fue necesario. Primero porque Schumer cambió de filas. Segundo porque no era suficiente para tumbar el muro de los 60. “El presidente y yo no vamos a tirar la toalla respecto a este tema”, declaró Harris. “Este tema es fundamental para nuestra democracia”.
Como declaración de intenciones es irreprochable. Y sin embargo, por mucho que el presidente de EE UU, Joe Biden, exprese el peligro que supone que casi 20 Estados de la Unión hayan manoseado sus reglamentos estatales para hacer más difícil el acceso al voto de las minorías, sobre todo la población negra americana, la división partidista refleja con total claridad que no existe margen para hacer realidad la necesitada reforma.
La legislación que se sometió a voto combinaba disposiciones clave de dos proyectos de ley: la Ley de Libertad para Votar y la Ley de Avance de los Derechos Electorales de John Lewis. Bien claro tenía Schumer lo que estaba por pasar cuando al iniciarse el debate reconocía que el proyecto tenía pocas probabilidades de salir adelante. Como el mejor de los generales que sabe cómo acabará el combate pero está obligado a dar la batalla, Schumer declaraba que “los ojos de la nación están pendientes de lo que suceda aquí esta semana”.
Lo sucedido es una repetición en bucle que esta noche intentará modificarse para cambiar el final al plantear a votación una normativa que circunvale la necesidad de la mayoría cualificada, conocida como “la opción nuclear”, se traduce en cambiar temporalmente las reglas del Senado, ignorando las objeciones de la minoría a un proyecto o un nombramiento y permitir que pueda aprobarse por mayoría simple.
Pero entonces, los demócratas, además de ver los colmillos de los republicanos se enfrentarán a dos disidentes dentro de sus filas, la senadora de Arizona Kyrsten Sinema y el senador de Virginia Occidental Joe Manchin. Ambos políticos han dejado clara su postura desde que se planteó suprimir el filibusterismo, no importa cómo lo maquillen, ninguno de los dos votará a favor, ya que son conscientes de que es un caballo de Troya.
El controvertido proyecto de ley ampliaría el acceso al voto en un país que tras el paso de Donald Trump por la Casa Blanca ha visto cómo retrocedían los derechos de las minorías. La reforma restauraría las disposiciones clave de la Ley de Derechos Electorales de 1965, normativa que fue posible debido a la movilización de Luther King y el entonces presidente Lyndon Johnson en 1965. La Cámara de Representantes aprobó el proyecto de ley la semana pasada con solo el respaldo demócrata, y ahora enfrenta el gran -y casi imposible- desafío para aprobarlo en el Senado. El texto actual establecería, además, que el día de las elecciones sea festivo a nivel nacional, lo que podría aumentar la participación. En EE UU se vota siempre en el primer martes después del primer lunes de noviembre, un día laborable que dificulta acudir a las urnas.
Suscríbase aquí a la newsletter de EL PAÍS América y reciba todas las claves informativas de la actualidad de la región