Macron, el difícil equilibrio entre el candidato y el presidente
El mandatario francés prepara la campaña para la reelección en abril con entrevistas y ruedas de prensa, pero retrasa la declaración oficial de la candidatura
Es un ritual puramente francés: la declaración del presidente de la República como candidato a la reelección. Todo el mundo sabe que Emmanuel Macron quiere presentarse a la reelección. Nadie lo duda. Y, sin embargo, existe una coreografía alambicada que obliga, hasta el momento en que el jefe del Estado anuncia que es candidato, a no considerarle como tal.
“Si ustedes me preguntan: ‘¿Se proyecta usted, tiene usted una ambición para las francesas y los franceses que vaya más allá d...
Es un ritual puramente francés: la declaración del presidente de la República como candidato a la reelección. Todo el mundo sabe que Emmanuel Macron quiere presentarse a la reelección. Nadie lo duda. Y, sin embargo, existe una coreografía alambicada que obliga, hasta el momento en que el jefe del Estado anuncia que es candidato, a no considerarle como tal.
“Si ustedes me preguntan: ‘¿Se proyecta usted, tiene usted una ambición para las francesas y los franceses que vaya más allá del próximo abril? Es evidente, es evidente”, dijo el presidente Emmanuel Macron el miércoles por la noche en una entrevista de casi dos horas en las cadenas privadas TF1 y LCI.
Macron aludía a la fecha de las elecciones presidenciales en 2022. E indicaba que no tenía intención alguna de poner fin a su carrera en el poder tras los cinco años del primer mandato, como sí hizo su antecesor, el socialista François Hollande, quien, hundido en los sondeos, renunció a presentarse a la reelección en 2017.
El actual presidente, al mismo tiempo, se resistió a responder afirmativamente a todas las preguntas sobre si es o no candidato. “En el momento en que hablamos, todavía debo asumir mi responsabilidad”, respondió. “Una cosa sé: es que si hoy fuese un candidato como los demás, no podría tomar las decisiones que debo tomar teniendo en cuenta la situación sanitaria”.
En una “monarquía republicana”, como calificaba la Francia de Charles de Gaulle el jurista Maurice Duverger, la mutación de rey en candidato no es una cuestión menor. El presidente lo es, al menos en teoría, de todos los franceses, y debe mantenerse por encima de la pelea política. El candidato es todo lo contrario: se ve obligado a bajar al barro e, irremediablemente, a desacralizar la función durante unas semanas, las que dura la campaña.
Pero hay un tiempo en el que el inquilino del Elíseo se encuentra entre dos aguas: aún presidente, pero también candidato, sea o no oficial. Sus rivales están en precampaña. Ahora critican a Macron por estar en campaña sin reconocerlo. Así se interpretó la rueda de prensa de dos horas, hace una semana, sobre las prioridades durante la presidencia semestral de Francia en la Unión Europea, que arranca en enero y coincidirá con las elecciones. Y la entrevista en TF1 y LCI, grabada en la sala de fiestas del Elíseo, fue un ejercicio a medio camino entre el periodismo y la comunicación electoral.
Éric Ciotti, dirigente de Los Republicanos, el partido de la derecha tradicional, reaccionó: “Era un programa de propaganda de un candidato”. El ultraderechista Éric Zemmour opinó: “Esperábamos que el presidente hablase de lo esencial: Francia. Solo habló de lo accesorio: él mismo”. Para Jean-Luc Mélenchon, candidato de la izquierda populista, la entrevista no fue más que “una cháchara desconectada de la realidad”.
El título de la entrevista era “¿Adónde va Francia?”, y se trataba a hacer un balance de un quinquenio que se ha desarrollado en tres tiempos. Primero las reformas liberalizadoras, como la laboral o las rebajas de impuestos. Segundo, la revuelta de los chalecos amarillos, que hizo tambalear al presidente. Y tercero, la pandemia y el viraje social y colbertista –por la tradición de un Estado intervencionista ligada a Jean-Baptista Colbert, ministro de Finanzas de Luis XIV– con un gasto masivo que ha logrado cifras de crecimiento insólitas desde 1967 y la tasa de desempleo más baja de los últimos 15 años.
“Sí, este periodo [la pandemia] nos ha cambiado a todos y nos ha dado una fibra social”, afirmó Macron en un guiño al electorado de centroizquierda, su familia política de origen, decepcionada por el giro al centroderecha durante el mandato, e imprescindible si quiere salir reelegido.
Macron disfruta de una base sólida, en torno a un 24% de intención de voto en la primera vuelta, y una popularidad superior a la de sus antecesores inmediatos, Hollande y el conservador Nicolas Sarkozy, a estas alturas de sus mandatos. Pero esta fidelidad del votante macronista convive con un rechazo, a veces visceral, entre un sector del electorado. Le ven como un político elitista, un “presidente de los ricos”, un exbanquero arrogante incapaz de entender al común de los franceses.
El panorama es volátil: un tercio de votantes se inclina por la extrema derecha, y la candidata de la derecha moderada, Valérie Pécresse, se perfila como la rival más temible de Macron en la segunda vuelta. Es prioritario, para el presidente, mostrarse más humano y compasivo.
Los entrevistadores le hicieron comentar algunas de sus declaraciones polémicas al inicio del quinquenio. Por ejemplo, cuando le dijo a un joven sin empleo: “Yo cruzo la calle y le encuentro a usted un trabajo”. O cuando se refirió a “los vagos”, o a “quienes no son nada”. Muchas de estas frases se sacaron de contexto en su momento, pero reforzaron la imagen de altivez.
“Hay palabras que pueden herir. Y pienso que nunca es bueno. Incluso es inaceptable”, admitió el presidente. Al mea culpa sumó después una declaración de amor a su país y a sus conciudadanos: “Cuando fui elegido, yo amaba Francia, y hoy puedo decirles que la amo con más locura, y amo a las francesas y a los franceses”.
Frédéric Says, cronista político en la radio pública France Culture, lo resumió así el jueves en su comentario matutino, titulado Emmanuel Macron en el diván: “Era algo a medio camino entre la consulta en el psiquiatra y la confesión religiosa”.
El momento de anunciar la candidatura puede ser decisivo. Sarkozy, en 2012, lo hizo dos meses antes. Perdió. Como ha recordado Says, después siempre dijo que, para ganar, le habían faltado dos semanas más en campaña.
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