Hambre, frío y muerte en la frontera entre Polonia y Bielorrusia
Los migrantes atrapados en el límite entre ambos países denuncian agresiones en medio del frío, entre dificultades para conseguir agua y comida
Cuando los miles de migrantes y refugiados que Bielorrusia utiliza como peones humanos para presionar a Polonia llegan a la frontera, se encuentran ante la disyuntiva de jugarse la vida o perderla. “De un lado tienen la valla fronteriza vigilada; del otro, los restos de un antiguo muro soviético”, explica Marysia Zlonkiewicz, activista en la zona de la ONG Chleben i Sola (Pan y Sal, en polaco), basándose en el relato de cientos de personas a...
Cuando los miles de migrantes y refugiados que Bielorrusia utiliza como peones humanos para presionar a Polonia llegan a la frontera, se encuentran ante la disyuntiva de jugarse la vida o perderla. “De un lado tienen la valla fronteriza vigilada; del otro, los restos de un antiguo muro soviético”, explica Marysia Zlonkiewicz, activista en la zona de la ONG Chleben i Sola (Pan y Sal, en polaco), basándose en el relato de cientos de personas a las que esta organización ha auxiliado desde septiembre. “Ahí ya han caído en una trampa. Casi cada día recibimos información de que alguien ha muerto. Su única forma de salir es entrar en Polonia. Algunos lo intentan por su cuenta. A otros los ayudan los soldados bielorrusos”, añade. Zlonkiewicz habló hace dos días con un hombre que había estado inconsciente en Polonia y fue devuelto descalzo a Bielorrusia por los guardias. “Con ese trato le costará sobrevivir al otro lado”, lamenta.
En la frontera, donde cientos o miles de personas (4.000, según el Gobierno polaco) están concentradas en las inmediaciones de la aldea de Kranica, apenas hay comida. Los alimentos se venden por varias decenas de dólares, y las botellas de agua, por 10 veces su precio. Hasta cargar el móvil, una herramienta imprescindible en esta travesía, cuesta dinero.
A la activista Kalina Czwarnog, de Fundaja Ocalenie, le cuentan que los llegados a la frontera son empujados por las fuerzas bielorrusas contra el alambre de espino o les golpean con las porras. Y que no han comido durante días y permanecen por la noche al raso, en el frío, y mojados si ha llovido. “Es trágico y la situación va a ir a peor porque cada vez hace más frío”, añade. El Ministerio de Defensa de Polonia ha difundido dos vídeos que captan un disparo supuestamente realizado por un uniformado desde el lado bielorruso.
Muchas de las historias que relatan los migrantes son similares. Volaron a Minsk a través de agencias turísticas de Erbil, Bagdad, Damasco o Beirut que tienen una contraparte bielorrusa que les gestiona un paquete de transporte y alojamiento. Una vez en Minsk, la mayoría toma un taxi para llegar a la frontera, pero nunca les permiten dirigirse al puesto fronterizo de Kuznica, cerrado por Polonia esta semana. “Cuando ya están allí, no podemos hacer nada con los que nos contactan. Solo informar a Acnur [la agencia de la ONU para los refugiados] y a la Cruz Roja”, precisa la activista Zlonkiewicz.
Polonia mantiene en la frontera con Bielorrusia a unos 15.000 militares, policías, guardias de frontera o miembros de las Fuerzas de Defensa Territorial, un cuerpo paramilitar de reservistas y voluntarios. Sin embargo, miles de migrantes y refugiados logran colarse por alguno de los puntos débiles que inevitablemente tiene una divisoria de casi 400 kilómetros. “Ni nosotros ni las autoridades polacas sabemos realmente cuántos”, apunta Czwarnog. Algunos piden protección internacional en Polonia y la mayoría opta por seguir su camino hacia el corazón de la UE. Alemania, el principal destino, ha recibido en lo que va de año más de 6.000 migrantes, según datos del Gobierno de este país, a través de esta ruta.
De los que logran cruzar, algunos se esconden en la parte polaca del bosque de Bialowieza, un lugar Patrimonio Mundial de la Unesco en el que resulta fácil desorientarse, pero también ocultarse. Son principalmente los más jóvenes. “En cambio, cuando son familias enteras, con ancianos o niños, van por la carretera, porque les sirve como orientación, y los pillan rápido. Hay helicópteros y drones, y ahora además han instalado cámaras. Se nota que no son de la misma familia: se ve a gente dispar o a una anciana con un bebé entre las manos”. Lo cuenta una mujer que no quiere desvelar su nombre porque tiene prohibido proporcionar información, al vivir en una de las cerca de 200 localidades ubicadas en la franja de tres kilómetros en estado de emergencia. Las autoridades impiden entrar allí a todos los civiles no residentes.
Esta franja toca con las últimas viviendas de Hajnowka, una localidad de casas con tejados a dos aguas en la que de noche cuesta ver coches que no sean de policía. El pueblo, dominado por una gran iglesia ortodoxa, es uno de los puntos cercanos al bosque para los turistas que ya no vienen a visitarlo.
“Hay bastante gente que cruza. Y se va a la caza de ellos. He visto algunos grupos por la carretera y no me atrevo a hablar con ellos, porque la policía te puede acusar de ayudarlos”, asegura. Si los localizan, policías o militares avisan a los guardias de fronteras, que meten a los migrantes en un vehículo con destino incierto. “Todos los días se ven vehículos [de las fuerzas de seguridad] que transportan gente”, señala la mujer. Un número indeterminado es devuelto en caliente y otro, llevado a centros de detención o comisarías de policía. “Aquellos que son localizados más hacia dentro son detenidos”, señalaba el miércoles Pawel Jablonski, vicesecretario de Estado de Exteriores polaco, en una distinción que no existe legalmente, ya que el derecho a solicitar protección internacional no depende de la lejanía de la frontera.
La mujer que reside en la zona vetada recuerda con la voz entrecortada dos relatos de vecinas. Uno, el de la mujer que se topó con un migrante que, nada más verla, se arrodilló ante ella implorando agua. La otra vio un niño de unos diez años solo y perdido en medio del bosque.
La situación también afecta a los residentes. Unos vecinos se encontraron la entrada de su casa forzada, pero lo único que faltaba eran alimentos. Su hijo, con apariencia distinta por ser de un tercer país que prefiere no desvelar, ha sido arrestado en tres ocasiones, según cuenta. En el bosque y junto al supermercado por policías de paisano. En una ocasión le obligaron a borrar las fotografías de su teléfono por miedo a que las difundiese.
Controles y retenes
El día a día de esta mujer está marcado por los controles y retenes: “Es como estar en medio de una guerra. Esta situación es muy desagradable. Estamos muy observados y, como no hace falta orden judicial para entrar en las casas, en la mía ya lo han hecho tres veces. Una vez miraron debajo de la cama y les dije: ‘No escondo a judíos”.
Un numeroso grupo trató de forzar la valla el lunes. El intento marcó un antes y un después. No solo aumentó exponencialmente la tensión entre Varsovia y Minsk, sino que ha reducido notablemente las intervenciones de ayuda a quienes consiguen acceder a territorio comunitario. “Pensamos que los bielorrusos están empujando a esas personas a cruzar en bloque, en vez de en pequeños grupos separados por otros puntos de la frontera”, apunta Czwarnog.
En la madrugada de este jueves —tras una jornada similar en la que 60 personas fueron localizadas en Polonia por las fuerzas de seguridad y, en su gran mayoría, devueltas a Bielorrusia— un grupo de refugiados y migrantes lanzó piedras y ramas contra los guardias de fronteras polacos apostados al otro lado de la valla. También intentaron echarla abajo con troncos de árboles como ariete.
“El principal reto para ellos es cruzar, porque en el lado bielorruso no les ayuda nadie”, señala Czwarnog. “En Polonia, en la zona de emergencia, algunas personas lo hacen. Y luego cuando salen de la zona de emergencia podemos darles comida, bebida o mantas y ayudarles a pedir protección internacional antes de que lleguen las fuerzas de seguridad”, asegura la activista. La idea es impedir que sean devueltos a Bielorrusia. “Aunque en ocasiones ha pasado igual”, concluye.
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