Una abstención récord en Irak mina la legitimidad del próximo Parlamento

La Comisión Electoral anuncia una participación del 41%, pero varios analistas discrepan de la forma de cálculo y la sitúan en el 34%

Miembros de un colegio electoral en el barrio de Karrada en Bagdad llevan a cabo un recuento manual tras las elecciones del domingo.AHMED JALIL (EFE)
Bagdad (Enviada especial) -

Doce horas después del cierre de las urnas, la Comisión Electoral de Irak ha anunciado este lunes que la participación en las legislativas de la víspera alcanzó el 41%. Varias fuentes discuten el método de cálculo y consideran que fue del 34%. Aun con el dato oficial, es la más baja desde que EE UU derribó a Sadam Husein en 2003 y abrió las puertas a un sistema democrático. Pero las elecciones por sí solas no garantizan la democracia. Con su abstención, los iraquíes han mostrado su hartazgo con la corrupción...

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Doce horas después del cierre de las urnas, la Comisión Electoral de Irak ha anunciado este lunes que la participación en las legislativas de la víspera alcanzó el 41%. Varias fuentes discuten el método de cálculo y consideran que fue del 34%. Aun con el dato oficial, es la más baja desde que EE UU derribó a Sadam Husein en 2003 y abrió las puertas a un sistema democrático. Pero las elecciones por sí solas no garantizan la democracia. Con su abstención, los iraquíes han mostrado su hartazgo con la corrupción que alimenta el reparto de poder entre los partidos y su apoyo en grupos armados.

Como en las elecciones de 2018, ha vuelto a ganar la abstención. La desconfianza de los iraquíes hacia sus políticos, que tachan de interesados y corruptos, ha pesado más que las garantías en la gestión del voto o la evidente mejora de la seguridad. El nuevo Parlamento elegirá primer ministro y presidente, pero más allá de quiénes ocupen sus 329 escaños se enfrenta a una profunda crisis de legitimidad.

Un fuerte despliegue de seguridad era evidente en Bagdad desde primera hora de la mañana del domingo. A diferencia de las primeras elecciones, cuando los iraquíes formaban largas colas desafiando las bombas, los accesos a los colegios electorales permanecen vacíos y quienes acuden a votar liquidan el deber en pocos minutos. Predominan militantes de los partidos, lo que hace esperar pocos cambios, o quienes sienten el voto como un deber religioso.

La familia Hayder es un ejemplo de este segundo caso. “Tomamos la decisión tras la fetua del ayatolá Sistaní”, explica el padre en referencia al líder espiritual de los chiíes (una comunidad que suma dos tercios de los 41,5 millones de iraquíes). También han consensuado el candidato al que él, su esposa y sus tres hijos universitarios (una chica y dos chicos) han votado. Contentos por el deber cumplido, se hacen un selfi a la salida del colegio electoral instalado en la Escuela Furat del barrio de Binuk. Son las 11.30 del domingo y, según el responsable de la circunscripción, han depositado su papeleta 83 de los 15.000 votantes registrados.

Los comicios se adelantaron varios meses como respuesta a las protestas antigubernamentales de hace dos años. Pero muchos iraquíes no consideran que la convocatoria les ofrezca opciones libres y justas. Potenciales candidatos fueron objeto de ataques e intimidaciones que los llevaron a retirarse. Muchos supuestos independientes han sido cooptados durante la campaña. Incluso quienes votan dudan de que los nuevos diputados tengan la voluntad o el poder para mejorar las condiciones de vida del país.

De hecho, el resultado se conoce de antemano: ganarán los partidos islamistas chiíes y sus milicias, fruto del peso demográfico y del voto sectario. Queda por ver cuál de entre ellos logrará más escaños: si el movimiento del clérigo populista Múqtada al Sadr —que se opone a toda interferencia extrajera, incluida la de Irán— o sus rivales proiraníes que, agrupados, tal vez constituyan el mayor bloque de la Cámara. En cualquier caso, las componendas entre bambalinas, no los votos, decidirán el primer ministro.

En el barrio de Ciudad Sadr, feudo de seguidores de Múqtada, predomina el voto militante. Abu Muslim al Kharhi y su madre, Um Montazer, han venido desde la otra punta de la ciudad porque se mudaron hace poco y aún no han podido cambiar su empadronamiento. “Hemos elegido un candidato que lucha contra la corrupción. No se trata de caras nuevas o viejas, mientras sean honestos”, afirma el hombre, dando a entender que es un sadrista. Um Montazer se muestra convencida de que los cambios “solo dependen de Dios”.

Antes de explicar el proceso de votación, Hayder Khodr Abed, responsable del colegio electoral instalado en la Escuela Al Sadrain, señala las marcas de distancia que han instalado en el suelo para respetar los protocolos anticovid. A la vista de la escasa afluencia, resultan innecesarias. “Esperamos que se anime a lo largo del día”, estima Abed, que trabaja para la Comisión Electoral desde las elecciones constituyentes de 2005.

A media jornada se percibe el nerviosismo de los dirigentes políticos. Múqtada insta a los votantes a acudir a las urnas por la tarde a la vez que asegura que la participación durante la primera parte del día ha sido un éxito. Qais al Khazali, al frente de un partido-milicia rival, también hablaba de éxito a primera hora de la tarde, a la vez que pedía que se siguiera votando para proteger los votos. En Kirkuk, una provincia disputada entre árabes y kurdos, un dirigente de esta comunidad, Khalid Shwani, pedía a sus paisanos que se movilizaran ante el riesgo de perder uno de sus escaños por falta de apoyos.

Solo en el barrio suní de Adhamiya había algo más de movimiento a pesar de los 36 grados de temperatura que se alcanzaban a primera hora de la tarde. Los árabes suníes, que boicotearon las primeras legislaturas, no quieren dejar el Parlamento “en manos de Irán”, según Omar, ingeniero de 28 años que ha votado por un independiente. “Estamos hartos de las injusticias y de la falta de respeto a ley”, declara antes de que un policía interrumpa la entrevista.

Poco antes del cierre de las urnas, varias empleadas electorales dormitaban en el colegio electoral del Instituto Bagdad (femenino), en el barrio de Mansur. Apenas una cuarentena de personas había votado en cada una de sus ocho mesas. “La mayoría, gente mayor; pocos jóvenes”, admitía con tristeza una de las encargadas. Fuera, Ghufran, de 30 años, se mostraba contrariada. A diferencia de su padre, no había podido depositar una papeleta en favor de la alianza proreforma Tichrin, por no haber actualizado sus datos biométricos en la tarjeta electoral.

La jefa de la Misión de Observación Electoral de la UE, la alemana Viola von Cramon, confirmó que sus miembros también habían constatado “una baja asistencia de votantes”. “Es claramente una señal política y solo podemos esperar que la élite política de Irak la oiga”, dijo Von Cramon a los periodistas.

Dudas sobre el dato de participación

Muchos iraquíes han reaccionado con escepticismo al porcentaje de votantes. “Es un dato falso”, afirma Nabil, un funcionario que se abstuvo en los comicios. La cifra final de participación también ha sorprendido a periodistas y observadores internacionales que, durante la jornada electoral, presenciaron una escasa asistencia a las urnas. “No nos lo creemos, pero es muy problemático decir que la Comisión Electoral miente”, confía uno de los 600 extranjeros presentes en las votaciones.

El problema, estima el analista iraquí Farhad Alaaldin, es que “la Comisión Electoral ha calculado el porcentaje de participación sobre el número de votantes registrados”. En su opinión, lo correcto hubiera sido hacerlo sobre los potenciales votantes (iraquíes mayores de 18 años). En ese caso, los 9.077.779 ciudadanos que acudieron a las urnas representan un 34% del censo electoral (26.642.085).

Ese porcentaje coincide sustancialmente con la estimación realizada por la fundación iraquí Al Noor, que desplegó 1.500 observadores en 10 de las 18 provincias de Irak. Según confía a EL PAÍS una fuente de este grupo, la participación rondó el 35%.

De ahí que los datos por provincias facilitados por la Comisión Electoral, también requieran un ajuste. Según su desglose, Bagdad, con la participación más baja, llegó a un 31% en Rusafa (la orilla oriental del Tigris) y un 34% en Karkh (los barrios occidentales). El resto de las provincias (salvo Suleimaniya) superaron el 40% y en el caso de Dohuk llegó al 54%, la más alta del país. De ahí sale la media del 41%, similar a la de 2018, cuando alcanzó el 44,5%.

Datos biométricos, satélites y helicópteros

No basta con disponer de DNI. Los iraquíes necesitan además una tarjeta con sus datos biométricos para poder votar. Con ella se contrastan sus huellas dactilares. A continuación, impregnan su índice en tinta indeleble y reciben la papeleta, en realidad una sábana con decenas de nombres. Tras un biombo proceden a marcar el candidato elegido y la papeleta está lista para entrar en la urna que lee electrónicamente el voto, además de guardarlo físicamente.

También se han extremado las medidas para trasmitir los resultados a la Comisión Electoral. Cada colegio dispone de un trasmisor por satélite y, en previsión de un posible hackeo, los mismos datos se descargan en un USB que se traslada en coche o helicóptero (según el lugar).

Además, por lotería y sin previo aviso, se han identificado 17 mesas electorales para un recuento manual. En todas han coincidido los datos con los electrónicos. De haber habido una diferencia superior al 5%, se hubieran recontado todas las papeletas del colegio donde se hubiera dado la discrepancia.

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