Andrew Cuomo, el gobernador de Nueva York que ha pasado de héroe a villano

Las denuncias de acoso sexual por una exasesora se suman a la polémica por la ocultación de la cifra de muertos por covid en los geriátricos del Estado

El gobernador Andrew Cuomo, este miércoles en la inauguración de un macrocentro de vacunación en Queens (Nueva York).POOL (Reuters)

El gobernador del Estado de Nueva York, el demócrata Andrew Cuomo, ha pasado de héroe a villano en lo que va de pandemia. Las acusaciones de acoso sexual por parte de una antigua asesora, este miércoles, se suman a la tormenta política desatada en sus propias filas por la ocultación de datos acerca de la muerte de internos en residencias por covid-19, un caso que está en manos de la...

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El gobernador del Estado de Nueva York, el demócrata Andrew Cuomo, ha pasado de héroe a villano en lo que va de pandemia. Las acusaciones de acoso sexual por parte de una antigua asesora, este miércoles, se suman a la tormenta política desatada en sus propias filas por la ocultación de datos acerca de la muerte de internos en residencias por covid-19, un caso que está en manos de la justicia y que tiene al ala más progresista del partido disparando fuego amigo a discreción.

Todos contra Cuomo, parece ser la consigna; pero sobre todo los suyos. Para quien fuera visto como un modelo de comunicación en la primera oleada de la pandemia, con ruedas de prensa diarias televisadas que le valieron un premio Emmy, todo se vuelve ahora en contra. Cuomo (Nueva York, 63 años) llegó incluso a escribir un libro sobre su eficaz gestión de la emergencia; a su pesar, sigue haciendo correr ríos de tinta.

Lindsey Boylan, exasesora económica —y actual candidata a presidir el condado de Manhattan—, reveló este miércoles nuevos detalles sobre el supuesto acoso sufrido durante los cuatro años que trabajó para el gobernador, y que este ha negado. En una carta en el portal Medium, Boylan pormenorizó episodios como una invitación a jugar al strip poker por parte del político cuando en 2017 ambos volaban “en su avión, pagado con impuestos de los contribuyentes” y, en presencia de otros colaboradores y un escolta, Cuomo la inmovilizó con las rodillas, sentado frente a ella, proponiéndole jugar a esa modalidad del póquer que obliga al perdedor a ir despojándose de la ropa. En otra ocasión, en 2018, Boylan asegura que Cuomo la besó en los labios cuando estaban a solas en su oficina. A finales de ese año, presentó su dimisión.

Los testigos de la invitación al strip poker han asegurado este miércoles, a través de la secretaria de prensa del gobernador, que esa escena nunca sucedió. El propio Cuomo, italoamericano, en su tercer mandato consecutivo como gobernador, ya rechazó las acusaciones de Boylan cuando en diciembre, vía Twitter, esta desvelara el hostigamiento. “Las mujeres tienen derecho a expresar su opinión”, zanjó entonces Cuomo, subrayando que los tuits de su exasesora no se ajustaban a la realidad. Mucho más tajante fue este miércoles su responsable de prensa: “Las acusaciones de la señora Boylan son simplemente falsas”.

Aunque el supuesto acoso pueda desviar la atención de lo que en realidad es una gran bronca política, con el sector más progresista de los demócratas arremetiendo contra él desde hace meses —como avanzadilla de una eventual pugna por las riendas nacionales del partido—, solo añade más lodo al que salpica a Cuomo en las últimas semanas. En enero, la renuncia en cadena de una decena de altos cargos del Departamento de Salud Pública reveló sus peculiares métodos de gestión de la emergencia, al rechazar los protocolos existentes, aprobados por expertos, para aplicar su propio modelo de vacunación, a la vez que desautorizaba públicamente el criterio de estos. Luego estalló el caso de las residencias, tras confirmarse que el Estado de Nueva York había mentido sobre la cifra real de muertos por la covid-19. El propio Cuomo se vio obligado a admitir que el número de fallecidos se eleva a unos 15.000, en vez de los 8.000 que su Administración se empecinó en declarar durante meses.

Amenaza de ‘impeachment’

La ocultación de datos, que ha motivado una investigación del fiscal federal del distrito este de Nueva York y del FBI, puso a Cuomo definitivamente en el disparadero de sus correligionarios, que ya venían cuestionando su poder omnímodo, alicatado por el relumbre mediático, con iniciativas legislativas de corte más social como un proyecto de ley para gravar a los milmillonarios en beneficio de los sectores más desfavorecidos por la pandemia.

Pero con el caso de los geriátricos, Albany, la capital de Nueva York y sede del Capitolio estatal, ha pasado en un segundo de ser un lugar anodino a convertirse en el ojo de un huracán político: por tierra, mar y aire, sus compañeros van a por él. Los legisladores han presentado una solicitud para retirar a Cuomo los poderes de emergencia que le concedieron para gestionar la pandemia, y algunos proponen someterle a un impeachment. En la pugna quedan fielmente representadas las dos facciones del partido: el búnker del establishment frente a la renovación (o la izquierda).

Lleva la voz cantante el legislador Rom T. Kim, que se define como “delegado de Bernie [Sanders]” en Twitter y que perdió a un tío en una residencia por culpa de la covid. Y como ariete, se ha llevado también la peor parte en la confrontación. Cuomo le amenazó presuntamente con destruir su carrera si seguía insistiendo en que rindiera cuentas, aseguró Kim la semana pasada. En el argumentario del sandersista destaca la denuncia de que Cuomo blindó a los empresarios titulares de los geriátricos para eximirles de responsabilidad, mientras echaba sobre los trabajadores de las residencias la carga de la culpa.

Destacados representantes del ala progresista demócrata hacen piña en los últimos días con el alcalde de la ciudad, el también demócrata Bill de Blasio, rival inveterado de Cuomo. El antagonismo entre ambos se ha puesto de relieve en la gestión de la pandemia, con medidas antitéticas —por ejemplo, las relativas al cierre de establecimientos o de los colegios para evitar contagios— que llegan al extremo de utilizar dos métricas distintas para calcular la prevalencia del virus, lo cual disparata cualquier balance. Pero la punta del iceberg, ahora al rojo vivo, de la pelea oculta una marejada de fondo, o un tsunami si se quiere, “la lucha a muerte por el alma del partido demócrata”, según definición de un activo militante progresista de Nueva York amparado en el anonimato.

Es más que una enmienda a la gestión ejecutiva del gobernador, que desde marzo pasado controla las decisiones sobre confinamientos o administración de vacunas. Lo que a nivel nacional se intuye sutilmente, en Nueva York ha eclosionado. Las elecciones a gobernador, el próximo año y a las que Cuomo, en principio, va a concurrir —a la espera de saltar a la arena política nacional, apuntan algunos—, son vistas como el catalizador del cambio en el partido demócrata. Grupos progresistas como Working Families Party darán la batalla por la renovación, mientras el escándalo de las residencias, y un presunto acoso de larga data, se ciernen como una losa sobre el futuro político de Cuomo.

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