La UE vislumbra un acuerdo con Londres pero se prepara ante el riesgo de descarrilamiento
El Gobierno de Johnson cree que su economía peligra más por el coronavirus que por un Brexit desordenado
Boris Johnson dispone de algo más de cinco semanas para intentar desactivar la mina que enterró él mismo a principios de 2020. La mayoría de los británicos, desbordados por la pandemia, han desterrado al Brexit de sus preocupaciones, pero si Londres y Bruselas son incapaces de acordar un final ordenado del periodo de transición, antes de que concluya el año, se pondrían en marcha todos los resortes para desencadenar una tormenta perfecta. “El impacto más importante sobre nuestra economía, ...
Boris Johnson dispone de algo más de cinco semanas para intentar desactivar la mina que enterró él mismo a principios de 2020. La mayoría de los británicos, desbordados por la pandemia, han desterrado al Brexit de sus preocupaciones, pero si Londres y Bruselas son incapaces de acordar un final ordenado del periodo de transición, antes de que concluya el año, se pondrían en marcha todos los resortes para desencadenar una tormenta perfecta. “El impacto más importante sobre nuestra economía, para 2021, no lo va a provocar un Brexit sin acuerdo, sino el coronavirus”, ha defendido este domingo en la BBC el ministro de Economía británico, Rishi Sunak. Como su primer ministro, Sunak sabe que las consecuencias a corto plazo de una salida brusca de la Unión Europea serán nefastas para las empresas del país, pero se aferra a un discurso repleto de voluntarismo que sostiene que “Gran Bretaña prosperará a largo plazo, con o sin acuerdo”. Y confía a su vez en que el cataclismo provocado por la actual crisis sanitaria pueda camuflar los posibles errores de Downing Street.
La UE y el Reino Unido negocian de manera prácticamente constante para llegar a un acuerdo que evite el caos fronterizo, aduanero y comercial el próximo 1 de enero. La Comisión Europea se ha mostrado en los últimos días más optimista sobre la posibilidad de llegar a un pacto, después de rozar la ruptura de las negociaciones a lo largo del verano. Pero siguen abiertas las diferencias más profundas, relativas a las medidas para evitar una competencia desleal y sobre el acceso de la flota pesquera comunitaria a las aguas británicas. Bruselas no oculta el peligro de llegar a final de año sin acuerdo y la Unión prepara medidas de contingencia ante el posible batacazo.
“Después de semanas difíciles, en los últimos días hemos visto un mejor progreso, más movimiento”, celebraba la semana pasada la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen. En la misma línea se expresaba Londres, donde se reconocen los avances conseguidos por los negociadores, liderados por Michel Barnier, en el lado europeo, y David Frost, en el británico.
El trabajo contra el reloj desde el pasado 22 de octubre, con negociaciones prácticamente diarias, ha permitido llegar ya a un texto común que daría forma al futuro tratado de relaciones comerciales. Pero los puntos de discordia siguen intactos.
El impacto de la pandemia, además, ha complicado la recta final porque el equipo negociador europeo se encuentra en cuarentena tras un positivo por covid-19 de uno de sus integrantes la semana pasada. Barnier y Frost siguen en contacto y las negociaciones continúan por vía telemática. Pero en un regateo tan delicado parece difícil llegar a un acuerdo definitivo sin un encuentro físico en Londres o en Bruselas.
La señal más clara de que Johnson quiere y necesita cerrar algo con la UE, sin embargo, pudo verse la semana anterior, cuando estalló una crisis interna en Downing Street que acabó con la dimisión del asesor estrella e ideólogo del Brexit, Dominic Cummings, y de parte de su equipo. Frost es un euroescéptico ferviente, aliado y amigo de Cummings. El primer ministro respiró tranquilo cuando recibió el compromiso de que no abandonaría el barco y seguiría al mando de las negociaciones.
Todo avanza, y a la vez todo sigue estancado ante los mismos obstáculos. La UE exige un sistema fiable y estable para dirimir las futuras disputas, mientras que Londres recela de cualquier fórmula que pueda interpretarse como una cortapisa a su soberanía nacional y a su libertad para legislar o conceder ayudas de Estado. Y la disputa sobre el sector pesquero sigue encasquillada y se perfila como candidata al regateo final.
El nerviosismo cunde en los países europeos, sobre todo, en los potencialmente más afectados por la falta de acuerdo, como Países Bajos o Bélgica, o en los reacios a hacer concesiones de última hora para evitar la ruptura, con Francia al frente. París ya urgió la semana pasada a la Comisión Europea a que apruebe los planes de contingencia que se pondrían en marcha el 1 de enero para paliar las posibles consecuencias económicas y sociales de la falta de acuerdo.
Bruselas, de momento, se resiste a activar el modo de emergencia para que se mantenga la presión sobre la necesidad de llegar a un pacto. Pero los planes están preparados y replican, en buena medida, los que se elaboraron en 2019 cuando la imposibilidad del Gobierno de Theresa May de aprobar el acuerdo de salida apuntaba a un Brexit tremendamente brusco.
Fuentes comunitarias recuerdan, sin embargo, que la situación actual ha variado porque el Brexit ya se consumó el pasado 31 de enero y ahora se trata de pactar la convivencia futura pero sin riesgo de ruptura brutal y descontrolada. Las medidas de contingencia, por tanto, podrían aplicarse durante plazos más cortos y con menos concesiones recíprocas por ambas partes.
Apoyo al sector pesquero
El plan prevé, en todo caso, medidas de apoyo al sector pesquero, que podría beneficiarse tanto de ayudas nacionales como europeas en los ocho países más afectados por el previsible recorte de la cuota de capturas: Francia, cuyas capturas suponen casi un tercio del valor del total de las capturas europeas, Dinamarca, los Países Bajos, Bélgica, Alemania, Portugal y España.
Bruselas no descarta que haya roces violentos entre los pescadores europeos y los británicos si no se llega a un acuerdo y el derecho de pesca en aguas británicas se interrumpe de manera brusca el 31 de diciembre. El Gobierno de Boris Johnson necesita un recorte drástico en las cuotas europeas para congraciarse con el malestar latente en Escocia y, en particular, con sus zonas de pescadores, las únicas de la región donde hubo un voto favorable al Brexit en el referéndum de 2016.
En lo que respecta al transporte ferroviario, la UE ya ha aprobado las normas que permitirán la continuación de los enlaces de París y Bruselas con Londres. Francia y el Reino Unido deben negociar a su vez un acuerdo internacional que regule la circulación a través del túnel del canal de la Mancha. Se espera que el tráfico de pasajeros continúe con normalidad.
En este caso, la pandemia puede favorecer una transición más suave porque el tráfico ha descendido drásticamente a juzgar por las cifras de facturación del operador del Canal, Getlink. Los ingresos de la compañía cayeron un 25% en los primeros nueve meses de 2020 en relación con el ejercicio anterior.
El sector aéreo también confía en que el acuerdo mantenga un statu quo similar al actual. En caso de ruptura, Bruselas y Londres pueden prolongar durante unos meses los derechos de vuelo, pero pueden limitarlos de punto a punto, es decir, sin posibilidad para las aerolíneas de programar escalas.
Muchas más complicaciones se esperan en lo relativo al tráfico de mercancías. Tanto la Comisión Europea como el Gobierno de Johnson han avisado de que con o sin acuerdo el tránsito de bienes estará sujeto a un proceso mucho más engorroso que hasta ahora porque el Reino Unido abandona, además de la UE, el mercado interior y la unión aduanera. Sin acuerdo, además, numerosas exportaciones estarían sujetas a elevados aranceles. Ambas partes anticipan atascos en los puestos fronterizos aunque Londres ha anunciado que introducirá los controles de manera progresiva durante el primer semestre de 2021. Las empresas británicas, que han confiado durante todo este tiempo en una solución pactada, advierten ahora de que en su mayoría no están preparadas para la transición. Los planes de contingencia previos se han quedado obsoletos, y el golpe de la pandemia ha agotado su capacidad de maniobra y respuesta.
El tiempo para llegar a un pacto también se agota porque el acuerdo debe ser ratificado parlamentariamente en las dos orillas. El Parlamento Europeo celebra su última sesión a mediados de diciembre aunque, en caso extremo, podría organizarse una sesión extraordinaria más tarde. Londres cree que podría ratificarlo en cuestión de días. “Hemos visto muchos plazos fijarse y desaparecer, pero el único que no se puede mover es el del próximo 1 de enero, cuando concluye el período de transición”, aseguraba la semana pasada el comisario europeo de Comercio, Valdis Dombrovskis.
Los problemas se amontonan en Downing Street
Horas después de que Dominic Cummings, el asesor estrella de Johnson e ideólogo del Brexit, abandonara su puesto en Downing Street, un portavoz del primer ministro aseguraba que su dimisión no supondría relajación alguna de la postura británica en las negociaciones con Bruselas. “Esa posición se mantiene inalterada. Nuestro propósito sigue siendo el de alcanzar un acuerdo, pero a condición de que se respete plenamente la soberanía del Reino Unido”, decía. Es incuestionable que la última palabra, de cara a posibles cesiones que faciliten el pacto, la tiene Johnson. Y que el político mantiene firme su discurso de que, a largo plazo, la economía británica volverá a prosperar, con o sin acuerdo comercial con la UE.
Pero los problemas se amontonan en la mesa de su despacho, y un tratado comercial que despeje la incertidumbre actual comenzaría a aportar al primer ministro la tranquilidad que necesita. El futuro nuevo inquilino de la Casa Blanca, Joe Biden, ya ha dejado claro que no le gusta la Ley del Mercado Interior aprobada por el Gobierno británico, que violó unilateralmente los compromisos adquiridos por Londres con Bruselas a principios de año. El Gobierno de Irlanda ha amenazado con bloquear cualquier acuerdo comercial entre la UE y el Reino Unido si Downing Street no retira un proyecto de ley que pone en peligro la paz alcanzada con los Acuerdos de Viernes Santo de 1998. Bruselas amenaza con emprender sus propias acciones legales y la Cámara de los Lores ha propinado un golpe añadido a Johnson al rechazar el texto en segunda lectura.
Tanto el Ministerio de Economía como el de Comercio han dejado claro, en recientes informes, que la perspectiva de una recuperación temprana que han supuesto las noticias de nuevas vacunas contra el virus podría verse alterada por un bache en el camino en el peor de los momentos. Y la principal patronal británica, la CBI, ha urgido a Johnson a que intente hasta el último minuto cerrar un acuerdo con Bruselas que evite en estos momentos un caos para el que pocas empresas están preparadas. En último término, Johnson cuenta con el apoyo del nuevo líder laborista, Keir Starmer, dispuesto a respaldar con sus votos el futuro tratado comercial a poco que satisfaga los intereses británicos. Starmer es el primer interesado en dejar atrás la pesadilla del Brexit, y Johnson no olvida su promesa a la ciudadanía británica de que conseguiría, antes de fin de año, un acuerdo beneficioso para todos.