Análisis

Londres desenvaina

Salvo un inesperado milagro, será imposible que en el mes de junio las distancias se hayan acortado entre la Unión Europea y el Reino Unido

El negociador jefe europeo del Brexit, Michel Barnier, el pasado 24 de abril, en Bruselas.POOL (Reuters)

El canal de la Mancha se está convirtiendo en un océano. Tras la fracasada ronda negociadora Unión Europea-Reino Unido sobre su futura relación bilateral, el clima y los términos del debate están más enrarecidos que nunca.

Salvo un inesperado milagro, será imposible que en el mes de junio las distancias se hayan acortado, de manera que Londres decidirá si su “foco de atención abandona las negociaciones y se concentra solo en continuar los p...

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El canal de la Mancha se está convirtiendo en un océano. Tras la fracasada ronda negociadora Unión Europea-Reino Unido sobre su futura relación bilateral, el clima y los términos del debate están más enrarecidos que nunca.

Salvo un inesperado milagro, será imposible que en el mes de junio las distancias se hayan acortado, de manera que Londres decidirá si su “foco de atención abandona las negociaciones y se concentra solo en continuar los preparativos domésticos” para una ruptura caótica, sin mediar pacto, como propugna su biblia negociadora, The future relationship with the EU, the UK approach to negotiations, recién publicada.

La persistencia de esa amenaza, que reza en el frontispicio del manual (punto 9), se ha duplicado en las últimas horas. Como si su propósito fuese precipitar asap (cuanto antes) la ruptura definitiva. Y poder enmascarar así la grave recesión que provocará este Brexit sin retorno, dentro de la envolvente crisis económica provocada por la pandemia. Que es erga omnes, para todos, y por tanto menos susceptible de atribución de culpabilidades.

De modo que el negociador Michael Frost dirigió el martes una dura carta abierta a su homólogo europeo, Michel Barnier, algo insólito si hay voluntad de llegar a buen puerto. Frost apela a otros acuerdos comerciales de la UE con Canadá, Noruega, Japón, Australia, Nueva Zelanda o Corea, según más le beneficien en cada caso, en la clásica técnica del cherrypicking, escoger cerezas a placer. Y se queja de que la UE se lo impida, critica que le reclame atenerse a las reglas de competencia empresarial que ha compartido durante cuatro décadas; reniega de cualquier “alineamiento regulatorio” contra lo que había asumido el Reino Unido en tiempos de Theresa May y dice que se le ofrece un tratado, ay, “de baja calidad”.

Ese texto consagra una escalada. La Comisión abrió el jueves de la semana pasada expediente a Londres por presuntas restricciones a la libre circulación de personas. Concordaba con una anterior denuncia parlamentaria que acusaba al Gobierno de Boris Johnson de imponer “obstáculos significativos” para su tratamiento en la pandemia. El jefe de Gabinete de Johnson, Michael Gove, lanzó también una carta pública acusando a varios Gobiernos europeos de no facilitar a sus residentes británicos el papeleo para consolidar su situación en el futuro.

Pero no hay empate. Para muestra, un botón de los planes de los conservadores. Acaban de aprobar en los Comunes una nueva ley migratoria, que regirá desde 2021, que considera “incapacitados” para ser acogidos como residentes a profesionales de excepción. A los que están hoy en primera fila del servicio público sanitario “como el personal del Servicio Nacional de la Salud o los trabajadores en las residencias” geriátricas, denunció el diputado laborista Nick Thomas-Symonds.

Tampoco hay empate a la hora de concretar el protocolo pactado el año pasado sobre el futuro de Irlanda del Norte. Era el asunto estrella de la negociación, y la principal modificación que Johnson efectuó al acuerdo de retirada pactado por su predecesora, lo que ya indicaba cuán de fiar son las posiciones de su Gobierno. El viejo pacto dejaba claro que Irlanda del Norte seguiría adscrita al mercado interior europeo; Johnson propuso una fórmula anterior que antes denostaba: establecer una línea de controles aduaneros entre la isla y los condados irlandeses del Norte, lo que le valió el disgusto de los unionistas.

Pues bien, ahora pretende que eso “no implique ninguna infraestructura aduanera nueva”: por un lado, parece positivo, en cuanto asume que la habrá (aunque sea la vieja fitosanitaria); por otro, plantea que los intercambios se sometan “a algunos controles limitados” mínimos para preservar el mercado interior… británico. Pero la cuestión es prístina: o hay aduana, o no. Para forzar las coincidencias, la secretaria de Comercio, Liz Truss, acaba de anunciar un despliegue arancelario… que por vez primera incluiría a los socios de la UE si no media acuerdo. Del proyecto de gravar solo al 60% de las importaciones británicas, se sube el listón al 87%. Y entre ellas, los automóviles (tarifa del 10%) y el grueso de los productos de la huerta mediterránea, incluidos los cítricos, con tarifas del mismo rango. Así que Londres ha desenvainado.

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