Muere Henri Weber, de revolucionario del 68 a reformista en el PS
El exeurodiputado y exsenador socialista, trotskista en su juventud, fallece por la covid-19 a los 75 años
La generación de 1968 ha perdido a uno de sus miembros más destacados. La biografía de Henri Weber, fallecido el domingo por la covid-19 a los 75 años, resume el itinerario de muchos jóvenes que, armados con ideologías extremas, se levantaron contra el poder establecido en el Mayo francés, y que más tarde evolucionaron hacia posiciones más moderadas.
Nunca fue un nostálgico. En 2018, en vísperas del 50 aniversario de Mayo del 68, ...
La generación de 1968 ha perdido a uno de sus miembros más destacados. La biografía de Henri Weber, fallecido el domingo por la covid-19 a los 75 años, resume el itinerario de muchos jóvenes que, armados con ideologías extremas, se levantaron contra el poder establecido en el Mayo francés, y que más tarde evolucionaron hacia posiciones más moderadas.
Nunca fue un nostálgico. En 2018, en vísperas del 50 aniversario de Mayo del 68, recibió al corresponsal de EL PAÍS en el Café de Flore, el legendario local de Saint Germain des Près, corazón intelectual y político del París de la segunda mitad del siglo XX. Weber no creía en una repetición del 68, aunque unos meses después estallaría la revuelta de los chalecos amarillos. Los paralelismos los encontraba en otros combates. “Veo una línea entre el 68 y el movimiento meToo, el movimiento de las mujeres contra el acoso sexual y por la igualdad profesional”, dijo. “Mayo, el esfuerzo por la mayor igualdad y democracia, continúa actuando”. Era un optimista.
Sus padres eran judíos polacos de Chrzanow, una ciudad cerca de Oswiecim, donde la Alemania nazi instalaría el campo de exterminio de Auschwitz. Huyendo de Hitler emigraron a la Unión Soviética, que les internó en un campo de trabajo en Leninabad, en el actual Tayikistán. Allí nació Henri. Al terminar la Segunda Guerra Mundial la familia regresó por un tiempo a Polonia, antes de instalarse en Francia en 1948.
La máquina integradora de la República, en aquella posguerra de ruinas y esperanzas, funcionaba a todo tren. El pequeño Henri era un alumno a la vez brillante y rebelde. La escuela, fábrica de ciudadanos, convirtió a aquel niño en cuya casa no se hablaba francés en un francés hecho y derecho.
“Su destino no es solo emblemático de la generación del 68, sino también del ascensor republicano”, decía ayer en un correo electrónico la escritora Laurence Debray, que lo consideraba como un tío: el padre de ella, el intelectual y revolucionario Régis Debray, y Weber era amigos cercanos. Laurence Debray evocó su actitud poco solemne, atípica en los salones del poder: “Nunca fue esclavo de los privilegios que otorgan la política en Francia. Él andaba por Paris en scooter. Era un militante profesional, pero siempre fue muy humano, cerca de la gente”:
Como muchos en su generación, la guerra de Argelia fue su primera gran causa. Henri Weber se hizo comunista; su padre, que recordaba la URSS de Stalin no lo entendía; él no entendía que su padre no lo entendiese. ¿Cómo podía ser malo el comunismo si había derrotado al nazismo y lanzado, antes que Estados Unidos, el primer satélite artificial, el Sputnik? Tiempo después, le dio la razón.
A principios de los años, mientras estudiaba en la Sorbona, conoció al joven líder trotskista Alain Krivine y se unió a su grupo, disidente de la opresiva atmósfera aún estalinista del Partido Comunista Francés. Ambos, junto a otros líderes estudiantiles como el anarquista Daniel Cohn-Bendit, fueron las cabezas visibles de la revuelta de mayo de 1968, las protestas estudiantiles y huelgas obreras que paralizaron Francia durante más de un mes y pusieron en jaque al General de Gaulle.
La resaca del 68, que Weber y sus camaradas creían erróneamente que sería el ensayo general de la gran revolución, fue compleja. Algunos derivaron por la pendiente dogmática. Weber fue tomando distancias con el militantismo revolucionario y en dirección hacia la socialdemocracia.
“Mi crítica de fondo [del 68] es el culto a la violencia, la valorización de la violencia como método de transformación de la sociedad”, diría medio siglo después en la terraza del Flore.
La victoria del socialista François Mitterrand en las elecciones presidenciales de 1981 fue, para algunos en la generación del 68, a la vez el momento de la conquista del poder y el del reconocimiento de la vía reformista como única posible. En 1986 Henri Weber se adhirió al Partido Socialista. Fue eurodiputado y senador. Trabajó con Laurent Fabius cuando este era primer ministro. Pese al descalabro de PS, no había dejado de ser militante. En los último tiempos se había mostrado crítico con los chalecos amarillos y había denunciado la presencia de sus filas de “componentes populistas de derecha y de extrema derecha”.
En la citada entrevista con EL PAÍS, y al hacer balance del legado de una generación que hoy sufre los estragos de la covid-19, declaró: “El próximo logro, en el ámbito de las costumbres, será el derecho de los ciudadanos a morir con dignidad. Cuando tengamos esto, nuestra generación podrá marcharse tranquila. Habrá liberalizado muy profundamente este país”.