El peso de las emociones en la glaciación del coronavirus
El mundo entra en una hibernación. Cómo será después del deshielo depende de las decisiones sanitarias y económicas, pero también de los gestos y símbolos que queden en las retinas
El mundo ha entrado en una glaciación. De repente, en los idus de marzo, como una suerte de Gorgona del siglo XXI, el coronavirus ha congelado al planeta que lo contemplaba.
En este estado de petrificación, los líderes mundiales afrontan un dilema existencial: dejar morir a mucha gente (hibernación socioeconómica limitada) o dejar morir grandes pedazos de la economía que da de vivir a todos (hibernación profunda y prolongada). Responsabilidades terribles que ojalá...
El mundo ha entrado en una glaciación. De repente, en los idus de marzo, como una suerte de Gorgona del siglo XXI, el coronavirus ha congelado al planeta que lo contemplaba.
En este estado de petrificación, los líderes mundiales afrontan un dilema existencial: dejar morir a mucha gente (hibernación socioeconómica limitada) o dejar morir grandes pedazos de la economía que da de vivir a todos (hibernación profunda y prolongada). Responsabilidades terribles que ojalá los avances científicos puedan aliviar pronto.
En ese mismo estado de petrificación, los ciudadanos del mundo se verán proyectados en una experiencia emotiva dura, desconocida y fecunda de consecuencias políticas. Una parte significativa de la población mundial, y la práctica totalidad de la europea, no ha afrontado en su vida circunstancias tan dramáticas como las que se perfilan.
Es imposible sobreestimar la importancia de acertar en las decisiones macro de orden sanitario y económico: hallar el equilibrio entre proteger la salud ciudadana y el tejido socioeconómico. Pero es importante no subestimar la relevancia de gestos y mensajes que cuiden el aspecto emocional. Hay imágenes que se quedan en la retina, y palabras cuyo eco resuena en los espíritus. Importan.
Miren a la Unión Europea. A sus 63 años, también es un sujeto político de riesgo ante el virus. Ha garantizado paz y prosperidad durante décadas y ahora afronta quizá la amenaza existencial más grave. Si logra percibirse como parte esencial de la solución, saldrá fortalecida. Si no, el pronóstico es obscuro. Los primeros compases tienen luces pero también sombras, precisamente en el perfil emocional.
¿Qué ha hecho la UE hasta ahora? Sintetizando: (1) promesa del BCE de compra de títulos por valor de 750.000 millones para aliviar las presiones en el mercado de deuda soberana; (2) acción intergubernamental para un cierre coordinado de las fronteras exteriores; (3) acción de la Comisión para liberar a los gobiernos del yugo de las reglas del Pacto de Estabilidad y (4) garantizar el funcionamiento del mercado interior en esta fase de trabas internas. Son sin duda medidas de gran trascendencia. Queda por ver si adecuadas y suficientes.
Pero, ¿qué queda en la retina de, digamos, los ciudadanos italianos, primera línea en una pandemia que hace estragos con 4.000 muertos ya tan solo en ese país?: (1) restricciones a la exportación de equipamiento médico esencial desde otros países miembros en la fase inicial de la alerta; (2) colas en las fronteras que obstaculizan el reparto de otros géneros comerciales; (3) imágenes en los telediarios de la temprana entrega de material médico chino (muchas mascarillas y algunos respiradores. Posteriormente, Alemania también ha enviado equipamiento -por el que ha recibido un agradecimiento del Gobierno italiano-, pero las reticencias iniciales han cuajado un mensaje negativo) y (4), este sábado, la prevista llegada de un equipo de 53 sanitarios cubanos.
Es comprensible que países miembros de la UE retengan equipamiento médico esencial y personal sanitario ante una situación dramática; también es cierto que enviar unas cuantas mascarillas o algunas decenas de médicos es poco más que un gesto propagandístico. Pero las emociones importan. Siempre, y especialmente en tiempos dramáticos.
Los italianos ya se sintieron defraudados por la primera fase de la gestión de la crisis económica de 2008 (hasta el “whatever it takes” de Draghi) y por los que percibieron como abandono en la fase aguda de la llegada de cientos de miles de migrantes. Italia empezó rescatándoles con sus propias fuerzas; acabó con la ultraderecha de Matteo Salvini pasando del 4% al 34% del voto, y con un colapso de la fe en Europa de una ciudadanía tradicionalmente eurófila.
En este trance, un sondeo publicado la semana pasada apuntaba que un 88% de los italianos consideraba que la UE no había hecho lo suficiente; y la cuota de los italianos que creen que pertenecer a ella es una desventaja había escalado hasta el 67% desde el 47% de noviembre. Esto debería inquietar a los partidarios del proyecto común. El sálvese quien pueda tendrá costes cuando todo habrá pasado.
Los italianos, en sus balcones, cantan Fratelli d’Italia. Resisten agarrados a la comunidad nacional y ven en el estado y sus propagaciones el paraguas real debajo de la tormenta. Si a esos balcones no llega la emoción y el sentido del Himno a la alegría, cuando se producirá el deshielo, habrá otro problema que afrontar.