Las noticias falsas, el otro frente en la batalla de Hong Kong

La propaganda y los rumores se convierten en un arma para el bando prodemocracia y para los que defienden a Pekín

Una mujer quema dinero en señal de respeto a los manifestantes que resultaron heridos frente a la estación Prince Edward, este viernes en Hong Kong.Kin Cheung (AP)

La parada de metro de Prince Edward siempre había sido una más en Hong Kong; una estación corriente en un barrio corriente. Pero desde hace dos semanas, se ha convertido en un insólito santuario. A raíz de un rumor, decenas de personas acuden a su entrada a depositar flores y mensajes y rezar durante el día; a enfrentarse con la policía por la noche.

Esta estación fue escenario, el 31 de agosto, de ...

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La parada de metro de Prince Edward siempre había sido una más en Hong Kong; una estación corriente en un barrio corriente. Pero desde hace dos semanas, se ha convertido en un insólito santuario. A raíz de un rumor, decenas de personas acuden a su entrada a depositar flores y mensajes y rezar durante el día; a enfrentarse con la policía por la noche.

Esta estación fue escenario, el 31 de agosto, de una carga policial en busca de manifestantes radicales en la que varias personas, pasajeros y participantes en las protestas, quedaron heridas. 8-31 se ha convertido, en la jerga de los movilizados, en una abreviatura para hablar de abusos policiales. Incluso ha cundido el rumor, tras discrepancias en las cifras iniciales de heridos y arrestados, de que la violencia de los agentes dejó hasta tres muertos. Y desde entonces, la salida B1 de Prince Edward se ha transformado en un templo funerario, tan efímero como persistente: si después de cada enfrentamiento la policía lo destruye una y otra vez, al día siguiente por la mañana la puerta vuelve a aparecer cubierta de flores blancas —el color del luto en la mayor parte de Asia—, velas y carteles frente a los cuales se inclinan los creyentes: “Contadnos la verdad”, “¿Dónde están?”, “Policía corrupta, ni justicia ni moral”.

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Da igual que nadie haya aportado la identidad de las supuestas víctimas o que ninguna familia haya denunciado ninguna desaparición. También que el Gobierno autónomo y la policía hayan salido a desmentir el rumor al menos media docena de veces. A principios de esta semana representantes de ese cuerpo, del servicio de bomberos y de los hospitales ofrecieron una nueva rueda de prensa para dar explicaciones sobre las discrepancias en las cifras. Esta vez, con fotos.

Pero los convencidos por el rumor insisten en que se oculta información, y que la compañía de metro —blanco de los ataques de los manifestantes desde el día 31— debe divulgar los vídeos de lo que ha ocurrido. La empresa alega, para no hacerlo, la protección a la intimidad de sus usuarios, algo que a su vez los escépticos rechazan como un argumento falaz.

“Las noticias falsas pueden ser como un virus, en el sentido de que pueden atacar el cuerpo cuando su sistema inmunológico está debilitado. En este caso, la confianza del público en el Gobierno y la policía de Hong Kong es tan baja que estas noticias falsas tienen un suelo fértil para crecer. La falta de transparencia de la policía en su comunicación pública, por supuesto, tampoco ayudan”, sostiene Lokman Tsui, profesor adjunto en la Facultad de Periodismo de la City University of Hong Kong.

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La batalla entre manifestantes prodemocracia, de un lado, y Gobierno y policía, del otro, no se libra solo en las calles. Se lucha también en páginas de Internet y en las redes sociales, con propaganda de ambos bandos. Como en muchos otros lugares del mundo, con noticias falsas y desinformación distribuidas a través de grupos de chat o de boca en boca. Ni una ni otra modalidad del enfrentamiento tienen visos de acabar pronto.

Mientras entre los manifestantes persistía el escepticismo sobre la versión oficial de lo que ocurrió en Prince Edward, en el sector progubernamental también han surgido los rumores y las noticias falsas más rocambolescas. Desde acusaciones de prácticas sexuales entre los participantes en las protestas, a ominosos avisos de planes de los jóvenes movilizados para perpetrar atentados terroristas. Esto último aparecía publicado en la cuenta de Facebook del periódico estatal chino China Daily.

Saicheong Lam, un jubilado de 61 años, asiste con sorna a la ronda de insultos —“¡violadores! ¡mafiosos!”— que un grupo de jóvenes profería en la estación de metro de Tung Chung, cercana al aeropuerto, contra decenas de policías antidisturbios. “Todos [los participantes en las protestas] están pagados por la CIA”, sostiene. “Les pagan por venir a las manifestaciones y recibirán un bono por agredir a un policía. Se lo aseguro”, dice Lam, que sostiene contar con imágenes que lo prueban, aunque se niega a enseñarlas.

Lam transmite un rumor que ha sido repetido como un mantra incluso por el Gobierno en Pekín, que acusa a Ejecutivos extranjeros de estar detrás de unas movilizaciones en las que han participado millones de personas. Twitter y Facebook, ambas vetadas en China, bloquearon en agosto centenares de cuentas creadas en este país, como sospechosas de “intentar de modo específico y deliberado sembrar la discordia política en Hong Kong”.

¿Tanques preparándose a entrar en Hong Kong? Falso. ¿Famosos participando en las manifestaciones? Falso también. Muchos vídeos que circulan por las redes muestran únicamente las escenas que apoyan el relato de uno u otro lado y omiten otra información importante. En todos los casos el mensaje es simple, tan blanco o tan negro que refuerza las creencias propias y hace cada vez más difícil intentar entender las ajenas. Las posiciones se alejan cada vez más.

“Cuanto más polarizador es un tópico, más fácil le es a la gente creer esa información falsa. (Los rumores y las noticias falsas) son un síntoma de una sociedad polarizada, no una causa en sí misma de la división. La situación que estamos viendo en Hong Kong es un buen ejemplo”, apuntaba esta semana el profesor adjunto de Periodismo en la Universidad de Hong Kong Masato Kajimoto, en una mesa redonda organizada por el Club de Corresponsales Extranjeros del territorio autónomo.

La desconfianza está sembrada. El conflicto ha dividido familias, separado a amigos, sembrado recelos entre compañeros de trabajo y aumentado una fractura social que ya existía desde al menos hace cinco años: desde que las protestas estudiantiles del Movimiento de los Paraguas, predecesoras de las actuales, paralizaron el centro de la ciudad durante tres meses para pedir democracia.

Aunque los rumores se demuestren bulos, cualquier cosa que digan unos y otros se toma mutuamente como algo con segundas intenciones. A la declaración de la jefa del gobierno hongkonés, Carrie Lam, sobre la eliminación definitiva de la propuesta de ley de extradición que desencadeno las protestas, los manifestantes respondieron que se trata de “una retirada falsa”. Según ellos, el anuncio se encaminaba solo a “intentar disminuir el apoyo internacional a (nuestro) movimiento antes de que el Congreso de EE. UU retome las sesiones” -el lunes pasado- y pueda examinar una propuesta de ley en apoyo de los derechos en Hong Kong.

“Estamos en esta situación en la que da igual lo que oigas del lado contrario -apunta Kajimoto-. Simplemente, no vas a escuchar. Todo te suena a conspiración, que alguien está escondiendo algo”.

Uno de los riesgos es que esas noticias falsas circulen hasta tal punto que los políticos las asuman como ciertas, bien en Hong Kong o bien en el exterior, y tomen decisiones motivadas por ellas. “Una vez que los políticos se creen información inexacta y aprueban medidas influidos por ella, es una verdadera tragedia. Los periodistas tienen una inmensa responsabilidad a la hora de corregirla antes de llegar a eso”, agrega el académico de origen japonés.

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