Columna

Sin remedio

Vamos repitiendo una y otra vez la historia como si no aprendiéramos de ella

Camino equivocado para la construcción de país el que estamos recorriendo en las últimas semanas, si no meses. Presenciamos la incapacidad política para superar nuestras diferencias y entonces los temas de fondo saltan de una rama del poder a otra, para que sea la maraña judicial la que termine por fallar, ojalá en derecho, sobre lo que en el Congreso se convierte en una penosa recusadera entre unos y otros y las leguleyadas de un presidente de Parlamento que en vez de garantizar la discusión y votación, dilata en favor de los intereses de su partido que no del país, y ojalá lo tenga claro....

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Camino equivocado para la construcción de país el que estamos recorriendo en las últimas semanas, si no meses. Presenciamos la incapacidad política para superar nuestras diferencias y entonces los temas de fondo saltan de una rama del poder a otra, para que sea la maraña judicial la que termine por fallar, ojalá en derecho, sobre lo que en el Congreso se convierte en una penosa recusadera entre unos y otros y las leguleyadas de un presidente de Parlamento que en vez de garantizar la discusión y votación, dilata en favor de los intereses de su partido que no del país, y ojalá lo tenga claro.

Más de dos meses en una discusión inane sobre seis objeciones que el presidente Iván Duque planteó a la ley estatutaria de la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP). Fueron negadas por la Cámara y luego por el Senado 47 por 34 y terminan ahora en la Corte Constitucional, nuevamente, para que solucione la absurda discusión matemática de su validez o si les faltó un voto. Ideal leer al profesor Ignacio Mantilla en “El cálculo de la mayoría absoluta” para entender el truncamiento y el redondeo.

En buena hora una mujer seria como Gloria Ortiz está al frente del tribunal que ahora deberá estudiar nuevamente la ley estatutaria. El problema es que esta semana nos notificó que, como en su momento la Corte Suprema de Justicia, ahora ellos, los magistrados de la Constitucional, estarían siendo interceptados, chuzados e incluso, y para vergüenza de estas épocas y de las mentes medianamente ilustradas, atacados con hechizos y brujerías.

Parece una novela. No demora en entrar en escena como siempre la Fiscalía a decir que fueron alertados hace algunos meses, y pasados los días dirán entonces que algunas interceptaciones son reales y otras inventadas. Y pedirán una condena que los jueces de Colombia en su infinita sabiduría volverán a rechazar por debilidad investigativa y fortaleza, pero de la política, que los inspira.

El acuerdo firmado con las FARC ha sido leído y releído y sin embargo, cada día alguien, casi siempre con la aspiración del cogobierno, termina encontrando un supuesto artículo hecho, aseguran, por un apátrida, para impedir la extradición de narcotraficantes -tema que ha dicho el jurista Yesid Reyes ha sido aclarado por la Corte Constitucional-, devolviendo al país a un debate de los años 80 porque nuestros líderes creen que pueden hacer con el poder lo que quieren. Hasta imponernos la discusión de los momentos más dolorosos de nuestra historia, sobre las tumbas de tantos y tantos muertos.

Y lo más delicado es que los gobiernos de turno compran las tesis en vez de estar creando una política educativa en la que sea obligatorio para nuestros niños en su formación escolar asistir a la exposición de Jesús Abad Colorado, para que entiendan por qué lloran sus padres y por qué, aunque también quisiéramos ver tras las rejas a los victimarios, preferimos una justicia de verdad reparadora que nos quieren arrebatar.

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Debería estar prohibido en cambio tener que presenciar cómo un expresidente, el ahora senador Álvaro Uribe, con los ojos clavados como puñales sangrantes le dice “Sicario, sicario, sicario” a su contradictor en el Congreso, Gustavo Petro, mientras sus compañeros de partido le aplauden el desafuero en vez de decirle que se calme, que recupere la dignidad de su cargo. Y mientras en el recinto de la palabra ocurre eso, en los territorios siguen matando líderes sociales, van 300, inspirados precisamente en esa terrible polarización. Y queda Dimar Torres tendido en el piso, asesinado y masacrado y su mujer viuda y sus hijos huérfanos.

Y si por acá llueve, en la vecina Venezuela no escampa. Muy cercano a un libro de Antonio Caballero, de gran título, Sin remedio, presenciamos mes tras mes un nuevo intento de liberación de Venezuela de la dictadura, que solo cambia de nombre. A la última la llamaron Operación Libertad. El destino no parece muy claro pero las cifras sí: Nicolás Maduro tiene deudas con China y Rusia que superan los 100 mil millones de dólares. Solo los puede y los paga con Petróleo y a cambio recibe soporte mientras desde Estados Unidos le ofrece a Padrino traicionar lo que le llena sus bolsillos. No me funciona la ecuación.

Y desde la OEA, el embajador de Colombia, el exprocurador Alejandro Ordóñez, traslada su conocida homofobia a los venezolanos inmigrantes, de quienes dijo que están esparciendo el socialismo del Siglo XXI por el continente, para pedir mano dura a los americanos.

Vamos repitiendo una y otra vez la historia como si no aprendiéramos de ella mientras el mundo nos habla de tantas maravillas en las que podríamos estar concentrados. Como las que trae el documental “El sentido del cacao”, la maravillosa producción de Avengers, la música sacra o la caja de dormir de Mark Zuckerberg, las maravillas que ofrece la Filbo 2019 por estos días o las salas de nuestro bicentenario en el Museo Nacional, ambas en Bogotá, o las investigaciones para la memoria de Nature. Aunque, como van las cosas, será mejor encontrar algo para olvidar esta semana de tanta mediocridad.

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