...Como decíamos ayer

Al responder a la protesta de la juventud con cruenta represión el régimen le ha pisado la cola al tigre

No es igual, pero lo que viene ocurriendo en Nicaragua se parece a lo que sufrió durante la dictadura somocista. Marchas de jóvenes reprimidas con mucha violencia; a balazos y tirando al cuerpo. Jóvenes torturados en las mazmorras de la policía. Los obispos llamando a la paz y a la concordia. Intelectuales de nota, como Sergio Ramírez protestando contra la "represión desaforada" —al recibir el premio Cervantes hace diez días—. Los gremios de la empresa privada tomando distancia del Gobierno. Medios de comunicación clausurados (du...

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No es igual, pero lo que viene ocurriendo en Nicaragua se parece a lo que sufrió durante la dictadura somocista. Marchas de jóvenes reprimidas con mucha violencia; a balazos y tirando al cuerpo. Jóvenes torturados en las mazmorras de la policía. Los obispos llamando a la paz y a la concordia. Intelectuales de nota, como Sergio Ramírez protestando contra la "represión desaforada" —al recibir el premio Cervantes hace diez días—. Los gremios de la empresa privada tomando distancia del Gobierno. Medios de comunicación clausurados (durante seis días el canal de TV 100% noticias), censurados o periodistas agredidos.

En fin, tiempos que se esperaba idos. El nuevo actor social —y protagónico— es la juventud. Silvio Báez, obispo de Managua, ha calificado a los estudiantes que protestan en las calles como la "reserva moral" del país. Él mismo denunciaba esta semana, entre otras cosas, la tortura a tres jóvenes a quienes la policía les arrancó las uñas. Se sumaba eso a la información sobre al menos 42 muertos comprobados, especialmente jóvenes. La mayoría por armas de fuego de alto calibre usadas por la policía y "paramilitares".

La polarización social en Nicaragua no es dato nuevo, pero sí esta explosión de violencia en un país que se enorgullecía, con razón, de ser uno de los centroamericanos con menos violencia, las tasas de homicidio más bajas de América Latina y con cuerpos de policía cercanos a la comunidad. Ahora se sabe que junto con eso anidaban ríos subterráneos que marchaban en sentido opuesto. Al responder a la protesta de la juventud con cruenta represión el régimen le ha pisado la cola al tigre.

El obispo Báez y la conferencia episcopal han llamado estos días al diálogo. También los jóvenes. En una convergencia que hubiera sido impensable para muchos, CONSEP, el gremio de la empresa privada, también, y condiciona el diálogo con el Gobierno al cese de la represión. El Gobierno quiere acotar el eventual diálogo a temas "sociales" dejando de lado los políticos.

¿Qué viene? Son varias las opciones que se le presentan a la sociedad nicaragüense. Una es, por cierto, la continuación inercial de la confrontación y la agudización de la polarización. Si bien lo que gatilló la protesta de hace dos semanas fue el hachazo metido al seguro social, la dinámica social precipita la salida a superficie de otros reclamos y asuntos pendientes. Que esta explosión social siga un curso ascendente es una ruta posible y que a nadie conviene.

Otra ruta va por la revisión de lo que ocurrió y la apertura de rutas de diálogo orientadas a superar la polarización. Que se investigue lo que pasó y, en particular, las responsabilidades por las decenas de muertos y de torturados es un reclamo legítimo. En circunstancias como éstas prevalece la desconfianza en la voz oficial. Así, tiene poca credibilidad la investigación anunciada la semana pasada por la Fiscalía.

Algunos reclaman que se nombre a un fiscal especial (con credibilidad) y/o una Comisión de la Verdad integrada por organizaciones locales de derechos humanos y personajes independientes tanto de Nicaragua como del extranjero. El Movimiento de jóvenes 19 de abril exige que se integre a ella un representante del Alto Comisionado de Derechos Humanos de la ONU y otro de la CIDH. Algo tendrá que hacerse pronto en esta dirección si se quiere despejar la bruma y avanzar en la reconciliación más allá de gestos escénicos sin consecuencias como la mutación de Ortega a la poco creíble condición de predicador cristiano en la manifestación pública del lunes.

La cuestión central, sin embargo, es superar la polarización y encauzar las cosas por la ruta del diálogo y la concertación para afirmar principios y conductas democráticas. Al diálogo llama la Iglesia católica. En él no se puede eludir el crucial tema de la crisis política y la democratización ante un régimen que parece derrumbarse. En ese tira y afloja es importante que la iglesia católica esté dispuesta a prestar sus buenos oficios para operar como mediadora. Traducir esa disposición en una agenda y una convocatoria amplia y operativa —para tratar cuestiones de fondo— es la tarea en la que seguro están embarcados en estas horas.

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