Análisis

Aterrizaje forzoso de Theresa May

La salida de la UE vaticina pérdidas de soberanía además de bombas de relojería contra la integridad territorial británica

May, durante la sesión parlamentaria del pasado 6 de diciembre.AFP

No hay Brexit bueno y el viernes quedó por escrito. Diecisiete meses después del referéndum, Londres se ha dado un baño de realismo: contra lo prometido por sus gurús, la salida de la Unión Europea vaticina pérdidas de soberanía además de bombas de relojería contra su integridad territorial. Pese a todo, el acuerdo con Bruselas abre una rendija a la esperanza.

Los pilotos dicen que los despegues son opcionales, pero que todos los aterrizajes son obligatorios. Reino Unido emprendió un vuelo al par...

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No hay Brexit bueno y el viernes quedó por escrito. Diecisiete meses después del referéndum, Londres se ha dado un baño de realismo: contra lo prometido por sus gurús, la salida de la Unión Europea vaticina pérdidas de soberanía además de bombas de relojería contra su integridad territorial. Pese a todo, el acuerdo con Bruselas abre una rendija a la esperanza.

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Los pilotos dicen que los despegues son opcionales, pero que todos los aterrizajes son obligatorios. Reino Unido emprendió un vuelo al paraíso de la liberación del yugo bruselense, pero Theresa May ha tomado tierra al asumir que el futuro de los británicos pasa por aceptar gran parte de las reglas europeas aunque ya sin la voz, el voto y el derecho al veto que han tenido. O sea, con menos soberanía.

Junto a esa incoherencia, el pacto in extremis sobre Irlanda encierra todas las contradicciones del Brexit. La primera ministra ha querido satisfacer a sus amenazantes e imprescindibles socios unionistas, a Dublín, a los republicanos del Ulster, a sus fieles y a sus detractores, a Bruselas, a los 27 exsocios… El problema, por tanto, queda abierto. En juego está la propia integridad de Reino Unido y la paz en Irlanda, un dato de enorme gravedad que ocultaron los promotores del Brexit.

A esa contradicción sobrevenida se suman otras de difícil digestión para muchos británicos que empiezan a preguntarse si la salida de la Unión no acabará siendo falseada. Así, Londres aplicará toda la legislación europea durante el periodo de transición, que llegará al menos a 2021. Asume que respetará todos los derechos de los tres millones de ciudadanos comunitarios que viven en Reino Unido y que el denostado Tribunal de Luxemburgo será el árbitro al menos ocho años más. Y pagará durante una década sus compromisos financieros de al menos 45.000 millones de euros, más del doble de lo que anunció.

Londres anuncia que quiere colaborar con la Europa de la Defensa que ahora echa a andar una vez desaparecido el bloqueo británico. Y que desea participar en la Agencia Europea de Defensa, aunque no recibirá ni un euro de los mil millones anuales que aportará la Comisión.

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Estas cesiones se han producido antes de entrar en la segunda fase negociadora, la importante, la que fijará la futura relación entre la UE y Reino Unido. No se ve rumbo claro y sí renuncias de mayor calado.

La realidad hizo saltar del Brexit duro al blando y ahora se encamina al light, porque fuera de la casa común europea hace mucho frío. En esa deriva, muchas parejas prefieren darse otra oportunidad. La mitad de los británicos exigen un referéndum antes de cerrar el divorcio. Nunca es tarde para rectificar. La alternativa puede ser un aterrizaje sin motores ni visibilidad. Quienes lo buscan debieran pagar por ello.

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