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TIERRA DE LOCOS
Columna
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¿Estalla el Lava Jato argentino?

Algunos de los grandes empresarios del país empiezan a figurar por sus problemas judiciales

Ernesto Tenembaum

—¿Será que va a ir preso?

—No me jodas.

—Dicen que cae esta semana.

—Ver para creer.

Ese diálogo, con infinitas variaciones de forma y entonación, se repitió decenas de veces en el mundillo empresarial, político y financiero de Buenos Aires en estos días. Las dudas, los rumores, la comidilla se referían a Jorge Brito, uno de los hombres más ricos y poderosos de la Argentina. Brito es el titular del segundo banco del país, su fortuna supera los 1.000 millones de dólares y ha sido en los últimos 20 años uno de los hombres de negocios más influyentes, padrino de clubes de fútbol, de candidatos a presidentes, anfitrión de veladas fastuosas con todo el jet set argentino, casi todo el mundo le debe algún favor. La mera posibilidad de que vaya preso refleja un fenómeno novedoso para la Argentina: algunos de sus grandes empresarios y ejecutivos empiezan a figurar en las noticias por sus problemas judiciales.

Brito está vinculado a una de las explosivas pesquisas, por la cual ya está detenido Amado Boudou, el exvicepresidente de Cristina Fernández de Kirchner. Boudou está acusado de haber armado desde el poder político una operación para quedarse con la empresa que fabrica los billetes. En el contexto de esta investigación, un íntimo amigo suyo, llamado Alejandro Van Der Broele, se presentó como arrepentido. Entre las personas a las que acusó figura, justamente, el banquero. Cuando se conoció la acusación, Brito pidió licencia en la conducción de su banco. Unos días después, el juez decidió convocarlo como sospechoso.

El problema para Brito es que, desde hace unas semanas, los jueces federales de la Argentina han adoptado una doctrina que les habilita para detener gente por la mera sospecha de que puedan interferir en las causas que los involucran. Así las cosas, el exvicepresidente pasa sus días tras las rejas porque el juez que lo investiga consideró que aún tiene poder y relaciones para trabar la investigación, aunque no haya probado ninguna maniobra directa de su parte en este sentido. Si eso ocurre con un político caído en desgracia, mucho más se aplica al segundo banquero del país, cuyo poder es casi comparable al de un presidente. Para colmo, desde el juzgado difunden la supuesta evidencia de que, a diferencia de Boudou, a Brito se le habrían detectado maniobras para modificar pruebas.

Brito creció mucho cuando los presidentes eran Carlos Menem y Néstor Kirchner. Luego, Cristina Fernández lo acusó de conspirar en su contra. La relación entre Brito y el presidente Mauricio Macri es francamente mala.

Toda Latinoamérica ha sido conmovida en los últimos años por las derivaciones de la investigación conocida como Lava Jato, que en Brasil derrumbó un Gobierno y que transformó a la empresa más poderosa de la región, Odebrecht, en un símbolo mundial de la corrupción empresarial. Odebrecht es un fantasma para todos los empresarios del continente: si les sucedió a ellos, cualquiera puede caer. Por eso, estos movimientos alrededor de Brito producen sudor en varias espaldas. ¿Y si Brito cae? ¿Y si para obtener mejores condiciones se transforma él mismo en un arrepentido? Por ahora, parece un escenario lejano: ¿lo será?

El exvicepresidente pasa sus días tras las rejas porque el juez que lo investiga consideró que aún tiene poder para trabar la investigación, aunque no haya probado ninguna maniobra.

Brito no es el único caso de un empresario argentino en problemas. Los hermanos Cirigliano, poderosísimos capos del transporte público en la Argentina, están condenados por una tragedia que causó 52 muertes. Aldo Roggio y Carlos Wagner, dos de los grandes ganadores de la obra pública, deberán declarar a principios de diciembre. La causa internacional conocida como FIFA Gate ha reabierto investigaciones sobre los dueños de las transmisiones deportivas del fútbol argentino. Son todos intocables, gente que nunca creyó que recibiría una citación desde los tribunales.

El exvicepresidente Boudou era un hombre que combinaba una buena formación económica con un vínculo asiduo con la vida nocturna y con algunas figuras del rock. Esa combinación de condiciones le permitió escalar rápidamente en el poder kirchnerista. Cuando, en 2011, Cristina lo designó como su vicepresidente, todo hacía pensar que sería su sucesor en la Casa Rosada. Boudou paseaba cantando con bandas de rock por todo el país. Se desplazaba en motos carísimas, vestía campera de cuero. Las jóvenes militantes suspiraban por él. Si hay algo de cierto con la suerte es que cambia. Boudou ya lo sabe. Brito intentará que con él, al menos, la suerte no sea tan cruel.

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