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Se acabó la tregua en Argentina: los sindicatos empiezan la batalla contra Macri en año electoral

El arranque del año tras el verano llega con huelgas, movilizaciones y el fútbol en guerra

Carlos E. Cué
Maestros argentinos marchan frente al Congreso en Buenos Aires.
Maestros argentinos marchan frente al Congreso en Buenos Aires.Telam

Argentina es un país circular. Todo está en constante movimiento pero siempre parece volver sobre sí mismo. La economía del país austral, inexplicable con manuales tradicionales, vuelve siempre sobre un eje: año electoral, crecimiento y precios cada vez más altos, año posterior a unas elecciones, recesión y devaluación. Y la política también tiene coordenadas fijas: si el peronismo está en el poder, los sindicatos –casi todos peronistas- están tranquilos aunque haya crisis. Si lo pierde, las centrales salen a la calle y contribuyen a derribarlo. Hasta 13 huelgas generales tuvo el radical Raúl Alfonsín (1983-1989).

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Con Mauricio Macri, sin embargo, parecían haberse roto todos los códigos argentinos: un no peronista consiguió, pese a la crisis, 15 meses de paz social y calma política. Pero se acabó la tregua. Esta semana arranca el curso, se acabaron las vacaciones, y Argentina vuelve al círculo: fuerte huelga de maestros de 48 horas, movilización sindical masiva previa a un paro general, el fútbol en pleno caos con la temporada suspendida, cortes constantes y colapso en Buenos Aires, y batalla campal en los juzgados donde debe declarar la familia de Cristina Fernández de Kirchner. La paz que con tanto esfuerzo –y dinero- buscó Macri se ha roto. El presidente argentino, ni peronista ni radical, había roto hasta ahora todos los moldes. Los sindicatos, tan temidos por otros gobernantes, eran para él un aliado más. Los invitaba a la Casa Rosada –fue una de sus primeras reuniones como presidente-, mantenía una estrecha relación con su líder histórico, el camionero Hugo Moyano, y los mimó durante su primer año. En 2016, contra todo pronóstico, las clases en la escuela pública empezaron con normalidad, no hubo huelgas importantes pese a la enorme inflación del 40% -el Gobierno firmó subidas de sueldos de hasta el 38% en algunos sectores- y Macri incluso viajó a España con sindicalistas de toda la vida como el Momo Venegas para mostrarle a los empresarios españoles que pueden confiar en que él tiene detrás a los hombres clave para negociar salarios.

Macri tiró de la caja para llenar las arcas sindicales y acordar el pago de deudas de las obras sociales, la gran hucha de los todopoderosos sindicatos argentinos, que organizan la salud de sus afiliados y tienen hasta hospitales propios de última tecnología. Incluso fue al Vaticano a pedirle al Papa Francisco, muy influyente en los sindicatos y sobre todo en los movimientos sociales, que le ayudara a rebajar la conflictividad. Y lo logró.

Eso es lo que en Argentina se llama “gradualismo”: para buscar la paz social y lograr sobrevivir a un Gobierno en minoría, Macri optó por gastar dinero público y evitar el ajuste más duro –ajuste hubo, sobre todo por la descomunal subida de tarifas de gas, luz, agua, superiores al 500%-. La solución fue la clásica: endeudarse. Pero nada es gratis, y esa decisión de endeudarse está provocando una auténtica lluvia de dólares que empuja hacia abajo el tipo de cambio y hace cada vez menos competitiva la industria argentina. Así que algunos empresarios empiezan a despedir, otros suspenden turnos, otros quitan horas extra, otras empresas cierran, y los sindicatos, muy tranquilos hasta ahora, han decidido romper la tregua.

En realidad, según la mayoría de los analistas argentinos, las motivaciones económicas no son las más relevantes. En Argentina todo es política, lucha descarnada por el poder. Desde el fútbol, cuyo futuro se decide siempre en los despachos políticos, hasta el sindicalismo, todo conduce al mismo lugar. De hecho, algunos de los sindicalistas más conocidos son diputados, senadores, lideran sectores clave del peronismo. Y es ahí donde hay que buscar la explicación.

En octubre hay elecciones en Argentina, donde se renueva buena parte del Congreso, y el peronismo está sin liderazgo. Así que todas estas batallas de regreso de las vacaciones parecen más bien una disputa interna por ver quién toma el poder de la oposición y cómo se organiza la estrategia para derribar a Macri. Precisamente por eso, el presidente, que necesita mostrar su autoridad en este aparente caos, parece dispuesto a no ceder en esta batalla contra los sindicatos, sobre todo contra los de los maestros. Como suele suceder en Argentina, un país donde hay mucho ruido pero al final casi siempre se alcanza un acuerdo, la ruptura no será definitiva. El círculo tiene que seguir girando. Pero ese es el principal problema para Macri: que se instale la idea de que las cosas vuelven a ser como siempre fueron.

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