_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

¿Debería renunciar Dilma?

Los gestos de desprendimiento de quienes detentan el poder suelen ser admirados

Juan Arias

No sé qué le estarán aconsejando a Dilma Rousseff sus mejores amigos y consejeros en estos días que ella ha calificado de “tormento”, y en los que revela tener pocas esperanzas de ser absuelta por el Senado.

Y menos conozco lo que su conciencia le estará pidiendo, quizás dividida entre pasar a la historia como víctima política o escoger el camino de la renuncia, que no significaría aceptación de culpa, sino un gesto de generosidad capaz de apaciguar los ánimos enconados de la sociedad.

Lo que puede parecer como debilidad puede también convertirse en su mayor fuerza moral y de atracción

Mujer de carácter, que ya demostró no tener miedo ni en momentos de peligro físico, es natural que lo que le pida el cuerpo sea resistir y seguir proclamando su inocencia y lo que ella considera un atropello.

Si, frente a ella misma, ello puede parecer una postura noble, frente a la realidad de la Historia podría ser diferente, ya que, como sentenció el agudo político italiano, Giulio Andreotti, “el poder malogra sólo a quién no lo tiene”.

La política es noble y cruel al mismo tiempo. Y, al igual que en el firmamento los astros giran en torno a los más fuertes y más densos, también en ella el poder real acaba atrayéndolo todo a su alrededor dejando en la cuneta a quienes lo han perdido.

Conocer lo que pasa fuera, es entender lo que pasará dentro, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Será difícil que hasta los más fieles seguidores de Dilma y defensores de su causa, así como las instancias internacionales, puedan permanecer a su lado una vez sancionada constitucionalmente su pérdida de poder y su alejamiento forzoso de la política durante ocho años.

Lo más seguro es que acabe relegada al olvido mientras las nuevas fuerzas políticas se unan para seguir gobernando, ratificando el dictado popular de “a rey muerto, rey puesto”.

Con su renuncia voluntaria, bien explicada a la sociedad, Dilma, muy al contrario, además de quedar libre para intentar nuevas aventuras políticas, podría acabar polarizando un consenso de la sociedad, incluso por parte de la que hoy le es hostil, con un gesto de generosidad destinado a pacificar al país.

Si hay un pueblo capaz de perdonar, ese es el brasileño, que se siente más atraído por políticos capaces de dialogar y hasta de ceder que por los intransigentes y pétreos, que suelen desprender más miedo y rechazo que empatía.

Por ejemplo: siempre me llamó la atención la actitud de algunas madres de las favelas que, frente a los verdugos de sus hijos inocentes sacrificados por la violencia de policías o traficantes, llegan a perdonar a los verdugos, aunque con el corazón sangrando.

Quizás me equivoque, pero tengo la convicción de que la figura de Dilma, a pesar de los sentimientos encontrados que hoy despierta en la sociedad, resultaría más enaltecida y hasta amada, frente a un gesto de generosidad que la llevase a renunciar a la presidencia para favorecer una vuelta a la normalidad.

Las posturas intransigentes de quienes detentan el poder pueden hasta ser admiradas, pero lo que suele despertar mayor acogida y simpatía son los gestos de desprendimiento que hace a quienes los protagoniza más cercanos a nosotros.

Lo que puede parecer como debilidad puede también convertirse en su mayor fuerza moral y de atracción.

Dilma Rousseff está aún a tiempo de escoger entre intransigencia y generosidad. Está en su derecho.

Ojalá acierte.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_