Análisis

‘Brexit’, más vacuna que contagio

Una mujer con una camiseta a favor de la permanencia en la UE, el pasado domingo en Londres. DANIEL LEAL-OLIVAS (AFP)

Hasta hoy, el virus del Brexit ha actuado más como vacuna que como foco de contagio. Casi al filo de un mes del referéndum británico, los temores más dramáticos se han amortiguado. El desplome de las Bolsas y la multiplicación de las primas de riesgo iniciales casi se han revertido completamente. Han quedado sustituidas por un goteo, o más exactamente, por un reguero de noticias adversas, sobre todo para los británicos. Y subsidiariamente, para los europeos.

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Hasta hoy, el virus del Brexit ha actuado más como vacuna que como foco de contagio. Casi al filo de un mes del referéndum británico, los temores más dramáticos se han amortiguado. El desplome de las Bolsas y la multiplicación de las primas de riesgo iniciales casi se han revertido completamente. Han quedado sustituidas por un goteo, o más exactamente, por un reguero de noticias adversas, sobre todo para los británicos. Y subsidiariamente, para los europeos.

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Así la depreciación de la libra ha empobrecido de entrada a sus usuarios frente a norteamericanos y europeos, sin que haya indicios de haber catapultado las exportaciones. La inversión se ha congelado y en algunos casos, como en el corralito de tres gestoras de inversión inmobiliaria, los inversores han quedado atrapados sin poder reembolsarse sus ahorros. La confianza de los consumidores capotó. Y la de las empresas, aún más, de manera que se ha iniciado una estampida. Los bancos de inversión norteamericanos otean trasladar sus centrales europeas desde la City al continente. JP Morgan anuncia la relocalización de 4.000 empleados y hasta el gigante británico HSBC proyecta enviar fuera a 2.000 bancarios. Un dato muy preocupante porque el sector servicios (sobre todo financieros) supone más de tres cuartas partes de la economía británica. La huida se justifica: “No habrá más pasaporte europeo para las entidades británicas”, sintetizó el ministro francés de Economía, Emmanuel Macron: sin ese pasaporte las entidades no podrían actuar en territorio de los 27 como en casa.

Y junto a los bancos, las empresas industriales, sobre todo las más sofisticadas. La teleco británica Vodafone fue la primera en anunciar su probable relocalización, fuera. Y otras tecnológicas, como la norteamericana Dell (ordenadores) o la china OnePlus (móviles inteligentes) han decretado aumentos de precio para sus productos en la isla, a fin de compensar el deterioro de la esterlina. Gigantes como HP o Lenovo también se lo plantean. Y Visa. Y la aérea Easyjet.

Quizá lo peor es la previsión de que todo irá a peor: las expectativas de crecimiento. El FMI ha actualizado sus proyecciones y estima que el PIB británico cederá un 1,5% hasta 2019. Y la Comisión Europea, entre el 1% y el 1,5%. Mientras que para el continente la caída sería de menos de un tercio. La falta de claridad política sobre el futuro es causa directa de la tendencia al estancamiento, porque “alimenta la incertidumbre”, resume la jefa del FMI, Christine Lagarde. Quizá por eso, deseoso de parar el golpe y sajar la fuga empresarial , el anterior secretario del Tesoro, George Osborne, anunció una rebaja del Impuesto de Sociedades, del 20% al 15%. Es una estrategia de defender lo propio a base de agredir a los demás, mediante una competencia fiscal bajista (como podría serlo monetaria, o comercial), conocida como “empobrecer al vecino” (“beggar my neighbour”) que se empleó en los años treinta y agravó la Gran Depresión de 1929: “corren hacia el precipicio”, les recriminó el alemán Wolfgang Schauble.

Porque cada acción provoca reacción. Ya Francia ha respondido con una rebaja del mismo impuesto, del 33% al 28%. Y París, Fráncfort, Dublín, Amsterdam, incluso Madrid y Barcelona (hoy periferizadas por los incumplimientos fiscales del Gobierno Rajoy) se precipitan a postularse para repartirse los despojos de las instituciones y agencias europeas (Autoridad Bancaria, Agencia del Medicamento) ubicadas en Londres.

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Quizá la evidencia de que la decisión del Brexit ha causado ya, sin aún aplicarse, esos perjuicios directos y tangibles a los británicos, es lo que ha enfriado las ganas de emularlos. A lo que se suma el conocimiento de las mentiras de la campaña (los eurohostiles propalaron que el Reino Unido aportaba a la UE 400 millones de euros semanales, en vez de 160) y el temor a las apreturas de servicios sociales como la Sanidad (dado el alto porcentaje de médicos y enfermeras de los 27). Así que apenas las extremísimas derechas del Frente Nacional francés (de la familia Le Pen) y del xenófobo Partido por la Libertad holandés (Geert Wilders) se han apuntado enfáticamente al contagio, reclamando referendos que difícilmente se celebrarán (en Holanda sería ilegal, pues solo puede consultarse sobre un Tratado que aún no esté en vigor). Al menos, de momento. También les desalienta la rápida reacción de los 27 Gobiernos reuniéndose a la semana del día de autos y enarbolando una exigente consigna frente a Londres: notifiquen oficialmente cuanto antes su decisión, para iniciar enseguida el proceso de autoexclusión. Y aunque la flamante primera ministra Theresa May aspiraba a calmar los ánimos, haber nombrado al payaso Borís Johnson (desaparecido tres semanas tras el recuento de votos) como ministro de Exteriores, los ha encendido más si cabe: no en vano ha ofendido a casi todos --de Obama a la Merkel, de la Clinton a Erdogan-- con insultos gruesos. So disgusting.

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