Columna

Melancolía brasileña en Carnaval

¿Que sienten en este momento los trabajadores decentes y sacrificados al ver desfilar esa procesión de políticos de topete saqueando el país?

En menos de dos meses, los brasileños parecen haber pasado de la euforia al desengaño. Lo revelan las cifras del sondeo de Datafolha, que presentan una toma de conciencia nueva y sorprendente del momento político y económico que vive el país. Los ciudadanos niegan su confianza en la Presidenta de la República, Dilma Rousseff y su gobierno reduciéndola a un 23% sólo meses después de haberla elegido. Un 70% no se siente ya cercano a ningún partido.

Hay momentos en la historia de un país- en este caso Brasil- en que es difícil analizar un proceso de transformación tan rápido porque en él s...

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En menos de dos meses, los brasileños parecen haber pasado de la euforia al desengaño. Lo revelan las cifras del sondeo de Datafolha, que presentan una toma de conciencia nueva y sorprendente del momento político y económico que vive el país. Los ciudadanos niegan su confianza en la Presidenta de la República, Dilma Rousseff y su gobierno reduciéndola a un 23% sólo meses después de haberla elegido. Un 70% no se siente ya cercano a ningún partido.

Hay momentos en la historia de un país- en este caso Brasil- en que es difícil analizar un proceso de transformación tan rápido porque en él se mezclan diferentes factores e imponderables. Y es en estas circunstancias cuando sustantivos y adjetivos se quedan pequeños para expresar lo que arde en el corazón de la gente. Necesitamos acudir más que nunca a la semántica porque las palabras ya manidas y despojadas de su significado original no son suficientes.

Hablar de que Brasil vive una crisis es decir poco o quizás nada. Subrayar que los brasileños, después de sus días de gloria están hoy preocupados con todo ese rosario de noticias negativas que les ofrecen cada momento los medios de comunicación, como los escándalos de corrupción , la crisis económica, la pérdida de confianza en los gobernantes y la desilusión con la clase política en general, tampoco lo dice todo.

¿Qué palabra arrancar del diccionario para explicar lo que palpita en este momento en la mayoría de los brasileños, que empiezan a ver incrédulos cómo les azotan la falta de agua, de energía, de esperanza de futuro, de miedo a perder lo conseguido y hasta el empleo?

¿Cómo definir lo que siente la gran masa de los trabajadores honrados, de las personas y familias decentes, de los que aún no han claudicado a los valores esenciales de la vida y desean inculcarlos a sus hijos, mientras ven desfilar la trágica procesión de los corruptos de alto copete, los que se creían hasta ayer intocables y para quienes la mentira es sólo un juego permitido a los grandes?

Melancolía y esperanza seguirán conviviendo en este momento en el corazón de los brasileños
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En un pequeño sondeo entre amigos y desconocidos pertenecientes a diferentes clases sociales y tras haber leído estos días cientos de cartas de los lectores a los diarios, tanto de papel como digitales y decenas de análisis de politólogos y sociólogos, me atrevería a decir que los brasileños en este momento más que rabia y rebeldía lo que sienten es ese tipo de tristeza analizada ya por los griegos y romanos llamada melancolía y que Freud analizó como un “proceso de luto sin la pérdida del objeto”.

La melancolía, analizada a través del tiempo, es un vocablo polisémico, con muchos significados, pero que todos ellos giran alrededor de un mismo concepto que encierra a la vez tristeza, cansancio, amargura, falta de entusiasmo y también desinterés.

Y tiene un sabor amargo como la bilis a la que los antiguos se referían al describir el estado de ánimo melancólico.

Hasta hace nada los brasileños se sentían convencidos de que su vida iba a mejorar. De repente se enfrentan con un futuro incierto, con anuncios de recesión económica y con una industria en crisis deshaciéndose de miles de trabajadores.

Hace sólo unos meses, millones de brasileños colocaron en las urnas, democráticamente, su voto para reelegir Presidente de la República a Dilma Rousseff, considerada una de las mujeres más poderosas del mundo.

Y ahora, según el reciente sondeo de Datafolha , sólo un 23% aprueba su gestión, la menor de un Presidente en los últimos 25 años. La Presidenta que en su primer mandato sorprendió por su talante de rechazo a la corrupción y llegó a apartar de su Gobierno a seis ministros heredados de los gobiernos gloriosos de su antecesor el popular y carismático Lula da Silva, hoy es vista por un 77% como conocedora del escándalo de corrupción de Petrobrás y un 52% la considera connivente con dicha corrupción.

Hay más: el 46% de los brasileños considera que Rousseff mintió durante la campaña electoral, el 54% la considera falsa, el 47% deshonesta y el 50% indecisa.

¿Volubles los brasileños o desengañados de sus políticos?

No existe en este momento un movimiento de masa que pida la salida de la Presidenta; no hay ruidos de sables, ni la gente ha empezado a salir a la calle. Tampoco se advierte ningún movimiento revolucionario.

¿Qué sienten, pues, los brasileños? Por ahora disgusto, melancolía, desencanto y quizás hasta miedo ya que nadie se atreve a profetizar dónde desembocan los ríos de la melancolía. Por el momento, los ciudadanos de a pie arrinconarán su estado de melancolía para permitirse el paréntesis de los carnavales, cuya fuerza de desintoxicación de las penas acumuladas sigue siendo más fuerte que todas las tristezas y cansancios existenciales.

¿Y después? Quizás nada o quizás todo. Los brasileños siempre acaban sorprendiendo por su atávica capacidad de arreglárselas como sea en la vida.

Acabo de ver un vídeo en internet emblemático del drama que empieza a vivirse de la falta de agua: una joven recoge festiva las primeras gotas de lluvia en una taza mientras danza de alegría porque iba a poder hacerse un café.

Melancolía y esperanza seguirán conviviendo en este momento en el corazón de los brasileños, que ya vivieron tiempos peores.

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