Análisis

Estados Unidos, capital Ferguson

En la ciudad se proyectan los traumas por la historia de discriminación

Una mujer sale de un establecimiento afectado por los disturbios en Ferguson.Jeff Chiu (AP)

Lo primero que sorprende al recién llegado a Ferguson (Misuri) es la modestia del lugar. Poco más de 20.000 habitantes, avenidas flanqueadas de centros comerciales como en tantas ciudades de Estados Unidos, ninguna atracción turística que obligue a desviarse.

Las manifestaciones, vistas de cerca, también parecen modestas. En verano, cuando un policía blanco mató a un joven negro y estallaron las primeras protestas y disturbios, raramente congregaban a más de mil personas en menos de un kilómetro de una calle de una localidad cercana a San Luis.

Los excesos policiales —las porras,...

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Lo primero que sorprende al recién llegado a Ferguson (Misuri) es la modestia del lugar. Poco más de 20.000 habitantes, avenidas flanqueadas de centros comerciales como en tantas ciudades de Estados Unidos, ninguna atracción turística que obligue a desviarse.

Las manifestaciones, vistas de cerca, también parecen modestas. En verano, cuando un policía blanco mató a un joven negro y estallaron las primeras protestas y disturbios, raramente congregaban a más de mil personas en menos de un kilómetro de una calle de una localidad cercana a San Luis.

Los excesos policiales —las porras, los gases lacrimógenos, las detenciones— no eran tan distintos de los de cualquier policía en otros países del mundo. En algunas cumbres internacionales de la década pasada en Europa, la violencia de los manifestantes y de la policía era mucho más virulenta que en Ferguson.

Y, sin embargo, Ferguson vuelve a ser hoy, después de que el lunes un gran jurado dejase sin cargos al policía blanco, un foco de atención mundial. Barack Obama se ha involucrado en la crisis ante el riesgo de una inflamación. En todo el país se reproducen las protestas.

En Ferguson se proyectan los traumas de la América de Obama, el primer presidente de origen africano en el país de la esclavitud y la segregación. Ferguson es la pantalla que refleja la mala conciencia blanca por el racismo que definió este país desde su nacimiento —los fundadores eran esclavistas— y unas actitudes discriminatorias que persisten y han aplazado las esperanzas que trajo la llegada de Obama a la Casa Blanca en 2009.

El encuentro, a mediodía del 9 de agosto, entre el agente Darren Wilson y el joven Michael Brown, puso en juego estos traumas. Por parte de Wilson, el miedo al hombre negro. Con frecuencia es inconsciente. Y no es patrimonio de los blancos. “Nada me duele tanto a estas alturas de mi vida”, dijo una vez el líder afroamericano Jesse Jackson, “como andar por una calle, oír pasos detrás de mí, empezar a pensar que me van a robar y entonces, mirar a mi alrededor, ver que es alguien blanco, y respirar aliviado”.

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Los afroamericanos constituyen cerca del 40% de la población carcelaria, cuando solo representan en torno al 13% se la población total. La dureza de las sentencias para delitos menores golpea a esta minoría. Ferguson, donde la mayoría de la población es negra pero el poder está en manos de los blancos, también es un caso de manual de otras formas de discriminación.

En otros lugares de EE UU las minorías ven dificultado el ejercicio del derecho a voto con leyes como las que obligan a mostrar una identificación con foto de la que muchas personas con bajos ingresos carecen.

Ferguson es un espejo y a la vez una lente de aumento de los efectos en la sociedad norteamericana de décadas de racismo y marginación. Y es el reflejo del terror de esta sociedad a la quiebra de la paz civil, a la violencia que resucita los viejos traumas. Las diferencias de opiniones entre negros y blancos sobre los hechos de Ferguson son inquietantes. Los hilos del patriotismo —la bandera, el himno, la convicción de que esta es una nación excepcional— son sólidos, pero delgados.

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