Tribuna

Lecciones ucranias

La diplomacia rusa es como una apisonadora que avanza sin descanso Con razón o sin ella, Putin percibe en Obama una cierta debilidad

Un hombre protesta contra Putin ante la Embajada rusa en Kiev, el viernes.d. d. (afp)

¿Qué conclusiones podemos extraer a estas alturas de la espectacular crisis que ha estallado en el corazón del continente europeo, en Ucrania, durante mucho tiempo el "fantasma de Europa", en palabras del antiguo disidente Léonide Pliouchtch?

1. La diplomacia rusa es una gran apisonadora que avanza sin descanso, fiel al estilo del que hizo gala Gromyko en la década de 1970, hacia unos objetivos muy firmes. Moscú quiere que surja un orden paneuropeo revisado y excluir a los estadounidenses. No es una idea nueva ni de Putin, sino que se remonta a la visión que ya tenía la...

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¿Qué conclusiones podemos extraer a estas alturas de la espectacular crisis que ha estallado en el corazón del continente europeo, en Ucrania, durante mucho tiempo el "fantasma de Europa", en palabras del antiguo disidente Léonide Pliouchtch?

1. La diplomacia rusa es una gran apisonadora que avanza sin descanso, fiel al estilo del que hizo gala Gromyko en la década de 1970, hacia unos objetivos muy firmes. Moscú quiere que surja un orden paneuropeo revisado y excluir a los estadounidenses. No es una idea nueva ni de Putin, sino que se remonta a la visión que ya tenía la URSS en la época de los acuerdos de Helsinki de 1975. Recordemos que la razón de existir de la OTAN era, según una frase de su primer secretario general, “mantener —en Europa— a los estadounidenses dentro, a los rusos fuera y a los alemanes abajo”.

En 2008, el joven presidente ruso Dmitri Medvédev estrenaba su mandato proponiendo a los occidentales un acuerdo de seguridad colectiva en Europa sacado directamente de la naftalina de la época de Brejnev. Ese texto prohibía a todos los Estados europeos unirse a cualquier alianza u organismo internacional siempre que esa unión entrase en conflicto con los intereses de otro Estado europeo. El revisionismo enmascarado de Vladímir Putin representa un desafío monumental para los europeos actuales.

2. Con razón o sin ella, Moscú ha percibido en Obama cierta debilidad que ha podido incitar al jefe del Kremlin a desplegar toda su fuerza frente al vecino eslavo. Para explicar esa percepción, podríamos mencionar el desinterés personal de Barack Obama por Europa, el poco convincente reset (la reactivación de las relaciones bilaterales con Moscú) y el acercamiento a Asia, que ha estado unido a una retirada estadounidense estratégica del Viejo Continente paralela a la retirada de Afganistán e Irak. Eran muchas las oportunidades que surgían ante los ojos de Moscú.

Entre 1991 y 1994 la CIA creía que podía haber un conflicto armado en Crimea

Las dudas de Obama en relación con Siria, a principios de septiembre de 2013, cuando renunciaba a defender su “línea roja” sobre el uso de armas químicas, han podido ser interpretadas como cobardía, y Moscú se ha apresurado a sacar provecho de la situación.

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¿Se ha analizado lo suficiente el efecto que este cúmulo de circunstancias ha tenido en Vladímir Putin? Seis meses más tarde, hay un equilibrio de fuerzas en Crimea.

De su experiencia como miembro del Senado estadounidense, Barack Obama conservaba la imagen de una Rusia muy debilitada. Su único viaje a este país antes de convertirse en presidente lo hizo para visitar unos depósitos de material nuclear, y volvió de allí impresionado por el estado de decrepitud de las instalaciones. Para Obama, Rusia ha sido durante los últimos años un interlocutor difícil en muchos aspectos pero, desde luego, nunca la ha considerado una amenaza.

3. Por tanto, la cuestión de las prioridades occidentales se plantea desde el punto de vista de la seguridad pública. La obsesión antiterrorista que ha habido desde 2001, con los poderosos sistemas de vigilancia de la Agencia de Seguridad Nacional y sus aliados desplegados contra Al Qaeda, ha hecho que se pierdan de vista otras amenazas más clásicas y que estas se consideren superadas en una Europa empapada de espíritu kantiano y del principio del respeto por las normas.

Hemos redescubierto, a dos horas de vuelo de París, la capacidad de un Estado, Rusia, para emplear la fuerza contra la soberanía de otro Estado en nombre de la protección de los ciudadanos de origen o lengua rusos. Tras la fragmentación de la URSS y hasta 1994, la CIA consideraba, con razón, que existía un riesgo de conflicto armado entre Rusia y Ucrania, precisamente en Crimea. Con el paso del tiempo, esa posibilidad parecía tan solo una ficción. El despertar ha sido violento.

Acostumbrados a un espionaje ruso reactivado bajo todas sus formas, los occidentales no han sido capaces, en estos últimos tiempos, de ver con claridad cuál era la actitud de Putin respecto a Ucrania, ni de prever su obsesión por este asunto. Angela Merkel le ha descrito hace poco como “desconectado de la realidad”.

Ucrania es la etapa crucial en el avance de la democracia hasta los Urales

4. La ingenuidad analítica de algunos europeos les va a costar un error estratégico. En París, no han faltado defensores del sistema de Putin desde su llegada al poder, con una mezcla de imagen fantástica de una alianza franco-rusa romántica y de visiones de redes de financiación y negocios bien pensadas, incluso en el ámbito militar. La venta a Rusia del Mistral, un buque perfecto para invadir un territorio como Crimea, es un clarísimo ejemplo de una política sin amplitud de miras. Los italianos, con ENI, y sobre todo los alemanes, con su poderoso grupo de presión del sector industrial, han sido los artífices de la dependencia europea de los hidrocarburos rusos.

Europa también ha mostrado síntomas de amnesia al pasar página apresuradamente tras la invasión parcial de Georgia en 2008, después de una mediación que no resolvió ninguno de los problemas de fondo. El desprecio de Putin era evidente durante su reciente intervención televisada, repantigado en un sillón con las piernas abiertas, exponiendo su visión de un Occidente decadente. Ahora habrá que decidir qué instrumentos europeos pueden emplearse en una relación lúcida y constructiva con una Rusia en la que ya no podemos descartar las decisiones políticas impulsivas y oportunistas.

5. La agitación que estamos presenciando nos recuerda que la democratización del espacio europeo no se ha completado. Durante el siglo XX, Ucrania ha sido una tierra sangrienta en cuyo territorio se han concentrado los crímenes más terribles: la hambruna y las represiones estalinistas de la década de 1930, seguidas del “holocausto a balazos”. En 1986, la catástrofe nuclear de Chernobil causa una conmoción decisiva en el sistema soviético. Los acontecimientos de la plaza Maidán, donde han muerto docenas de personas mientras exigían el fin de un régimen cleptócrata y el acercamiento a Europa, pueden marcar una especie de reconquista democrática de Europa. Después de 1945, después de las transiciones griega y española, después de la gran ruptura de 1989, después de la descomposición violenta de Yugoslavia, después de las revoluciones de colores, etc., la cartografía política europea vuelve a cambiar. Hay miles de incertidumbres. Pero calibrar bien esta importante tendencia equivale a tomar conciencia del pavor que siente un Vadímir Putin que sabe que ya nada volverá a ser como antes si Ucrania se democratiza de forma estable. Ucrania es la etapa crucial hacia una Europa democrática desde el Atlántico hasta los Urales (una amenaza en el corazón del sistema putiniano). Favorecer este movimiento que el historiador Francis Fukuyama ha descrito con sutileza vuelve a ser la gran misión de todos. La Unión Europea encontraría en ello algo con lo que volver a ilusionarse.

Natalie Nougayrède es directora de Le Monde.

Traducción de News Clips.

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