Columna

Los Estados Unidos de Romney

El candidato republicano parece empeñado en pasar a Ronald Reagan por la derecha

El río conservador se desborda en Estados Unidos en un intento, políticamente arriesgado, de resucitar modelos económicos arrumbados, regresar a las guerras culturales y situar en el centro de la elección presidencial el papel del Estado en la sociedad y la supuesta perdida de los valores americanos traicionados por el primer presidente negro. La crecida ha desbordado la convención republicana de Tampa. El rico exobispo mormón, antiguo barón del capital riesgo y exmoderado gobernador de Massachusetts, Mitt Romney, ungido candidato a la presidencia en la misa de todos los antiObama, siente que ...

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El río conservador se desborda en Estados Unidos en un intento, políticamente arriesgado, de resucitar modelos económicos arrumbados, regresar a las guerras culturales y situar en el centro de la elección presidencial el papel del Estado en la sociedad y la supuesta perdida de los valores americanos traicionados por el primer presidente negro. La crecida ha desbordado la convención republicana de Tampa. El rico exobispo mormón, antiguo barón del capital riesgo y exmoderado gobernador de Massachusetts, Mitt Romney, ungido candidato a la presidencia en la misa de todos los antiObama, siente que la pregunta ¿Dónde están los empleos? y la conversión de la elección en un referéndum sobre la economía puede ser, por sí sola, insuficiente para llevarle a la Casa Blanca. Romney opta por dejarse llevar río abajo por la corriente ultraconservadora.

Este contorsionista ideológico, que ha pasado de ser el precursor del seguro médico obligatorio cuando gobernaba el Estado de los Kennedy a abominar del Obamacare, parece empeñado en pasar por la derecha a Ronald Reagan. Acusado de tibio y veleta por los suyos, busca el voto de la América profunda, de una América blanca, avejentada, demográficamente en retirada: excluyendo a los hispanos, ya son minoría los niños blancos que nacen en EE UU. De un país, también minoritario, en que las mujeres, como la suya, solo deben tener como objetivo el trabajo al calor del hogar criando a los hijos, según la receta mormona. Pretende el favor de una clase media empobrecida por la crisis económica que ha perdido la confianza en el sueño americano. Una clase media en gran medida abducida por el populismo del Tea Party que bloquea el Congreso y sueña posible acabar con Obama, al que no considera un auténtico estadounidense. Todavía es un tabú y solo el expresidente Carter se atrevió, pero un día habrá que examinar y quizás reconocer cuánto ha habido de racismo en la demolición del primer mandato de Obama.

Gracias a un golpe de audacia, o desesperación, de Romney, esa América profunda, idílica, supuestamente sana de los pueblos y pequeñas ciudades, solo existente en el imaginario y en las antiguas ilustraciones de Norman Rockwell, ya tiene a su capitán. Católico, joven, 42 años, el primer representante de la generación X en unas presidenciales, experto en asuntos presupuestarios, admirador de los economistas Hayek y Friedman, congresista por Wisconsin, seguidor de la economía vudú que canoniza el principio de que la bajada de impuestos genera automáticamente crecimiento. Se llama Paul Ryan; es la Sarah Palin de McCain hace cuatro años, pero con cerebro. El ideólogo Ryan ha abierto la compuerta de las elecciones al Tea Party, enterrando la presunta moderación del antiguo presidente de Bain Capital. Romney tiene cuentas en paraísos fiscales, se niega a enseñar sus declaraciones de Hacienda y paga una media del 13% de impuestos sobre su fortuna de 250 millones de dólares. Para el candidato republicano, “el papel del Gobierno consiste en mantenerse al margen y dejar actuar a la destrucción creativa inherente a una economía libre”.

Ryan entiende que EE UU es un país “planificado por el Gobierno donde todas las cosas son libres menos nosotros, los ciudadanos”. Su purga es forzar una reducción del gasto público hasta el 20% del PIB, aumentando a la vez los gastos militares y reduciendo los impuestos. Pensamiento mágico que encandila por el profundo individualismo sobre el que está construido el país y la aversión de los estadounidenses a los impuestos y al gasto público. Rechazo cultural impreso en su ADN. La pócima incluye jibarizar al máximo el Gobierno de Washington. La protección social del leve Estado de bienestar estadounidense sería podada privatizando la cobertura sanitaria de los jubilados, y aboliendo las ayudas sociales federales. Y en el campo de las libertades individuales: prohibición del aborto, incluso en casos de violación, y del matrimonio homosexual. Y para seguir haciendo amigos entre las minorías: blindar la frontera con México y medidas radicales contra los sin papeles. Todo apunta a que los neoneandertales han secuestrado al Partido Republicano.

La variopinta coalición cableada por un conservadurismo apocalíptico, que trata de recuperar un país imaginario reinventando la historia, está soldada por la antipatía profunda, tangente con el odio, hacia Obama, y por la ira provocada por la debilidad de la economía. La integran los republicanos clásicos; los Tea Party, radicales populistas; los cristianos evangélicos conservadores y el ala católica, defensora de la teoría creacionista; los libertarios; los desafectos del sistema arrollados por la crisis. ¿Con estos mimbres, Romney, predicador de la desregularización y de menos impuestos para los de su clase, podrá ganar la presidencia cuatro años después de que esas mismas políticas condujeran al desplome de la economía? Difícil pero no imposible. Obama es vulnerable. Quedan 65 días.

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