Cómo recuperar el matriarcado sin caer en la trampa de la reproducción
La humanidad ha pasado por etapas igualitarias y pacíficas que han contado con un papel determinante de las mujeres y que nos ofrecen una alternativa a la dominación violenta, defiende la filósofa Adriana Cavarero en su libro ‘Mujeres que amamantan cachorros de lobo’
Aunque sugerente, la hipótesis de un matriarcado originario, posteriormente derrotado y suplantado por una sociedad patriarcal, contribuye solo en parte a justificar el desinterés que la filosofía muestra por la cuestión del nacer de un cuerpo materno. Por otra parte, el poliestratificado universo del mito – en cuyo ámbito se consumaría ya la historia de la derrota del matriarcado–, más que hablar de una sociedad arcaica dominada por las mujeres o, si se quiere, de un antiguo derecho matrilineal, habla de un ...
Aunque sugerente, la hipótesis de un matriarcado originario, posteriormente derrotado y suplantado por una sociedad patriarcal, contribuye solo en parte a justificar el desinterés que la filosofía muestra por la cuestión del nacer de un cuerpo materno. Por otra parte, el poliestratificado universo del mito – en cuyo ámbito se consumaría ya la historia de la derrota del matriarcado–, más que hablar de una sociedad arcaica dominada por las mujeres o, si se quiere, de un antiguo derecho matrilineal, habla de un culto a la Diosa Madre que celebra el cuerpo materno como símbolo de fertilidad y regeneración. Expresión directa de ello son no solo las figuras femeninas con el vientre y los pechos hinchados que exhiben sus genitales, sino también en una serie de relatos, más tarde trasladados del mito a la tragedia, que, en un esfuerzo por narrar la tremenda complicidad del cuerpo materno con la physis, incluyen inquietantes figuras hipermaternales. (...)
Propuesta a mediados del siglo XIX por Johann Jakob Bachofen y reformulada en las primeras décadas del siglo xx por James G. Frazer, la tesis del matriarcado primitivo, entendido como una etapa evolutiva de la historia humana, se ha desarrollado con diversa fortuna en las distintas disciplinas científicas modernas, hasta llegar a un punto muerto y correr el riesgo de desaparecer de manera definitiva. A la postre, el propio término matriarcado se ha impuesto no tanto como término técnico, sino como síntesis genérica de los múltiples modelos culturales que el lenguaje académico describe como ginecocráticos, matrilineales, matrifocales o matricéntricos. Se califica, por ejemplo, como matrística la cultura de la “Vieja Europa” descrita por la arqueóloga y lingüista lituana Marija Gimbutas, cuya innovadora obra, que gozó de un considerable éxito popular en los años setenta y ochenta, posee el mérito de haber despertado un renovado interés por el tema del matriarcado. (...)
La tesis fundamental de Gimbutas sostiene que, entre el 7000 y el 3500 a. C., los asentamientos humanos de lo que ella denomina la “Vieja Europa” –un mundo de aldeas sedentarias, dispersas entre los Balcanes y el Mediterráneo oriental– se caracterizaban por una cultura matricéntrica en la que se veneraba a deidades femeninas como símbolos del ciclo natural del nacimiento, la muerte y la regeneración. Era una sociedad pacífica, igualitaria y artísticamente refinada que funcionaba en sintonía con una naturaleza entendida ante todo en términos de fertilidad e interconexión entre todos los seres vivos, incluidos los animales y las plantas. Según Gimbutas, tras las incursiones de las hordas de jinetes procedentes de las estepas nórdicas, esta civilización quedó destruida y suplantada por los pueblos indoeuropeos, cuya cultura, dominada por figuras masculinas, presentaba rasgos belicosos, una organización jerárquica y una propensión a venerar a los héroes guerreros por encima del ciclo vital de la naturaleza. Resulta sintomático, señala Gimbutas, que a partir de cierto momento las espadas reemplacen a las estatuillas de mujeres corpulentas en los hallazgos arqueológicos de las excavaciones. (...)
La obra de Gimbutas resulta interesante no solo por su contenido, sino también por las llamativas circunstancias de su recepción. Agresivamente criticada por la comunidad académica –que no dudó en convertir a la arqueóloga lituana en la “bestia negra” de la disciplina y que todavía hoy sigue condenando sus tesis al ostracismo–, enseguida desapareció de los cursos universitarios y los repertorios bibliográficos.
Una especie de veto académico la barrió de la escena. A cambio, además de cosechar un extraordinario éxito popular, Gimbutas fue acogida con entusiasmo por un amplio sector de los estudios feministas, articulado en varias corrientes espirituales, artísticas y ecológicas sobre las que la obra de la lituana ha ejercido una influencia considerable. Aunque tampoco aquí sus tesis estuvieron exentas de controversia. Dentro de los estudios feministas, no tardó en formarse una corriente crítica que, además de poner en duda el rigor científico de la propuesta de Gimbutas, cuestionó sobre todo la utilidad de su aprovechamiento ideológico con vistas a los objetivos y las estrategias liberadoras del feminismo actual. ¿De verdad necesitamos diosas madres? ¿Realmente es útil seguir identificando a la mujer con la maternidad, haciendo el juego al imaginario patriarcal? ¿Acaso no estamos ya hartas de que se hable de la función materna como destino biológico obligatorio? Al ensalzar el poder reproductivo de las mujeres, ¿queremos volver a encerrarlas en la esfera de lo doméstico? Son preguntas cruciales que conviene no subestimar, ya que, además de sus consecuencias para el problema específico del matriarcado, corren el riesgo de afectar a la propia investigación feminista, restringiendo su campo mediante una especie de veto. El veto principal tiene que ver, en última instancia, con el tema de la maternidad en general y con la legitimidad de cualquier línea de investigación que se proponga reconsiderarla en términos positivos o, si se quiere, en términos propiamente feministas.
Como bien ha señalado Fanny Söderbäck, desde la crítica de Simone de Beauvoir al patriarcado como sistema que reduce a las mujeres a madres y las confina a la esfera de la reproducción, “las feministas se han enfrentado con la cuestión de si el nacimiento y la maternidad constituyen una amenaza o promueven la liberación de la mujer”. Prevalece el temor de que el trabajo de “hacer otros cuerpos”, por utilizar una expresión muy eficaz de Donna Haraway, pueda aprisionar a las mujeres en la trampa de la reproducción de la especie, es decir, de que una función biológica se convierta en dispositivo normativo. (...)
En un libro reciente, científicamente ambicioso y de una gran originalidad, titulado El amanecer de todo, el antropólogo David Graeber y el arqueólogo David Wengrow han rescatado la obra de Marija Gimbutas del olvido académico, de los vetos, no solo feministas, que pesan sobre ella, y de su difamación póstuma. La tesis de la arqueóloga y lingüista lituana sobre el matriarcado, entendido como cultura y organización social centrada en el modelo de la madre ha obtenido así una revalorización inesperada. En concreto, los autores de esta “nueva historia de la humanidad” señalan numerosas pruebas arqueológicas – reforzadas por el análisis, ahora posible, del adn antiguo– de una conexión entre la biodiversidad ecológica del neolítico, caracterizada por los primeros cultivos y el uso farmacológico de hierbas, y las figuras rituales del cuerpo femenino gestante. Otras pruebas, argumentan los dos estudiosos, apuntan a un conflicto entre un esquema cultural en el que las distintas expresiones artísticas y rituales se organizan en torno al tema de la “violencia depredadora masculina” y otro esquema cultural centrado en la “ciencia de lo concreto” y el simbolismo femenino.
En concreto, al contrario que el modelo masculino, que celebra a los héroes guerreros y se articula en organizaciones jerárquicas, el modelo femenino se caracteriza por sus instancias igualitarias y no presenta indicios de “ningún gran conflicto violento”. Esto no solo confirma la tesis “de amplio alcance histórico” de Gimbutas y revaloriza su corrección científica, sino que además parece confirmar que las famosas y beligerantes amazonas de las que habla el mito son una invención póstuma de la mentalidad patriarcal; mientras que la representación del cuerpo materno como hipermaternidad es quizá el residuo de una cultura que aún no entiende el poder como lucha y dominación violenta, sino más bien como el hecho absolutamente familiar y sin embargo sorprendente, o más bien tremendo (deinón), de la procreación, es decir, como la regeneración de la physis en los humanos vivos nacidos de mujer.
No se trata tan solo de admitir que, en la historia de la humanidad o, si se quiere, en los comienzos de la historia, existió un esquema cultural caracterizado por una organización igualitaria y no violenta en el que las mujeres desempeñaban un papel importante. Desde el punto de vista de la historia de la filosofía, se trata asimismo de registrar la presencia de una concepción de la naturaleza como nacimiento, como fuerza procreadora.