Reino Unido: la realidad de los sacrificios frente a las promesas de las mejoras

Los ciudadanos se vuelven más prodemócratas cuando las democracias funcionan correctamente y cumplen con la economía, la desigualdad y los servicios públicos

El primer ministro británico, Keir Starmer (izquierda), y el presidente de Francia, Emmanuel Macron.Sarah Meyssonnier (REUTERS)

Las expectativas políticas han cambiado en el mundo a mejor después de un primer semestre lúgubre. Se han detenido las situaciones a lo Stefan Zweig con la aparición de Kamala Harris en el horizonte y las elecciones legislativas en Francia y en el Reino Unido. Tres de las democracias más importantes del planeta. La posibilidad de que Harris tumbe en la lona a Donald Trump y sea la próxima inquilina de la Casa Blanca cambiaría mucho ...

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Las expectativas políticas han cambiado en el mundo a mejor después de un primer semestre lúgubre. Se han detenido las situaciones a lo Stefan Zweig con la aparición de Kamala Harris en el horizonte y las elecciones legislativas en Francia y en el Reino Unido. Tres de las democracias más importantes del planeta. La posibilidad de que Harris tumbe en la lona a Donald Trump y sea la próxima inquilina de la Casa Blanca cambiaría mucho el panorama (lo peor, una segunda legislatura del republicano). En Francia se ha evitado que gobierne la extrema derecha, aunque hechos como que el presidente, Emmanuel Macron, haya tardado ocho semanas en proponer a un nuevo primer ministro indican las dificultades políticas de un país que es uno de los enfermos económicos de Europa: su déficit público puede superar el 6% del PIB, y la deuda pública el 110%, con los que los márgenes de maniobra son muy escasos.

La mejor realidad es Keir Starmer y el Reino Unido. Un Gobierno laborista sólido, constituido apenas 24 horas después de conocerse el resultado electoral, y un primer ministro que en muchos aspectos recuerda a las principales figuras de la socialdemocracia histórica. Con un programa hecho de reformas incrementales, no de saltos imposibles, en un país en que los programas electorales son “promesas fuertes” que no pueden ser sustituidas y tiradas a la basura: mejora de la sanidad pública, la educación pública, las infraestructuras y el resto de los servicios comunes, y mejora de los derechos de los trabajadores, su principal núcleo de votantes.

El gran economista turco Daron Acemoglu, coautor del best seller Por qué fracasan los países, que investiga qué está sucediendo en las democracias, afirma que la gente se vuelve más prodemocrática cuando ve que la democracia funciona correctamente y cumple en términos de crecimiento económico, estabilidad, servicios públicos y bajos niveles de desigualdad y de corrupción: la misma fórmula le ha funcionado bien a los partidos de los trabajadores y a la socialdemocracia en otras partes. Por ello saluda la llegada de Starmer. Según una encuesta muy sólida hecha pública apenas unas semanas antes de las elecciones en el Reino Unido, el 45% de los consultados dijo que “casi nunca” confía en que el Gobierno (sea cual sea) vaya a situar los intereses de la nación por delante de los de su propio partido. En el caso de los más vulnerables, ese porcentaje asciende al 72%.

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Hasta que no se conozcan los Presupuestos de 2025, antes del 30 de octubre, no se sabrá el calibre de lo que significa para la población el calificativo de “doloroso” y la argumentación del primer ministro laborista de que “para mejorar hay que empeorar antes”. Se conoce que ha aparecido un agujero de 25.000 millones de euros que no estaban presupuestados, por lo que parece ineludible un plan de estabilidad. Un plan así es un mecanismo administrativo, al margen del mercado, para recuperar los equilibrios perdidos. Generalmente incorpora ajustes del tipo de cambio de la moneda (devaluaciones, cuando se mantiene la soberanía de la misma), ajustes en el precio de bienes y servicios (subidas) e incremento de los impuestos para frenar el crecimiento del déficit. La ministra de Economía laborista lleva semanas hablando, de modo genérico, de aumentos de los impuestos de plusvalías y del impuesto de sucesiones. Y una de las primeras medidas ha sido la de suspender la ayuda universal que recibían los pensionistas británicos (unos 12 millones) para pagar la luz y el gas, y dejarla tan solo para los más vulnerables (1,5 millones). De ayuda universal a derecho selectivo.

La historia está llena de planes de estabilización. Nada más llegar al poder en 1982, los socialistas españoles abandonaron su programa de expansión de la demanda, dada la situación real en la que encontraron el país, y el ministro de Economía, Miguel Boyer, anunció “ajustes para una década”. A pesar de los sacrificios, volvieron a ganar las elecciones una y otra vez. El pacto consiste en que lo que se pierde al principio se recupera luego.

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