Hartmut Rosa, el sociólogo que piensa la aceleración de la vida (incluyendo su lado positivo)
El pensador alemán dice que vivimos en una “estabilidad dinámica” que nos obliga a consumir cada vez más
“Mi agenda está llena hasta los topes y hace tiempo que todos los ejes de resonancia están sometidos a una presión extrema para acelerarse!”, dice la respuesta automática de su correo electrónico. Todo un recordatorio de que Hartmut Rosa, catedrático del Instituto de Sociología de la Universidad Friedrich Schiller de Jena (Alemania), donde estudiaron Leibniz o ...
“Mi agenda está llena hasta los topes y hace tiempo que todos los ejes de resonancia están sometidos a una presión extrema para acelerarse!”, dice la respuesta automática de su correo electrónico. Todo un recordatorio de que Hartmut Rosa, catedrático del Instituto de Sociología de la Universidad Friedrich Schiller de Jena (Alemania), donde estudiaron Leibniz o Karl Marx, y director del Max Weber College de Erfurt, es el “padre” de la teoría de la “aceleración”. El que investigó los cambios en la estructura temporal de la Modernidad y llegó a la conclusión de que vivimos en una “estabilidad dinámica”, que nos obliga a correr cada vez más, a producir cada vez más, a consumir cada vez más, aun a costa de vivir alienados, para evitar que el sistema se hunda. Y eso pese a que tenemos la sensación de que innovación y velocidad no nos llevan a una vida mejor, porque estamos destruyendo el planeta.
Su libro Aceleración. Una crítica social de los tiempos, publicado en alemán en 2005 (Katz Editores, 2016), ocho años después de doctorarse en la Universidad Humboldt de Berlín, convirtió a Rosa (Lörrach, 1965) en un referente de la teoría crítica que nos remite a un Theodor Adorno. Siempre dispuesto a asumir riesgos en su análisis social, acaba de publicar un libro, Por qué la democracia necesita de la religión, fruto de una conferencia pronunciada en la diócesis de Würzburg, en 2022, no traducido al español, en el que defiende que las creencias espirituales, incluidas las new age, aportan elementos esenciales para el funcionamiento de la democracia.
Descendiente de inmigrantes italianos, Rosa creció con su hermana en Grafenhausen, una localidad de la Selva Negra, muy cerca de la frontera suiza. Sus padres regentaban la panadería del abuelo materno hasta que una alergia a la harina obligó al padre a reconvertirse en oficinista, cuenta Rosa en conversación telefónica. Gran amante de la música, el pequeño Hartmut tocaba el órgano en la iglesia protestante local, afición que ha vuelto a retomar aprovechando las temporadas que pasa en la localidad de su infancia, muy alejada de su domicilio habitual en Jena, donde vive solo. La pasión musical de Rosa no se limita al órgano. Cuenta entre risas que en la universidad formó con otros compañeros un grupo de rock bautizado con el poco original nombre de Los Profesores, en español, que organizaba un concierto al año para los alumnos.
Puede que su melomanía esté detrás de otra de sus aportaciones teóricas: la idea de resonancia como antídoto de la aceleración. Esa resonancia, tan ligada a la música, se produciría cuando nos relacionamos con algo que no dominamos ni podemos poseer. Un concepto hermano del de “indisponibilidad”, la aceptación de que vivimos en un mundo que no está disponible para nosotros, pese a que intentemos continuamente dominarlo.
Ambas nociones, desarrolladas en sus libros Resonancia. Una sociología de la relación con el mundo (Katz, 2019) y Lo indisponible (Herder, 2021), han otorgado a Rosa un estatus de gran analista de la Modernidad y le han hecho acreedor de numerosos premios. “Su obra no es tan sencilla como la de un Zygmunt Bauman, pero es igualmente útil para entender cómo la tecnología, que nos acostumbra a tenerlo todo a nuestra disposición, transforma nuestra experiencia y nuestra forma de estar en el mundo”, señala Sira Abenoza, profesora del Departamento de Sociedad, Política y Sostenibilidad de Esade, que participó con Rosa en un seminario hace un par de años. Frédéric Vandenberghe, catedrático de Sociología de la Universidad de Río de Janeiro, atribuía en un reciente artículo el éxito del sociólogo alemán a “su habilidad para escoger amplios temas transversales que le permiten mezclar los debates teóricos de filosofía y sociología con cuestiones más existenciales”.
Cuestiones tan candentes como la crisis de nuestro sistema que Rosa analiza en el libro colectivo ¿Qué falla en la democracia? (Herder, 2023). O en su último texto, en el que sitúa a la religión en la misma onda receptiva de la resonancia, que es esencial para la democracia. Rosa no ignora la crisis en la que están sumidos tanto el catolicismo como el protestantismo, pero su intención, explica, era poner de relieve los elementos positivos de la religión, que son, por un lado, la apertura hacia algo importante que está más allá de nosotros y nos interpela, y, por otro, su capacidad de transformación, de conectarnos con los demás. Dos elementos esenciales para que funcione la democracia, “que implica dirigirse a otros con otras creencias y aceptar que podemos ser transformados por ellos”.
Siendo tantos los beneficios de lo que Rosa llama “medio-pasividad” frente al mundo, ¿por qué está tan valorada socialmente la actividad frenética? “Porque la aceleración tiene también aspectos positivos”, admite el sociólogo. Proporciona sensación de libertad, puesto que nos movemos de un sitio a otro, y tener poco tiempo libre equivale a estar conectado con muchas cosas y personas. Vivir más deprisa es, además, una forma de gestionar nuestra finitud. “Si doblamos la velocidad de nuestras experiencias vitales”, comenta Rosa no sin cierto humor, “es como si tuviéramos dos vidas en una”.
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