Por qué ‘Krisenmodus’ (en modo crisis) es la palabra del año en Alemania

El país se durmió en los laureles durante demasiado tiempo y el canciller Olaf Scholz no es ni un visionario ni un gerente eficaz

Los ministros alemanes de finanzas y economía, Christian Lindner y Robert Habeck, junto al canciller Olaf Scholz, revisan sus móviles en el Bundestag en Berlín, el pasado 13 de diciembre.Krisztian Bocsi ( BLOOMBERG )

Hubo un tiempo en que, en opinión de muchos, nada podía salirle mal a Alemania: tenía una economía sólida, bajo nivel de desempleo y una estrategia de consolidación fiscal exitosa. Un amplio consenso político proveía estabilidad, y la sociedad alemana no padecía divisiones profundas. Como decía el eslogan de campaña de la excanciller alemana Angela Merkel en 2017, Alemania era “un país donde vivimos bien y felices”.

Pero a estas alturas, el eslogan de Merkel (olvidado hasta por su propio pa...

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Hubo un tiempo en que, en opinión de muchos, nada podía salirle mal a Alemania: tenía una economía sólida, bajo nivel de desempleo y una estrategia de consolidación fiscal exitosa. Un amplio consenso político proveía estabilidad, y la sociedad alemana no padecía divisiones profundas. Como decía el eslogan de campaña de la excanciller alemana Angela Merkel en 2017, Alemania era “un país donde vivimos bien y felices”.

Pero a estas alturas, el eslogan de Merkel (olvidado hasta por su propio partido) ya suena a ilusión vana. Hoy la percepción predominante es que Alemania ya no consigue hacer nada bien (al menos, nada importante). El ánimo de la población refleja cansancio y pesimismo: el 46% de los alemanes cree que en 10 años estará peor. A finales de 2022, sólo el 28% tenía esperanzas con vistas a 2023 (fue la respuesta más negativa desde 1951).

Y no se equivocaron: 2023 resultó un muy mal año para Alemania. La economía experimenta una recesión moderada pero persistente, y las perspectivas para 2024 también son negativas. Una grave y prolongada crisis presupuestaria tiene paralizados al Gobierno federal y a los de los Estados; los tres socios de la coalición de gobierno no dejan de pelearse, y numerosos intentos de reforma están parados o se han abandonado. No es extraño que Krisenmodus (en modo crisis) haya sido la palabra alemana del año.

Hace poco, el influyente periódico Frankfurter Allgemeine Zeitung dedicó toda una página a hablar de los mayores problemas de Alemania: 13 en total, autoinfligidos muchos de ellos. La globalización se está frenando y la falta de mercados nuevos para los productos alemanes genera presión sobre la economía del país, orientada a las exportaciones. Además, no hay inversión suficiente, los mercados de capitales están muy debilitados, y una forma agresiva de tecnofobia ha frenado el impulso digitalizador.

Y esto es sólo la punta del iceberg. Alemania también padece falta de inversión en infraestructura pública, exceso de regulación y de burocracia y escasez de mano de obra. La sociedad alemana enfrenta una variedad de problemas, entre ellos un sistema inmigratorio disfuncional, el alto costo de la vivienda, precios de la energía que están entre los mayores de Europa y malos resultados educativos.

Por el lado positivo, el periódico sólo pudo identificar tres signos alentadores: que es probable que la inteligencia artificial redunde en beneficio del núcleo industrial alemán; que el sector farmacéutico está recuperando su anterior fortaleza, y que el Mittelstand (las dinámicas pequeñas y medianas empresas manufactureras alemanas) se mantiene hasta cierto punto resiliente e innovador.

¿Qué salió mal? No hay duda de que la pandemia de covid-19, la guerra del presidente ruso, Vladímir Putin, en Ucrania (con la consiguiente crisis de la energía), el incremento súbito de las migraciones y los conflictos en Oriente Próximo han contribuido a la situación actual. Pero, sobre todo, han revelado lo mal preparada que estaba Alemania para hacer frente a perturbaciones inesperadas y cambios geopolíticos.

Muchos de estos problemas se venían gestando hace tiempo: dependencias económicas y energéticas, sistemas administrativos obsoletos, regulaciones que asfixian la innovación, etcétera. Pero los dirigentes alemanes decidieron ignorarlos, y los votantes siguieron la corriente, convencidos de que al final todo saldría bien.

La sociedad alemana tiene un sistema inmigratorio disfuncional, alto coste de la vivienda y malos resultados educativos

La desazón alemana tiene muchas causas, pero una de las principales es el (a menudo olvidado) peso del éxito. Vale para las empresas y vale para los países: una buena situación financiera puede generar autocomplacencia. En tiempos de crecimiento firme, los gobiernos se confían demasiado y dejan de prestar atención a los cambios.

Este problema se agravó por la importancia que dan los votantes alemanes a la estabilidad del liderazgo político y a mantener el statu quo. Merkel (que está muy lejos de ser una política visionaria) le vino a Alemania como anillo al dedo, y en vez de impulsar reformas muy necesarias eligió el gradualismo.

La coalición gobernante (llamada Ampelkoalition, o coalición del semáforo, por los colores de los tres partidos integrantes) se formó con la consigna de “atreverse a más progreso”. Pero el canciller, Olaf Scholz, no es ni un visionario ni un gerente eficaz para un Gobierno plagado de conflictos y propenso a meteduras de pata.

A los miembros de la Ampelkoalition les ha sido prácticamente imposible encontrar puntos en común. Los socialdemócratas consienten a su vieja y menguante base electoral con dinero de los contribuyentes; los verdes tienen una visión reformista cada vez más alejada de la opinión pública, y los liberales repiten la cantinela de “no crear más impuestos” y “limitar el gasto público”, al tiempo que insisten en que se respete el límite constitucional a la emisión de deuda. Si el historial político de la coalición durante sus primeros dos años en el poder es un indicio de lo que está por venir, los alemanes tienen motivos para preocuparse por el futuro de su país.

Es indudable que Alemania pagará un precio por la autocomplacencia. Tras dormirse en los laureles durante demasiado tiempo, quedó mal preparada para el mundo de hoy, y el fracaso de la coalición gobernante a la hora de adoptar medidas decididas no ha hecho más que intensificar el problema. Y en la dimensión social, el consenso amplio que unía a la mayoría de los alemanes se ha debilitado, como demuestran las cada vez más frecuentes huelgas y manifestaciones.

Además, el futuro político del país es incierto. El partido de derecha Alternative für Deutschland (AfD) supera el 20% en las encuestas nacionales (hace menos de dos años estaba en el 10%), y puede que en el año entrante se convierta en la primera minoría en los parlamentos de varios Estados. De hecho, es posible que la Ampelkoalition no sobreviva hasta las próximas elecciones federales (previstas para 2025). Si las peticiones de elecciones anticipadas se intensifican, tal vez Scholz intente formar una “gran coalición” con los democristianos liderados por Friedrich Merz (hoy canciller del gabinete en la sombra).

Si la Ampelkoalition quiere permanecer en el poder y corregir su triste desempeño, Scholz tendrá que mejorar su comunicación con el electorado y explicar con más frecuencia y claridad las políticas de su Gobierno. Y los tres partidos tienen que darse cuenta de que si insisten en seguir hablando de sus temas favoritos mientras el país se hunde, limitarán sus posibilidades de reelección.

El Gobierno de Scholz tiene que buscar un consenso en tres cuestiones fundamentales: no introducir nuevos programas sociales y no aumentar por encima de la inflación el gasto en los que ya están en marcha; modernizar la Administración pública, y flexibilizar la inversión pública, para lo cual se necesita una reforma del límite constitucional al endeudamiento. Tal vez no sean cambios muy atrevidos, pero no habrá ningún avance sin ellos.

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