Paula Baeza Pailamilla, artista mapuche: “Nuestras autoridades espirituales fueron satanizadas con la cristianización”

La ‘performancer’ chilena utiliza su propio cuerpo para transmitir la resistencia de su pueblo. Frente el colonialismo pide a Europa una reflexión colectiva de autocrítica

Paula Baeza Pailamilla fotografiada en Casa de América.Álvaro García

Paula Baeza Pailamilla no solo es una artista chilena reconocida con exposiciones y performances en varios países de Suramérica y Europa —en 2020 fue artista invitada en la 11º Berlin Biennale en Alemania—. Activista mapuche, ha convertido su cuerpo en museo en sí mismo desde la convicción de que su identidad expresa muchas cosas que deberíamos saber. Desde 2016 pertenece al colectivo mapuche Rangiñtulewfu. Bandera de ...

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Paula Baeza Pailamilla no solo es una artista chilena reconocida con exposiciones y performances en varios países de Suramérica y Europa —en 2020 fue artista invitada en la 11º Berlin Biennale en Alemania—. Activista mapuche, ha convertido su cuerpo en museo en sí mismo desde la convicción de que su identidad expresa muchas cosas que deberíamos saber. Desde 2016 pertenece al colectivo mapuche Rangiñtulewfu. Bandera de la causa de su pueblo, la de los indígenas de Chile sometidos y marginados durante siglos, Baeza acaba de estar en Madrid para hablar de descolonización y protagonizar una performance en el Museo Thyssen. La artista nacida en 1988 en Santiago de Chile vive hoy en Zúrich. Recibe a EL PAÍS en la Casa de América. Es alegre, la sonrisa no se borra de su rostro salvo cuando habla del avance de la derecha en su continente.

Pregunta. ¿Cómo se descoloniza el imaginario colectivo?

Respuesta. Pongo el cuerpo como lugar de encuentro, de huella y de memoria, siento que es una evidencia de mi historia colonial. Yo soy mapuche y con una identidad híbrida por el contexto de mi familia, que se desplazó del campo a la ciudad a inicios del siglo XX. Ahí se genera una estructura identitaria donde lo mapuche empieza a pensarse desde lo urbano. Y desde esa hibridación identitaria de lo que significa mi propio cuerpo, los rasgos y mi herencia física, trabajo la descolonización. Al aparecer mi cuerpo siento que hay resistencia y una existencia que demuestra que nuestros cuerpos siguen vivos. Nuestra memoria ancestral no está solo en una historia del relato hegemónico, sino que nosotres también tenemos una voz, estamos vivos y podemos autorrepresentarnos. A través de la performance pongo mi cuerpo a hablar de estos conflictos.

P. ¿Ese relato sigue siendo hegemónico? ¿No ha avanzado nada?

R. En Chile, sí, gracias a la lucha social. Pero la historia de usurpación por parte del Estado ha sido una narrativa contada por ellos y se ha invisibilizado.

P. ¿Ellos?

R. La élite desde mediados de 1800, cuando empieza lo que llaman la pacificación de la Araucanía, como denominaron la ocupación del último territorio de Wallmapu, el territorio mapuche. Ahí se empezó a instaurar este relato de que eso era Chile, sin otras identidades y otros pueblos. Se empiezan a desconocer otras formas de vida y a construir una identidad nacional que es la criolla, la nacional, mestiza, borrando las demás. En la escuela no se habla apenas de la invasión de los territorios indígenas y si se hace es para menoscabarlos, merecíamos ser invadidos por el bien del desarrollo y del futuro. En los últimos 50 años se ha empezado a visibilizar, los mapuches empezaron a reconstruir un relato que había sido robado. Gracias a esa resistencia y lucha se han ganado espacios. No les ha quedado otra que aceptarlo.

P. ¿El cuerpo es identidad?

R. Sí, pero a la vez es una identidad superplástica, modificable, que depende de nuestro contexto. También es muy transformable, performativo. Identidad y cuerpo son performativos.

P. ¿Hay espacio para la performance en este mundo tan rápido?

R. Los pueblos siempre han tenido expresiones corporales individuales y grupales. Y la performance es una práctica antigua, ancestral, ritual. Siempre habrá espacio, siempre será necesario decir cosas que de otra forma no se pueden decir. Los mapuches tenemos los epeu, historias que se cuentan a través de animales. La performance es una herramienta cultural para preservar la memoria colectiva.

P. Una de sus performances consistió en situarse en el medio de un río para tratar con las piedras. Otra, pasear ataviada con cartones ante tiendas de lujo en Zúrich. En el Thyssen, camuflarse con el tono de la pared. ¿Cuál es su planteamiento?

R. Yo me posiciono como persona mapuche con la complejidad de mi historia, de mi familia. Soy una persona indígena que está en un museo, ante tiendas de lujo… Mi cuerpo da mucha información, y ahora en Suiza es donde más me siento observada por gente que quiere descifrarme, porque además soy una migrante. Cuando uno hace una performance está llamando a una mirada. Pero cuando dejo de hacerla y siguen mirándome, siento que mi cuerpo significa mucho. Los cuerpos significan cosas. Somos expertes en descodificar cosas para bien y para mal, y desde ahí hago mi trabajo básico.

P. Ha recuperado crines de caballo que se usaban para hacer juguetes sexuales. ¿Qué ha descubierto?

R. Ese trabajo me abrió la mente en relación con el placer, cómo desean las personas mapuches. En un libro de un etnógrafo de 1911, Psicología de los araucanos, había dibujos de objetos güesquel, unas prótesis que los hombres se ponían para dar placer a la mujer, hechos con crines de caballo y tejidos por mujeres. Hay un conocimiento del cuerpo femenino superfuerte. Se decía que se usaban para enamorar, hay algo afectivo y no solo sexual. Tenían los mismos deseos de todes hoy.

P. Usted se define contra el modelo europeo de género binario. ¿Es europeo el género binario?

R. El cristianismo, superpredominante, impuso roles de género diferentes. Antes los roles eran de otra forma. Soy crítica con esa herencia colonial.

P. ¿Qué supuso la cristianización?

R. Se encargó de dominar desde el ámbito espiritual, fue bastante conflictivo, en la cultura mapuche no existe una diferencia clara entre lo espiritual, lo político y lo social, funcionan a la vez. Uno de los grandes daños fue esa división. Las autoridades espirituales fueron satanizadas, y al eliminarlas se empieza a desmoronar su organización. La cristianización vino a romper la estructura social, nos dijo que hay saberes malos que temer. Una herida por la que nos ha costado sanar y reencontrarnos con nuestro lado más profundo. La vida no es solo un posicionamiento político o un trabajo, hay cosas internas, de otros planos, de un territorio, el espiritual, a recuperar.

P. ¿Qué asignaturas pendientes tenemos los europeos respecto a la descolonización?

R. La tarea es pensarse uno mismo. ¿Qué hay en la historia, cómo lo estamos viviendo y abordando? La historia no se puede cambiar, pero hay reflexiones que se tienen que seguir dando en torno a reparación y autocrítica, algo que se haga colectivamente.

P. ¿Siente que Chile ha avanzado?

R. No habíamos visto tanta violencia por parte del Estado como en las protestas que precedieron el estallido de 2019, fue impactante. A la vez, fue una esperanza. Y la nueva Constitución que perdió el año pasado era un sueño, consideraba a los pueblos indígenas, la disidencia sexual, las mujeres… Ahora hemos llegado a un punto desesperanzado: seguir con la Constitución de Pinochet o la de la derecha liberal actualizada. Muy triste, como la victoria de Milei. Las derechas se están tomando el poder, las cosas están peor. El caso de Chile resuena con otros países, al menos en América Latina.

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