La escuela ya no reduce las desigualdades de partida

La igualdad tiene cada vez menos oportunidades en el sistema educativo, que segrega y amplía las diferencias en función del origen social

Comienzo de curso en una clase del colegio Pierre Mendes, en Quevreville-la-Poterie, France, en septiembre de 2022.Andia (UIP / Getty Images)

Mientras que la educación debería ser sinónimo de emancipación para todos los niños, estamos construyendo un mundo en el que, de manera creciente en un alto número de países, es sinónimo de segregación social. Son muchos los sistemas educativos que no sólo no compensan las desigualdades socioeconómicas que existen entre los alumnos, sino que las perpetúan e incluso las amplían.

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Mientras que la educación debería ser sinónimo de emancipación para todos los niños, estamos construyendo un mundo en el que, de manera creciente en un alto número de países, es sinónimo de segregación social. Son muchos los sistemas educativos que no sólo no compensan las desigualdades socioeconómicas que existen entre los alumnos, sino que las perpetúan e incluso las amplían.

Gracias a figuras históricas como el filósofo de la Ilustración Nicolas de Condorcet, el intelectual comprometido Victor Hugo, el ministro de la educación pública Jules Ferry o el político socialista Jean Jaurès, Francia fue uno de los primeros países en asociar el ideal de emancipación de los ciudadanos con la edificación de la educación pública. No obstante, hoy día, su sistema educativo sufre una crisis profunda. Francia posee el título de casi campeona del mundo del determinismo social. El azar de la situación socioeconómica de los entornos familiares condiciona el itinerario y el rendimiento académicos de los niños antes de que empiecen a estudiar. Un alumno cuya madre es titulada de la universidad tiene tres veces más oportunidades de acceder sin repetir al último año del bachillerato que uno cuya madre no es licenciada. El 20% de los niños de 15 años nacidos en situaciones desfavorecidas que logran buenos resultados en las pruebas ­PISA no planean hacer estudios superiores. En otras palabras, la escuela francesa se atasca como motor de ascensor social.

El sistema educativo francés sigue teniendo cualidades incuestionables, entre las que sobresalen el profesionalismo y el compromiso de sus docentes. Pero su profesorado cobra poco, sufre una pérdida del 25% de su poder adquisitivo en 20 años y apenas tiene acceso a la formación continua. Además, los neoconservadores saturan el debate público con críticas sin base a las escuelas públicas y su rechazo total del principio de la diversidad social. La desvalorización financiera de los profesores va de la mano de su desvalorización social. En promedio en la Unión Europea, sólo uno de cada cinco profesores siente que su profesión es valorada en la sociedad, lo que ya es muy poco. En Francia, la cifra es de siete profesores de cada cien. Por eso la educación francesa está perdiendo la batalla de la igualdad de oportunidades. Está frente a un debilitamiento sin precedente que además se traduce en una caída significativa del nivel general de los jóvenes.

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El caso francés no es aislado. Alemania padece una situación similar. Supo mejorar los resultados escolares medios de los alumnos de 15 años en los 20 primeros años del siglo XXI. Pero el país apenas progresó en la lucha contra las disparidades; la conexión entre el estatus socioeconómico de las familias y los resultados escolares de los niños sigue siendo muy fuerte en las pruebas PISA. Por consiguiente, sólo el 25% de las personas escolarizadas en Alemania tiene un nivel de estudios superior al nivel de sus padres.

Incluso el modelo surcoreano presenta fallas. Los adolescentes surcoreanos encabezan la lista de los resultados PISA, pero la cultura del esfuerzo sin límite y más allá de lo razonable provoca ansiedad, angustia y malestar. El éxito o el fracaso académico deciden de manera excesiva en las vidas de los adultos. No es por casualidad que Corea del Sur es el país creador de la serie El juego del calamar. Esta serie escenifica una competición con 456 participantes que tienen grandes deudas sobre sus espaldas. Ponen en juego sus propias vidas para ganar el único premio (45.600 millones de wones).

La igualdad de oportunidades va a menos en el mundo al que nos encaminamos. Los sistemas educativos ya no parecen capaces de promoverla porque las familias temen la mezcla social. Guetos escolares se constituyen por todos lados. La igualdad, la cohesión social y la convivencia democrática todavía son ideales colectivos. Aunque en el ámbito político, son muy pocos los líderes capaces de tomar medidas a largo plazo para mejorar los sistemas educativos y poner en riesgo las elecciones. Individualmente, la prioridad de la mayoría de la gente es garantizar el mejor porvenir a su descendencia, incluso a costa del aumento global de las injusticias. Es por eso por lo que España conoce un bum de las clases particulares, que ilustra a la vez el compromiso de las familias con la educación de sus hijos y una concepción de la educación como competición social. Cuando la movilidad social ascendente es escasa o nula, se refuerza el miedo a la movilidad social descendente en forma de estrategias para garantizar a sus hijos un acceso a carreras de élite.

La prioridad de la mayoría es garantizar el porvenir a sus hijos, incluso a costa del aumento de la injusticia

¿La consecuencia de este panorama? Estamos construyendo sociedades en las que la gente no tiene un porvenir, sino un destino. Un destino entendido como en las tragedias antiguas, es decir, una situación en la que el engranaje del determinismo social es más fuerte que las voluntades y los esfuerzos individuales. Las tragedias griegas tienen versiones contemporáneas en la cultura popular. Es la serie británica Top Boy, en la que los residentes del barrio de Summerhourse intentan desafiar el aciago destino que les ha asignado el sistema y que no deja de alcanzarlos. También es la película dramática Los miserables, que representó a Francia en la entrega de los Premios Oscar de 2020, calificado por el novelista Éric Vuillard de “película universal sobre una sociedad de la segregación”, estructurada por las desigualdades.

Obviamente no hay que pasar por alto los éxitos logrados en la expansión de la educación en todo el planeta desde el final de la Segunda Guerra Mundial: mejor acceso a la educación para todos los niños, especialmente las niñas, aumento del nivel general de formación, desarrollo de sociedades del conocimiento y de la innovación, etcétera. Pero la educación cumple para pocas personas su promesa de igualdad de oportunidades, su promesa de emancipación. La mayoría de los responsables políticos parecen despreocuparse de una pregunta tan simple como fundamental: ¿Qué significa concretamente hoy en día dar a todos la oportunidad real de tener éxito en la vida? Necesitamos simultáneamente más educación y sistemas educativos que vuelvan a actuar como palancas hacia la igualdad.

Ante la Academia Sueca, la francesa Annie Ernaux, premio Nobel de Literatura 2022, citó en la lectura de su discurso una frase que había escrito cuando tenía 22 años y era estudiante de Literatura Francesa en una facultad de provincias: “Escribiré para vengar a mi raza. Era un eco del grito de Rimbaud: ‘Soy de raza inferior por toda la eternidad”. Para que los ciudadanos vuelvan a confiar en los sistemas educativos, necesitamos reedificar un mundo en el que la igualdad de oportunidades prevalece de nuevo sobre la transmisión de los privilegios y las aristocracias del nacimiento.

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