Por qué la economía de Joe Biden no entusiasma
A Paul Krugman le sorprende que los estadounidenses no estén eufóricos con los datos económicos, pero la realidad es que los niveles de vida de los ciudadanos no han mejorado
En una entrevista reciente para la CNN, Paul Krugman, columnista del New York Times, decía que le costaba comprender por qué los votantes estadounidenses no están tan eufóricos como él con la economía de término medio (ni muy fría ni muy caliente) del presidente estadounidense Joe Biden. L...
En una entrevista reciente para la CNN, Paul Krugman, columnista del New York Times, decía que le costaba comprender por qué los votantes estadounidenses no están tan eufóricos como él con la economía de término medio (ni muy fría ni muy caliente) del presidente estadounidense Joe Biden. La inflación está en caída, la tasa de desempleo se mantiene baja, la economía está creciendo y las cotizaciones en la bolsa son elevadas. Así que, se pregunta Krugman, ¿por qué el índice de aprobación de la economía de Biden hoy es un triste 36%?
El periodista Glenn Greenwald ve en la extrañeza de Krugman un ejemplo de sesgo de clase: como si Krugman fuera otro rentista consentido y bien provisto de efectivo, inmuebles, acciones y bonos. Pero esa apreciación es muy injusta. No conozco la casa de Krugman, pero he visto su modestísima oficina en la Universidad de la Ciudad de Nueva York. Nadie niega que le ha ido bien, pero sospecho que sus gustos plebeyos han cambiado poco desde sus primeros días de profesor en Yale, cuando yo era allí estudiante de posgrado.
No, el problema de Krugman no es que tenga demasiado dinero, sino la obsolescencia de sus ideas. Él y yo llegamos a la madurez profesional durante la presidencia de Jimmy Carter. Los republicanos, que tenían a Carter en la mira, se valieron entonces del “índice de miseria”, un indicador formado por la suma de las tasas de desempleo e inflación en un mes o año dado. Como instrumento de polémica, el índice resultó devastador, sobre todo en 1980, cuando los controles de Carter a la concesión de créditos causaron una breve recesión, justo después de la crisis de precios del petróleo provocada por la Revolución Iraní. Esto facilitó la llegada de Ronald Reagan a la presidencia.
Hoy, con tasas de inflación y desempleo que se sitúan entre el 3% y el 4%, el índice de miseria es bajo. En los años setenta, esto habría causado las delicias de los gobernantes. Y a los economistas ortodoxos, les hubiera causado desconcierto, exactamente como hoy, porque no lograban librarse de algo llamado “curva de Phillips”, o peor aún, de la tasa de desempleo sin aceleración de la inflación. Todavía algunos no entienden cómo puede haber bajo desempleo sin alta inflación. Por eso se maravillan si el índice de miseria resulta bajo (como le sucede hoy a Krugman).
Pero el índice de miseria nunca fue otra cosa que una cifra para los diarios. Húrguese bajo la superficie y se hallará que sus dos componentes no son tan importantes para el común de la gente como (según parece) creen los analistas. Incluso tasas de desempleo relativamente altas nunca han afectado directamente (quitando la Gran Depresión o el shock de la pandemia) más que a una pequeña parte de la fuerza laboral en un momento dado. Una recesión no gusta a nadie, pero incluso en los malos tiempos, la mayoría de la gente conserva el empleo.
La inflación, a diferencia del desempleo, sí que afecta a todo el mundo. Pero lo que importa a los trabajadores no es la variación mensual o anual de los precios por separado, sino su efecto acumulado sobre el poder adquisitivo y los niveles de vida. Y la mejora o empeoramiento del poder adquisitivo y de los niveles de vida depende de la relación entre precios y salarios. Cuando los salarios crecen más que los precios, son en general buenos tiempos. Cuando crecen menos, no lo son.
Es aquí donde Biden tiene un problema. Durante su presidencia, los niveles de vida no han mejorado. Entre principios de 2021 y mediados de 2023, los precios aumentaron más que los salarios, de modo que el salario por hora real (deflactado) y el ingreso semanal real disminuyeron, en promedio. No mucho, pero disminuyeron. Peor aún, es probable que la cifra promedio enmascare una caída mayor (en términos reales) para las familias que ya estaban debajo del promedio. Y en cualquier distribución de rentas siempre serán más las familias que ganan menos que el promedio que las que ganan más.
Antes los hogares estadounidenses podían compensar el estancamiento de los ingresos reales aumentando la cantidad de trabajadores y empleos por familia. Aunque los trabajos adicionales no eran por lo general muy buenos, la incorporación de mujeres y jóvenes a la fuerza laboral ayudó a las familias a mantener sus niveles de vida, a pesar de la inmensa pérdida de empleo industrial bien remunerado. Es lo que sucedió, en gran medida, a finales de los ochenta y en los noventa, cuando muchas mujeres, jóvenes y miembros de minorías entraron a la fuerza laboral.
Pero ese proceso está agotado. Si bien el porcentaje de población empleada ha crecido ligeramente desde principios de 2021, todavía está muy por debajo del nivel de 2019. Mientras, con el fin de las políticas de alivio de efectos de la pandemia, la tasa estadounidense de ahorro cayó desde un sólido 20,4% del ingreso a principios de 2021 a un anémico 3,5%. Krugman ve esa cifra como un indicador de que la gente gasta porque tiene confianza en el futuro, pero es mucho más probable que sea un signo de presión sobre los hogares.
Al fin y al cabo, presión es justamente lo que el presidente de la Reserva Federal de los Estados Unidos Jerome Powell y sus colegas quieren ver. Por eso subieron los tipos de interés: para desacelerar el crecimiento, provocar desempleo y aumentar la inseguridad laboral. Creen que la presión volverá a los trabajadores estadounidenses más dóciles y sumisos. Pero bien puede suceder lo contrario. Basta pensar en el sindicato automotriz United Auto Workers, que acaba de declararse en huelga en demanda de aumentos de salarios que compensen (y superen) la inflación.
No extraña que el índice de aprobación de Biden en materia económica esté tan bajo. Y es probable que allí se mantenga, hasta que los votantes estadounidenses empiecen a ver mejoras en sus bolsillos. Los analistas podrán decir que todo anda bien, pero a la mayoría de la gente eso no le afecta. Krugman y las noticias por cable no van a cambiar las percepciones de los votantes, sobre todo si sospechan (con razón) que a muchos estadounidenses más ricos les va mejor que a ellos.
En este contexto, y con otras elecciones en puertas, no parece prudente decirles a los trabajadores estadounidenses que nunca habían estado tan bien. De hecho, desde un punto de vista político, esos argumentos jamás funcionaron. Tal vez Krugman, que se unió al equipo de Reagan en 1983, haya olvidado la devastadora pregunta que su exjefe hizo a los votantes en 1980, durante un debate contra Carter: “¿Están ustedes mejor hoy que hace cuatro años?”.
Es la pregunta que millones de votantes estadounidenses se harán en 2024.
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