No son ellas las parlanchinas, son ellos

Las mujeres no hablan más que los hombres, eso es un mito, según apuntan distintos estudios que cita el periodista Dan Lyons en su nuevo libro

La ilustración del libro 'Castigos pasados', de 1899, muestra una mascarilla de tortura con la que se castigaba a las mujeres por hablar demasiado.Alamy (Cordon Press)

Los hombres somos los reyes de la verborrea. Avasallamos. Acaparamos. Explicamos, interrumpimos y damos manálogos. En mi casa los llamamos danálogos, y parte de mi aprendizaje para conseguir callarme se ha centrado en abandonarlos.

Los hombres son especialmente odiosos en el trabajo, incluso con las mujeres más destacadas y poderosas del mundo, como las ...

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Los hombres somos los reyes de la verborrea. Avasallamos. Acaparamos. Explicamos, interrumpimos y damos manálogos. En mi casa los llamamos danálogos, y parte de mi aprendizaje para conseguir callarme se ha centrado en abandonarlos.

Los hombres son especialmente odiosos en el trabajo, incluso con las mujeres más destacadas y poderosas del mundo, como las juezas del Tribunal Supremo o la directora general de Tecnología de Estados Unidos. Una vez vi cómo un hombre acosaba a mi mujer durante el turno de preguntas y respuestas después de que ella presentara una ponencia. La interrumpía, no le dejaba hablar y prácticamente le gritaba. Después, cuando le conté lo indignado que estaba, me dijo: “¿No lo sabías? Eso nos pasa a las mujeres todo el tiempo”.

La mayoría de los hombres no suelen ser tan abiertamente hostiles como el tipo que acosó a mi mujer. Pero interrumpen a las mujeres constantemente y a menudo ni siquiera se dan cuenta de que lo hacen. Según un estudio, en el trabajo las mujeres sufren mansplaining hasta seis veces a la semana, más de 300 veces al año. Casi dos tercios de las mujeres creen que los hombres ni siquiera se dan cuenta de que lo hacen. Y dos de cada cinco mujeres afirman que los hombres les han dicho que son ellas, las mujeres, quienes no los dejan hablar.

Los hombres hablan más de la cuenta de forma tan constante y regular que se ha normalizado. De hecho, es raro que no ocurra.

La próxima vez que estéis en un grupo de hombres y mujeres, observadlos. Contad las interrupciones. Observad quién interrumpe y a quién se interrumpe. Fijaos en la frecuencia con la que un hombre se arroga conocimientos que no posee o perora con seguridad sobre algo que acaba de leer en el The New York Times o en el Atlantic como si las ideas fueran suyas. Una vez que lo ves, no puedes dejar de verlo. Sin embargo, se puede desaprender. Y vale la pena. Si sois hombres y queréis ser mejores compañeros y mejores padres, si queréis ser grandes colegas y avanzar en vuestra carrera, si queréis destacar entre los demás hombres, aplicad las cinco formas de callarse. Si sois mujeres o chicas, la autora Soraya Chemaly recomienda que practiquéis a diario las tres frases siguientes: “Deja de interrumpirme”. “Eso lo acabo de decir yo”. “No necesito explicaciones”.

Lo extraño es que, aunque los hombres son más propensos a hablar en exceso, las mujeres han sido históricamente consideradas charlatanas y cotillas, arraigando el estereotipo de que hablan más que los hombres. En 2006, la neuropsicóloga Louann Brizendine pareció confirmar el estereotipo. En su éxito de ventas El cerebro femenino, afirmó que ellas pronuncian 20.000 palabras al día y ellos solo 7.000. Sacó estas cifras de Por qué los hombres no escuchan y las mujeres no entienden los mapas, un libro de autoayuda de Allan Pease, autor de best sellers y experto en lenguaje corporal. Pero Pease contaba “actos de comunicación” como expresiones faciales y gestos, no palabras habladas; y no está claro de dónde sacó sus cifras. A algunos expertos les pareció ridícula la afirmación de Brizendine —¿tres veces más?—, pero a los medios de comunicación les encantó. El viejo estereotipo era cierto. ¡Lo dice la ciencia! Cuando un entrevistador le preguntó si no estaba repitiendo un tópico anticuado, respondió: “Un estereotipo siempre tiene algo de verdad, o no sería un estereotipo. Me refiero a la base biológica de conductas que todos conocemos”.

Pero sus cifras eran erróneas. Cuando los investigadores de la Universidad de Texas llevaron a cabo un experimento y descubrieron que tanto ellas como ellos hablaban una media de 16.000 palabras al día, y que los tres sujetos más habladores del estudio eran hombres. Brizendine cometió un error honesto y cabe decir en su defensa que lo reconoció y eliminó esas cifras de ediciones posteriores del libro. Pero esos números se han utilizado en cientos de artículos y todo lo que se publica en Internet es eterno. No cabe duda de que hay gente que sigue creyendo y citando esos datos.

El error de Brizendine planteó una pregunta interesante. ¿Por qué esas cifras tuvieron tal resonancia? ¿Por qué despertaron tales emociones y evocaron una reacción tan fuerte tanto en hombres como en mujeres? Es un ejemplo de la teoría de la gran mentira: di algo las veces suficientes durante el tiempo suficiente y la gente se lo creerá.

El estereotipo se observa en todas las culturas. “La lengua de las mujeres es como la cola de un cordero: nunca está quieta”, dice un viejo refrán inglés. En Japón dicen: “Donde hay mujeres y gansos, hay ruido”. Y en China: “La lengua es la espada de la mujer, y nunca deja que se oxide”. En las obras de Shakespeare abundan las representaciones de mujeres como respondonas y chismosas. La expresión “cuentos de viejas” es claramente despectiva. La palabra gossip (“cotilleo”) procede de godsibb, que significaba “padrino”, pero que en el siglo XVI evolucionó hasta significar “habladurías y rumores calumniosos difundidos por mujeres”. Más atrás, encontramos que san Pablo describe a las viudas como “holgazanas que andan de casa en casa, y no solo holgazanas, sino también chismosas y entrometidas, que dicen lo que no deben”.

En la Edad Media las mujeres eran condenadas por “pecados de la lengua” y se las castigaba haciéndolas desfilar por la plaza del pueblo, sumergiéndolas en un río u obligándolas a llevar una brida que les impedía hablar: una estructura de hierro que se colocaba en la cabeza con una pieza que empujaba la lengua hacia abajo. En Reino Unido, esta brida de castigo y humillación siguió utilizándose hasta el siglo XX.

Algunos hombres siguen aferrándose a la creencia de que las mujeres hablan más que ellos. En 2021 Yoshiro Mori, el octogenario jefe del comité organizador de los Juegos Olímpicos de Tokio y ex primer ministro, respondió a la sugerencia de que el comité incluyera a más mujeres diciendo que las reuniones se alargarían demasiado porque las mujeres hablan mucho. En 2017 David Bonderman, un inversor miembro del consejo de administración de Uber, dijo que añadir más mujeres al consejo significaría que “probablemente se hablaría más”. La verdad, por supuesto, es exactamente lo contrario: en la mayoría de las situaciones, especialmente las profesionales, los hombres hablan mucho más.

En 2014 Kieran Snyder, ejecutiva de una empresa tecnológica, llevó a cabo un experimento. Durante 15 horas de reuniones, registró cada interrupción. Snyder, que tiene un doctorado en Lingüística, contó 314 interrupciones, y dos tercios de ellas fueron de hombres, lo que significa que ellos interrumpieron dos veces más que ellas. Y, más interesante si cabe, cuando los hombres interrumpían, el 70% de las veces era a una mujer. El desequilibrio resultaba aún más flagrante porque las mujeres representaban solo el 40% del grupo. Además, cuando las mujeres interrumpían, era mucho más probable (89% de las veces) que interrumpieran a otras mujeres que a hombres. Conclusión de Snyder: “Siempre que las mujeres toman la palabra, se las interrumpe”, escribió en Slate. A ninguna de las mujeres que conocía le sorprendió. Las mujeres del mundo de la tecnología han respondido mayoritariamente: ‘Vaya novedad”, escribió.

La solución que sugiere Snyder no es que los hombres se callen, sino que las mujeres sean más agresivas a la hora de interrumpir y, sobre todo, que aprendan a interrumpir a los hombres. Cómo progresar como mujer en el campo de la tecnología: interrumpe a los hombres se titulaba su ar­tículo. “Los resultados sugieren que las mujeres no avanzan en sus carreras más allá de cierto punto si no aprenden a interrumpir, al menos en este entorno tecnológico dominado por los hombres”, concluyó.

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