Yevgueni Prigozhin, el mercenario jefe que desafió a Putin y privatiza la guerra
El líder de la compañía Wagner, fundada para realizar operaciones encubiertas que Moscú pudiese negar, dirige hoy un gran ejército privado con aviones y artillería
Trescientos veintiséis metros es la distancia que debe calibrar en su mira un francotirador al apuntar al dueño de la compañía de mercenarios Wagner en su oficina. Según Yevgueni Prigozhin (San Petersburgo, 61 años), en su despacho, tras la segunda ventana del segundo piso del número 7 de la calle del Teniente Schmidt de San Petersburgo, un cartel así lo indica. “Y no olvides la corrección por el efecto del agua”, recuerda el tablón al asesino que apunte desde la otra orilla del río Nevá.
Así es el siniestro h...
Trescientos veintiséis metros es la distancia que debe calibrar en su mira un francotirador al apuntar al dueño de la compañía de mercenarios Wagner en su oficina. Según Yevgueni Prigozhin (San Petersburgo, 61 años), en su despacho, tras la segunda ventana del segundo piso del número 7 de la calle del Teniente Schmidt de San Petersburgo, un cartel así lo indica. “Y no olvides la corrección por el efecto del agua”, recuerda el tablón al asesino que apunte desde la otra orilla del río Nevá.
Así es el siniestro humor del empresario que ha roto la ley del silencio impuesta por el Kremlin, ha amenazado al Ejército ruso desde la trinchera ucrania y, finalmente, ha cruzado la frontera con sus mercenarios rebeldes en dirección a Moscú. Prigozhin ha apostado su supervivencia —política, y quizás física— al destino del Grupo Wagner, la gran compañía de mercenarios de un país cuyas leyes castigan con la cárcel el reclutamiento de mercenarios. Una contratista militar, además, que ejecuta desertores de un martillazo en la cabeza.
La justicia rusa y el Kremlin han mirado a otro lado hasta ahora. El empresario solo pisó la prisión en los ochenta, en los estertores de la Unión Soviética, por fraude y robo. Una vez fuera, el emprendedor Prigozhin se encontró en el lugar —San Petersburgo— y el momento —los violentos años noventa rusos— idóneos para fundar el emporio que le llevaría a dirigir su propio ejército años después.
Uno de sus primeros negocios fueron las apuestas, el sector que un desconocido exagente del KGB, Vladímir Putin, supervisaba en sus inicios políticos junto al alcalde Anatoli Sobchak. La otra aventura de Prigozhin era la restauración. Su local Stáraya Tamozhnia se convirtió en el lugar de moda de la élite peterburguesa, la misma que tomó las riendas del país en este siglo. Había nacido el chef de Putin.
Prigozhin, impulsor también de la fábrica de troles acusada de enfangar las campañas electorales occidentales, era el empresario perfecto para un encargo más del Kremlin: fundar una compañía de mercenarios que permitiese intervenir en otros países mientras Moscú lo negaba. No era una innovación, sino la continuación de la tradición soviética. Ya lo hizo Stalin con el coronel Xanti en la guerra civil española, un supuesto voluntario de la República que resultó ser espía de la inteligencia militar soviética.
Wagner es un monstruo que siempre ha amenazado con volverse contra su creador. Una de las primeras medidas que adoptó Serguéi Shoigú cuando fue nombrado ministro de Defensa en 2012 fue dar más poder al servicio de inteligencia del ejército (el GRU). Este se reforzó con miembros de las fuerzas especiales, los spetsnaz, en una época en la que el Kremlin apostaba por las operaciones puntuales encubiertas en Siria y Ucrania. Con los spetsnaz, el GRU dejó atrás el espionaje tradicional y Wagner se convirtió en la mascarada perfecta para realizar operaciones sin bandera. Los paramilitares de Wagner aparecieron por primera vez en la toma rusa de Crimea en 2014.
Sin embargo, los planes de Moscú se enquistaron en Ucrania y Siria, y Wagner comenzó a recibir más y más recursos. De un año para otro, la compañía de mercenarios era un ejército con artillería y cazabombarderos propios que operaba en una decena de países, desde Libia a República Centroafricana, donde tres periodistas rusos fueron asesinados en una emboscada al investigar sus actividades. A cambio, Wagner accedía a minas y otros recursos para financiarse.
“Es imposible que el ejército prescinda de ellos ahora en Ucrania”, dice Anton Barbashin, director del centro de análisis Riddle Rusia. Moscú necesita soldados. “Aunque solo es una pieza más, mira el frente: es muchísimo más grande que Bajmut”, agrega antes de opinar que es factible que Prigozhin sea apartado, y Wagner, reformada. “No es una institución del Estado, es prescindible, es cuestión de tiempo”.
Los insultos sin castigo de Prigozhin contra el ministro de Defensa y su jefe del Estado Mayor, Valeri Guerásimov, demuestran que el empresario contaba hasta ahora al menos con el favor de Putin. Según los analistas de Foreign Affairs Andréi Soldátov e Irina Borogán, el motivo es que el presidente ruso —criatura del KGB— desconfía del ejército, cuya influencia en la sociedad crece a medida que se alarga la guerra, y necesita contrarrestarlo.
Prigozhin intenta aprovechar su exposición mediática para sembrar un futuro político dudoso. El empresario apunta contra la élite, a la que acusa de cobarde y contrapone con sus reclutas, los presos, “que han tenido mala suerte en la vida, pero se ofrecen voluntarios”. Su problema es que se ha situado en el sector ultranacionalista, un nicho muy pequeño y fragmentado de votos. Y su imagen se asocia con delincuentes. Gente cuya muerte no importa al ruso medio.
“Solo es una herramienta”, recalca Barbashin sobre Wagner. Mientras su unidad se desangra en Bajmut, la propaganda también habla de la formación de otras compañías de mercenarios rusas, como Potok, de Gazprom. “Solo existen sobre el papel, no hay información de ellas en el frente o campos de entrenamiento”, añade.
Prigozhin ha apostado todo su futuro a la victoria rusa. “No superará la guerra. Todo lo que ha dicho, todo lo que sabe… Si Rusia pierde, tiene mucha información de crímenes de guerra y para algunos estaría mejor muerto”, afirma Barbashin. De momento, Prigozhin se toma a chanza las amenazas.
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