Agentes inmovilizan, vecinos protestan

La gramática es como el solfeo: su cumplimiento garantiza la armonía, y contravenirla produce discordancias

Vecinos del Paseo Extremadura se manifiestan para pedir una solución al ruido y la contaminación provocada por la autovía A-5 el pasado 16 de abril.Carlos Lujan( Europa Press/Getty Images)

Cada lengua atesora una personalidad que la hace diferente. Por eso hablamos del “genio del idioma”, un ser imaginario que gobierna los hilos de las palabras y la gramática, y que con el tiempo ha ido contagiándoles sus manías y sus gustos, que acepta unas combinaciones fonéticas pero rechaza otras, que conforma una morfología y una sintaxis capaces de permitirnos reconocer a menudo qué lengua estamos oyendo aunque no sepamos entenderla.

En realidad, el genio de cada idioma se configuró durante siglos con las preferencias de quienes lo hablaron: millones de personas que sin darse cuenta...

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Cada lengua atesora una personalidad que la hace diferente. Por eso hablamos del “genio del idioma”, un ser imaginario que gobierna los hilos de las palabras y la gramática, y que con el tiempo ha ido contagiándoles sus manías y sus gustos, que acepta unas combinaciones fonéticas pero rechaza otras, que conforma una morfología y una sintaxis capaces de permitirnos reconocer a menudo qué lengua estamos oyendo aunque no sepamos entenderla.

En realidad, el genio de cada idioma se configuró durante siglos con las preferencias de quienes lo hablaron: millones de personas que sin darse cuenta aunaron sus rasgos hasta convertirlos en norma.

El genio del español gestionó la herencia de su lengua madre (el latín y, en menor medida, el griego) y de su lengua abuela (el indoeuropeo). Pero admitió la colaboración razonable de otros idiomas en contacto, propició la evolución interna, adoptó la ley del mínimo esfuerzo y consintió cierta arbitrariedad. No obstante, ese genio ha mostrado desde niño una querencia especial hacia los artículos y los determinantes en general. Le gusta su presencia, pese a que los periodistas deportivos insistan en lo contrario (“centra Carvajal con pierna derecha”, “Ter Stegen en portería”, “Correa pisa área”). Aunque en la radio digan también a cada rato “el resto de españoles”, “la mayoría de ciudadanos”, “el 60% de encuestados”, millones de personas siguen la norma (es decir, lo normal) o la regla (es decir, lo regular) de incluir en esas expresiones partitivas un determinante: “El resto de los invitados”, “la mayoría de mis amigos”, “el 60% de los clientes”. (Curiosamente, el dialecto periodístico sí mantiene los artículos en el singular: no se oye “el resto de ciudadanía” o “la mayoría de electorado”).

Otro habitual uso informativo que se aparta de los designios del genio respecto a los artículos consiste en construir grupos nominales escuetos (apartados 15.12a y 15.13c de la Nueva gramática), generalmente en titulares y pies de foto: “Científicos descubren un fármaco…”, “Agentes inmovilizan a un manifestante”, “Vecinos protestan por las obras”. En tales casos, la gente percibe una desafinación. Quizás ignore por qué, pero la percibe, así como el público que oye a un orfeón puede captar un fallo sin identificar exactamente quién de sus integrantes se desacordó. La gramática es como el solfeo: su cumplimiento garantiza la armonía, y contravenirla produce discordancias; palabra que no por casualidad vale tanto para la sintaxis como para la música.

Las construcciones de sujeto único formado por un nombre común (más habituales aún en el periodismo hispanoamericano) necesitan, para resultarles más gratas al lector y al genio de la lengua, algún tipo de determinación, delimitación o cuantificación: “Científicos españoles descubren…”, “Unos científicos”, “Científicos del CSIC”, “Doce científicos”…; porque así lo reclama la partitura del idioma español.

Esos determinantes resultan imprescindibles en unos casos, pero no en otros. Así, diremos “unas vacas invadieron la carretera” y no “vacas invadieron la carretera”; pero sí podemos escribir “se dedica a cuidar vacas” (sin artículo), porque esa norma no rige para los complementos que reflejan algo general.

Entender todo eso requiere algo muy simple, algo que, aunque ajeno a ciertos periodistas, se halla al alcance de la mayoría de los hablantes: oído lingüístico. Se adquiere escuchando, y no exige estudiar gramática, igual que no se precisa estudiar música para notar en cada cumpleaños que tu cuñado desafina.

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