La valiente autora del himno sufragista que se atrevió a amar a Virginia Woolf
La británica Ethel Smyth compuso ‘La marcha de las mujeres’ y fue pionera al estrenar una obra en el Metropolitan Opera House de Nueva York
En 1912, el director de orquesta Thomas Beecham fue a visitar a la compositora Ethel Smyth a la cárcel de mujeres de Holloway, en Londres. Allí era donde encerraban a todas las sufragistas. La encontró asomada al patio principal de la prisión, dirigiendo a sus compañeras de celda con un cepillo de dientes. Entonaban La marcha de las mujeres, el himno del movimiento sufragista, que la propia Smyth había compuesto dos años antes.
Había sido encarcelada por arrojar una piedra a trav...
En 1912, el director de orquesta Thomas Beecham fue a visitar a la compositora Ethel Smyth a la cárcel de mujeres de Holloway, en Londres. Allí era donde encerraban a todas las sufragistas. La encontró asomada al patio principal de la prisión, dirigiendo a sus compañeras de celda con un cepillo de dientes. Entonaban La marcha de las mujeres, el himno del movimiento sufragista, que la propia Smyth había compuesto dos años antes.
Había sido encarcelada por arrojar una piedra a través de la ventana del Parlamento británico. La acción formaba parte de una campaña orquestada por la Unión Social y Política de las Mujeres en protesta por la continua oposición del primer ministro a conceder el voto femenino. Smyth había sido reclutada por Emmeline Pankhurst, la histórica fundadora de la organización, que se empeñó en sumar a la que había sido la primera mujer en estrenar una obra en el Metropolitan Opera House de Nueva York.
Smyth se interesó igualmente por cuestiones artísticas y sociales. Fue ampliamente reconocida en el mundo de la música y en 1922 se convirtió en la primera mujer compositora en ser nombrada dama del Imperio Británico. Su producción musical fue más allá de los pequeños entretenimientos de salón, a los que por tradición las mujeres solían dedicar su talento. Escribió sinfonías, piezas religiosas y óperas.
Su talento llamaría la atención incluso hoy en día. Las asociaciones Clásicas y Modernas y Mujeres en la Música, en colaboración con la Fundación SGAE, presentaron en 2019 el estudio ¿Dónde están las mujeres en la música sinfónica? Composición. Dirección. Solistas. Los resultados mostraron que la música clásica es uno de los ámbitos del sector cultural con mayor predominancia masculina . Solo el 1% de las obras programadas por las orquestas sinfónicas españolas tienen autoría femenina, apenas un 8% de los directores de orquesta son mujeres y estas solo han conducido en total el 5% de los conciertos programados.
El director James Blachly, que en 2021 recibió un Grammy por dirigir The Prison, la última ópera que compuso Smyth, dice por teléfono sobre ella: “Era un ser humano absolutamente fascinante. Valiente, audaz, testaruda, encantadora… Vivía la vida de una forma que la mayoría de nosotros sólo podemos soñar”.
Smyth tuvo que abandonar su carrera musical prematuramente debido a problemas de audición. Esta circunstancia la animó a volcarse en su otra vocación: la literatura. El pasado 24 de febrero se publicaron por primera vez en España sus Memorias (Alianza); textos autobiográficos en los que se revela una personalidad excepcional. “Sus memorias están magníficamente escritas y son fascinantes, espero que se haga una gran película sobre su vida”, comenta Blachly. Escribió 10 libros y, en la segunda parte de su carrera, mantuvo un diario. Virginia Woolf, a quien Smyth conoció y de la que estuvo enamorada, alabó “los giros recurrentes” y “el ritmo fácil y holgado” de su prosa.
Nació en Inglaterra en 1858. Tuvo una vocación musical temprana. Con 19 años anunció a su familia que se iba a estudiar composición al conservatorio de Leipzig, uno de los mejores de Europa. Allí conoció a algunos de los mejores músicos de la época, como Edvard Grieg, Clara Schumann o Johannes Brahms. Piotr Chaikovski la señaló como “una de las pocas mujeres compositoras de las que seriamente se puede considerar que están logrando algo valioso en el campo musical”.
Antes de regresar a Inglaterra emprendió un viaje en solitario por Italia. Su único equipaje fue un peine, un cepillo de dientes, una pastilla de jabón, un mapa y un revólver. “La libertad y la audacia de su vida también se reflejan en su música de muchas maneras: ninguna otra en el mundo suena como la suya. Es directa, clara, valiente y completamente única”, comenta Blachly.
Desde sus inicios tuvo que enfrentarse a los prejuicios sociales de la época. “Desprovista de encanto femenino y, por tanto, indigna de una mujer”, fueron las palabras que usó un crítico para juzgar su Sonata en La Menor, Op. 7 para violín y piano, la primera que presentó en público. Para evitar posibles tratos discriminatorios, empezó a firmar sus obras como EM Smyth. Su aspecto físico siguió desatando juicios de desaprobación. “En la mediana edad tenía muy poco de femenino. Llevaba un pequeño sombrero varonil, ropa de campo vieja y maltratada o alguna espantosa chaqueta de algodón púrpura”, escribe su biógrafo Christopher St. John. En 1903 hizo historia al convertirse en la primera mujer en tener una ópera interpretada por la Metropolitan Opera House de Nueva York. El crítico de The New York Times señaló las dificultades “para encontrar algo relevante” en lo que para él era “un sofisticado cuento de los hermanos Grimm”.
Sus logros llamaron la atención de Emmeline Pankhurst, la líder del movimiento sufragista británico. En sus memorias, Smyth dedica muchas páginas a describir la impresión que le produjo conocer a Pankhurst, con quien probablemente mantuvo algún tipo de relación sentimental. “Creo que Emmeline se sintió atraída por la fuerza de su carácter y viceversa”, opina, vía correo electrónico, Helen Pankhurst, bisnieta de la dirigente feminista y activista por los derechos de la mujer. “Ambas imaginaban un mundo diferente del que vivían y del que muchas mujeres de la época y la mayoría de los hombres, con los sistemas que habían creado, parecían aceptar como normal”.
Smyth se sintió siempre especialmente atraída por mujeres. “Mis sentimientos más ardientes se los concedía a miembros de mi propio sexo, y me temo que los amoríos con chicos eran solo imitaciones de pacotilla”, escribió. Tuvo una relación con un hombre, el filósofo Henry Bennet Brewster, a quien dedicó The Prison. Esta libertad sexual no dejaba de ser un rasgo poco común en su época. “El movimiento sufragista también atrajo a mujeres para las que luchar por un futuro diferente también significaba poder amar a quien quisieran. En algunos casos, esto dio lugar a relaciones lésbicas, aunque tuvieron que ser discretas, ya que era ilegal”, explica Pankhurst.
Smyth luchó por poder ser reconocida dentro del ámbito musical sin tener que utilizar un seudónimo masculino. En sus Memorias argumentó que la débil presencia de las mujeres en la música se debía a su falta de voz y voto político, y por la ausencia de referentes femeninos. Para inspirar esta lucha compuso una canción, La marcha de las mujeres, que en 1911 se convirtió oficialmente en el himno sufragista.
Murió a los 86 años y nunca dejó de vivir apasionadamente. Bien entrada en la vejez, se enamoró de la escritora Virginia Woolf. En un pasaje de su diario explica que, en su opinión, el ser humano nunca pierde la capacidad de enamorarse. “Para muchas, o en todo caso para mí, la pasión es independiente de la maquinaria sexual. Cuando eres joven, esto es innegable. Pero he conservado una capacidad de amar tan intensa y absorbente como la que tuve con uno o dos de mis grandes amores de juventud”.
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