Anthony Fauci, el héroe de la pandemia que fue un villano para los republicanos

El prestigioso epidemiólogo, que ha trabajado con siete Administraciones, se despide de la investigación activa entre el aplauso de la comunidad científica y las críticas de la derecha más recalcitrante

Anthony Fauci.Luis Grañena

Nadie en el panorama científico internacional tiene una mala palabra para el doctor Anthony Fauci, el médico en jefe de la Casa Blanca que esta semana ha colgado la bata tras anunciar en agosto su retiro, que no jubilación. Bajo siete administraciones de ambos signos desde la de Ronald Reagan, este epidemiólogo de ascendencia italiana, nacido en Brooklyn (Nueva York) hace 81 años, ha contribuido a consagrar la dimensi...

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Nadie en el panorama científico internacional tiene una mala palabra para el doctor Anthony Fauci, el médico en jefe de la Casa Blanca que esta semana ha colgado la bata tras anunciar en agosto su retiro, que no jubilación. Bajo siete administraciones de ambos signos desde la de Ronald Reagan, este epidemiólogo de ascendencia italiana, nacido en Brooklyn (Nueva York) hace 81 años, ha contribuido a consagrar la dimensión de la salud pública en un país en el que lo público tiende a verse bajo la sospecha de la intrusión en la vida privada o la carestía, si no ambas cosas. Pero, a diferencia de lo que ocurre en el exterior, en EE UU se ha convertido, en el último tramo de su carrera, en diana de los republicanos y de personajes de difícil adscripción como Elon Musk. Si alguien se ha visto atrapado entre la espada y la pared de la polarización ideológica que desgarra el país, ha sido Anthony Stephen Fauci.

Los republicanos abominan de la presencia del Estado aun en crisis como la de la covid, que se ha llevado por delante más de un millón de vidas en EE UU. Las restricciones provocaron sus quejas, incluso descalificaciones por parte del entonces presidente Donald Trump. Pero nadie ha ido tan lejos como Elon Musk, que esta semana dedicaba al médico un tuit que causó malestar. “Mis pronombres son: Procesen / [a] Fauci”, escribió Musk, con una crítica paralela al uso amplio de los pronombres, no sólo los binarios, en los perfiles digitales. El jefe de Tesla y Twitter remachó su andanada: “La verdad retumba”. La Casa Blanca contratacó el lunes: “Son mensajes peligrosos y repugnantes, y están alejados de la realidad. Seguiremos denunciándolos y siendo muy claros al respecto”.

La enésima polémica de Musk no logró silenciar la despedida oficial de Fauci, con un emotivo relato biográfico en The New York Times y una entrevista en CNN. Su moderación quedó de relieve al referirse al exabrupto del magnate. “No voy a responder. No voy a prestarle ninguna atención porque es simplemente una distracción. Si te metes en eso, lo haces en un pozo negro de interacciones, sin valor añadido, que no ayuda en nada”, dijo durante la entrevista en CNN. Fauci se había defendido igual de los insultos de Trump, que le llamó idiota y amenazó con despedirle: con asepsia científica.

“La gran ventaja de la solidez de Anthony Fauci es que no tuvo problemas en enfrentarse al Gobierno poderoso en el momento adecuado (…) Los conocimientos que nos ha brindado han sido útiles no solo para EE UU, sino para todo el mundo”, decía el especialista en enfermedades contagiosas Hugo Pizzi. Según el profesor Michael Sparer, director de la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Columbia, “ha trabajado para presidentes de todo el espectro político aportando liderazgo basado en pruebas, sabiduría y conocimientos científicos. Fauci es un verdadero icono en el campo de la salud pública; de hecho, es difícil imaginar la comunidad de la salud pública sin su liderazgo reflexivo y pragmático”, declaró Sparer a EL PAÍS.

La pandemia le pilló curtido. Como epidemiólogo, al frente desde 1984 del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas y de su laboratorio, había dirigido la respuesta a sucesivas crisis de salud pública: el sida, que contribuyó a desestigmatizar; la gripe aviar, el ébola, el zika —cuya gestión acometió detrayendo fondos de la investigación del cáncer, como confesó en 2016— y, finalmente, el coronavirus. Por eso el intento de instrumentalizar políticamente su figura no ha cuajado, aunque no por ello se librara de recibir amenazas de muerte.

Joe Biden ha glosado repetidamente su disponibilidad las 24 horas al día, incluso en llamadas de madrugada. Puede que semejante dedicación explique su tardío matrimonio, a los 44 años, una unión de la que han nacido tres hijas. Fanático de las carreras de fondo y con varios maratones a sus espaldas, sus llamamientos a adoptar reglas de higiene social que frenaran los contagios le convirtieron a la vez en un héroe para muchos y en un villano para la derecha más recalcitrante. Pero para todos sin excepción se consagró como una celebridad inédita entre los funcionarios de carrera, acostumbrados a un papel invisible y silencioso.

Tres características lo han convertido en el zar de la salud pública en EE UU: la excelencia científica, su probidad como servidor público y la pericia como gestor de crisis tan mediáticas —y tan alarmantes— como las citadas. Con respecto a la covid, EE UU, que fracasó en primera instancia en la contención del virus, demostró estar a la vanguardia en investigación y desarrollo de las vacunas, y en la campaña de inmunización, gracias a su liderazgo. Fauci ha esperado para colgar la bata a ver la pandemia encarrilada como “una nueva realidad estable”.

Cumplirá 82 años en Nochebuena. Cuando en agosto anunció que se retiraba para emprender el próximo capítulo de su vida (“aunque dejo mi actual puesto, no me jubilo”), muchos se preguntaron qué puede hacer que no haya intentado. Entre otras cosas, dicen sus próximos, colaborar con la hipotética comisión sobre la gestión de la pandemia que podría establecer el Congreso, similar a la que investigó el 11-S. O defender su actuación ante la nueva Cámara de Representantes, de mayoría republicana, la mayoría de los sospechosos habituales que ya amenazaron con ir a por él en campaña, como si se la tuvieran jurada.

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