Ambigüedades resolubles
El ejemplo tan manido sobre la profesora y “los niños” se antoja muy improbable. Porque resulta antinatural
Muchas expresiones ofrecen dos sentidos posibles, pero el cerebro receptor distingue de inmediato cuál es el pertinente. Sucede sin darnos cuenta. Para ello nos ayudan al menos cuatro factores: el contexto, la lógica, la cultura compartida y la deducción de relevancia.
Esos conocimientos, que están al alcance de cualquier hablante, nos permiten interpretar en una conversación las diferencias entre “un barco chino” y “un bar cochino”; entre “cómo ves a Ramiro” y “cómo besa Ramiro”; entre “un caballo es cojo” y “un caballo escojo”; adivinamos la distinta intención de “dígalo, sin vergüenz...
Muchas expresiones ofrecen dos sentidos posibles, pero el cerebro receptor distingue de inmediato cuál es el pertinente. Sucede sin darnos cuenta. Para ello nos ayudan al menos cuatro factores: el contexto, la lógica, la cultura compartida y la deducción de relevancia.
Esos conocimientos, que están al alcance de cualquier hablante, nos permiten interpretar en una conversación las diferencias entre “un barco chino” y “un bar cochino”; entre “cómo ves a Ramiro” y “cómo besa Ramiro”; entre “un caballo es cojo” y “un caballo escojo”; adivinamos la distinta intención de “dígalo, sin vergüenza” y “dígalo, sinvergüenza”; interpretamos el opuesto significado de “todos nos sirven” y “todos no sirven”; diferenciamos entre “no quiero subida” y “no quiero su vida”. Esa ayuda del contexto y de la lógica facilitan que, al escuchar A la sombra de un león, compuesta por Sabina y cantada por Ana Belén, sepamos que “vi a la novia del agente” se refiere a la de un policía, porque no sería pertinente –no encajaría en el contexto– la opción “vi a la novia de la gente”.
Sin embargo, aparece con frecuencia en los escritos sobre el “lenguaje inclusivo” o duplicativo un caso en el que, ante dos sentidos posibles, se ejecuta una descodificación fallida: aquella profesora que dice “ahora los niños, que salgan al recreo” y ve cómo las niñas se quedan sentadas. Ese supuesto sucedido (no se aportan datos concretos de fecha, colegio, hora, aula, edad del alumnado) pretende demostrar que “niños” excluye siempre a “niñas”. Pero igualmente podría transmitir que los profesores de ese centro han conseguido vaciar la palabra “niños” de uno de sus dos sentidos y que por tanto los estudiantes sufren una carencia en su formación. También el vocablo “día” abarca a veces “el día y la noche” y en otras solamente “el día” (“estuve tres días en París y sólo dormí durante el día”), y todos sabemos cuándo toca un significado y cuándo el otro. Ésta y otras palabras similares se llaman “automerónimos”: vocablos que pueden abarcar a su término opuesto.
No obstante lo dicho, el ejemplo tan manido sobre la profesora y los niños se antoja muy improbable. Porque la supuesta indicación de la docente resulta antinatural, igual que lo sería la opción duplicativa “los niños y las niñas, que salgan al recreo” (pues eso invitaría a deducir que en la clase hay además otras personas). Lo normal sería decir “y ahora, salid al recreo”. Y como el alumnado no suele verse apelado en tercera persona, ante una formulación tan inusual buscará su pertinencia alternativa, su interpretación más lógica. Por eso sí parecería creíble el resultado de que las niñas se quedaran quietas.
Esto se debe a que en una comunicación leal todo lo que se dice se interpreta como relevante, según describió el filósofo británico Herbert Paul Grice (1913-1988) en su influyente obra Logic and Conversation (1975). Al sustituir el esperable “ya podéis salir al recreo” por el inesperado “los niños, que salgan al recreo”, el sintagma “los niños” adquiere relevancia propia; y por eso activa una descodificación diferente: la alternativa de “niños varones”, pues era obvio que sin esa precisión se habría comprendido que la profesora hablaba a toda la clase. Lo mismo pasaría si un conferenciante, en vez de decir “buenos días”, saludase con un “buenos días a los españoles”.
Así pues, en el hipotético ejemplo de “ahora los niños, que salgan al recreo” y similares, no estaríamos ni ante un fallo de los alumnos ni ante un problema de la lengua, sino ante una cierta dificultad de la profesora para comunicarse con claridad.
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