La incómoda lucidez del pensador de las afueras
Pankaj Mishra escribe siempre desde el exterior del canon occidental, que tan bien conoce, con la intención de agitar el avispero. Su mirada deslumbra y desestabiliza
Muchos llamamos “populismo” a lo que Pankaj Mishra calificó, más certeramente, como “la edad de la ira”. Fue cuando el Brexit y la llegada de Trump a la Casa Blanca provocaron las mayores turbulencias políticas de nuestra era. El novelista y ensayista de origen indio mostraba así la importancia del encuadre fotográfico a la hora de observar un paisa...
Muchos llamamos “populismo” a lo que Pankaj Mishra calificó, más certeramente, como “la edad de la ira”. Fue cuando el Brexit y la llegada de Trump a la Casa Blanca provocaron las mayores turbulencias políticas de nuestra era. El novelista y ensayista de origen indio mostraba así la importancia del encuadre fotográfico a la hora de observar un paisaje: qué zonas se iluminan y cuáles dejamos en penumbra; qué se enfoca y qué aparece en segundo plano, incluso imperceptible a nuestra vista. Mishra nos hablaba de una ira muy parecida a la que Steinbeck describió para otra edad en su célebre Las uvas de la ira, y a la que Ford otorgó la belleza lacerante de la imagen: ese desarraigo “multiplicado por un millón”.
El ascenso y éxito de la demagogia en el mundo en 2016 solo podía entenderse, según Mishra, desde un enmarque teórico que pusiera las emociones en el centro. Los conceptos derivados de las décadas liberales “parecían incapaces de absorber una explosión de fuerzas incontroladas” que cuestionaban la premisa de que los individuos somos seres racionales. Con él, el análisis académico se atrevió a reintroducir ejes olvidados: nuestro ego herido, el miedo a perder el honor, la dignidad o el estatus, la desconfianza y el desarraigo ante el cambio, la atracción por el ardor nihilista. Tales pasiones confirmaban aquella lúcida afirmación de Obama: Trump había convertido en irresistible “el argumento de estar dispuesto a hacerlo saltar todo por los aires”.
Frente a los aseados expertos del análisis de datos, Mishra afirmó que las nuevas fracturas sociales y políticas no podían explicarse sin nuestros odios y afectos, sin nuestros temores, sin el efecto emocional de nuestros padecimientos. Las primeras páginas del ensayo que le catapultó a la fama internacional, precisamente La edad de la ira, comienzan con la descripción de la extravagante retórica política del poeta Gabriele D’Annunzio, capital en la invención del saludo fascista y sus uniformes negros, en la terrible influencia en aquellos “adolescentes desbordantes de testosterona”, en el “erotismo militarista” de esos dos hombres desconocidos llamados Benito Mussolini y Adolf Hitler y que acabó por impregnar toda la retórica política de su época. Los inadaptados de Europa, los prescindibles de la sociedad, abrazaron esa estética y su excentricidad en un momento en el que “la democracia parecía un juego trucado por poderosos”. ¿No les resulta estremecedoramente familiar?
Desde entonces, proliferan los análisis que tratan de explicar esa brecha insalvable entre teoría y práctica, el acecho del espanto y la furia que Pierre Rosanvallon, en Las pruebas de la vida, llama “la caja negra” describiendo a los chalecos amarillos. Ahí están, entre tantos otros, La monarquía del miedo, de Martha C. Nussbaum; La democracia sentimental, de Manuel Arias Maldonado, o En las ruinas del neoliberalismo, de Wendy Brown, quien habla del privilegio de los destronados para entender el advenimiento de la pléyade de ismos (autoritarismo, fascismo, populismo, iliberalismo) con los que definimos la extrema agitación política de esta nueva ola ultra que copa las portadas: Meloni en Italia, el Partido Democrático en Suecia, la tozuda Le Pen en Francia.
Es interesante que Mishra parezca escribir siempre desde las afueras del canon occidental, que tan bien conoce, con la intención de agitar el avispero. Por eso nos deslumbran obras como Los románticos o De las ruinas de los imperios, o la ironía de su punzante prosa en sus artículos en Foreign Affairs, The New York Review of Books, Granta, The Nation, Time o The New Yorker, donde se afana en desestabilizarnos y romper los manidos artilugios conceptuales a los que recurrimos para simplificar la realidad. Se ha atrevido con la cultura de la cancelación, que define como una nueva cacofonía de voces excluidas de los medios de prestigio, pero que hoy obstaculizan el parloteo unidireccional de los famosos y poderosos, de pronto contestados por otras sensibilidades. Incluso ha descrito como “fanáticos insulsos” a quienes “lloriquean” constantemente por la muerte del mundo libre y otras “soporíferas simplezas sobre la democracia”, desenmascarando la rabia por ver disputada su autoridad como intérpretes del mundo. Si lo leen con ánimo abierto, dispuestos a recibir alguna punzada, disfrutarán sin duda con su afilada pluma, incluso si les enfurece. Pero si prefieren asideros estables, la tranquilidad estática de lo que refuerza nuestros tranquilizadores sesgos, aléjense de Pankaj Mishra y su incómoda, lúcida, sabiduría.
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